Sabemos
que, durante el siglo pasado, los pueblos de habla española minusvaloraron la
importancia del cultivo de la ciencia; y tantas veces lo hemos leído que casi
hemos interiorizado nuestra incapacidad para colaborar como iguales en las
mejores tradiciones científicas mundiales. De vez en cuando, recordar que
también nosotros tenemos científicos de primer nivel contribuye a no dejarnos
llevar por el pesimismo.
Si
ahora pidiéramos a un hispanohablante – en cualquier lado del Atlántico- que
cite a dos científicos de nuestra comunidad lingüística que hayan conseguido un premio Nobel en Física, Química o Medicina, estoy seguro que una mayoría abrumadora
permanecería callada. Pues bien, no uno ni dos, sino siete científicos hispanoamericanos merecieron tan preciado galardón el pasado siglo: tres argentinos, dos
españoles, un mexicano y un venezolano. ¿Sus nombres? Bernardo Houssay, Luis Leloir, César Milstein, Santiago Ramón y Cajal, Severo Ochoa, Baruj Benacerraf y Mario Molina. No son muchos, pero tanto los
profesionales como los aficionados a la ciencia que usamos este idioma para
comunicarnos tenemos modelos en quien fijarnos.