¿Qué
le ocurre a la gente buena en un lugar malvado? ¿Triunfa la bondad o la
situación perversa? Para contestar a esa pregunta Philip Zimbardo hizo un
experimento en 1971. Los investigadores crearon un ambiente carcelario muy
realista para pasar dos semanas; en él colocaron a veinticuatro voluntarios
seleccionados (mediante test psicológicos) entre estudiantes universitarios.
Tirando una moneda al aire se decidieron los presos y guardias; los prisioneros
vivían allí día y noche, los guardas hacían turnos de ocho horas.
Al
principio, nada pasó, pero la segunda mañana los prisioneros se rebelaron, los
guardas frenaron la rebelión y después idearon medidas contra los prisioneros
peligrosos. A partir de ese momento, el abuso, la agresión y el placer sádico
en humillar a los prisioneros se convirtió en norma. A las treinta y seis horas
se liberó a un prisionero porque había sufrido un colapso emocional, otros
prisioneros padecieron lo mismo en los cuatro días siguientes. El poder y el
soporte institucional para desempeñarlo habían corrompido a jóvenes normales. En
el quinto día, una estudiante ajena al experimento vio cómo los guardas
colocaban bolsas en las cabezas de los prisioneros y les hacían desfilar con
las piernas encadenadas, mientras les gritaban insultos. Se marchó llorando; la
reacción sirvió para que el investigador jefe se diera cuenta de que la
situación le había corrompido a él mismo. Detuvo el experimento en ese instante.
¿Cómo
es posible que buenas personas se hubiesen convertido en malvadas? El
experimento muestra que los psicólogos se equivocan al fijarse exclusivamente
en los genes, la personalidad y el carácter; tienden a ignorar que las
situaciones sociales influyen en el comportamiento de las personas mucho más de
lo que sospechamos. Nos conocemos a nosotros mismos y a nuestros allegados sólo
a partir de pequeñas muestras de comportamiento en un número limitado de
situaciones. ¿Qué haríamos nosotros o los demás en situaciones inhabituales (ausencia
de responsabilidad, deshumanización del otro, anonimato)? Tal vez actuaríamos
como nunca hubiésemos imaginado sin las influencias del momento y lugar.
Si
entendemos las situaciones que nos convierten en malvados, quizá podamos
evitarlas, minimizar su impacto, enfrentarnos a ellas y resistir las
influencias externas indeseables. Hannah Arendt se fijó en la banalidad del mal,
yo prefiero que el foco resalte la banalidad del heroísmo. En ambos casos
personas normales hacen una excursión; unas por el terreno de la depravación,
otras por la senda del servicio a la humanidad.
1 comentario:
El experimento social -por su propia naturaleza- no tiene un significado único, es polisémico, cada repetición arroja distintos resultados. Es -desgraciadamente- incomparable con el experimento físico.
El experimento social hay que interpretarlo. Tu interpretación parte de “prejuicios”: la polaridad bien-mal (humanidad-depravación) y la irrupción del mal como conversión (nos convertimos en malvados). Arendt presupone “prejuicios” distintos: los límites bien-mal se difuminan y el mal es la renuncia a pensar.
Tu interpretación apela a la esperanza: no todos se corrompen. Arendt pensaba que nos corrompemos sin darnos cuenta.
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