sábado, 16 de septiembre de 2017

El experimento de la cárcel de Stanford


¿Qué le ocurre a la gente buena en un lugar malvado? ¿Triunfa la bondad o la situación perversa? Para contestar a esa pregunta Philip Zimbardo hizo un experimento en 1971. Los investigadores crearon un ambiente carcelario muy realista para pasar dos semanas; en él colocaron a veinticuatro voluntarios seleccionados (mediante test psicológicos) entre estudiantes universitarios. Tirando una moneda al aire se decidieron los presos y guardias; los prisioneros vivían allí día y noche, los guardas hacían turnos de ocho horas.
Al principio, nada pasó, pero la segunda mañana los prisioneros se rebelaron, los guardas frenaron la rebelión y después idearon medidas contra los prisioneros peligrosos. A partir de ese momento, el abuso, la agresión y el placer sádico en humillar a los prisioneros se convirtió en norma. A las treinta y seis horas se liberó a un prisionero porque había sufrido un colapso emocional, otros prisioneros padecieron lo mismo en los cuatro días siguientes. El poder y el soporte institucional para desempeñarlo habían corrompido a jóvenes normales. En el quinto día, una estudiante ajena al experimento vio cómo los guardas colocaban bolsas en las cabezas de los prisioneros y les hacían desfilar con las piernas encadenadas, mientras les gritaban insultos. Se marchó llorando; la reacción sirvió para que el investigador jefe se diera cuenta de que la situación le había corrompido a él mismo. Detuvo el experimento en ese instante.
¿Cómo es posible que buenas personas se hubiesen convertido en malvadas? El experimento muestra que los psicólogos se equivocan al fijarse exclusivamente en los genes, la personalidad y el carácter; tienden a ignorar que las situaciones sociales influyen en el comportamiento de las personas mucho más de lo que sospechamos. Nos conocemos a nosotros mismos y a nuestros allegados sólo a partir de pequeñas muestras de comportamiento en un número limitado de situaciones. ¿Qué haríamos nosotros o los demás en situaciones inhabituales (ausencia de responsabilidad, deshumanización del otro, anonimato)? Tal vez actuaríamos como nunca hubiésemos imaginado sin las influencias del momento y lugar.

Si entendemos las situaciones que nos convierten en malvados, quizá podamos evitarlas, minimizar su impacto, enfrentarnos a ellas y resistir las influencias externas indeseables. Hannah Arendt se fijó en la banalidad del mal, yo prefiero que el foco resalte la banalidad del heroísmo. En ambos casos personas normales hacen una excursión; unas por el terreno de la depravación, otras por la senda del servicio a la humanidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El experimento social -por su propia naturaleza- no tiene un significado único, es polisémico, cada repetición arroja distintos resultados. Es -desgraciadamente- incomparable con el experimento físico.
El experimento social hay que interpretarlo. Tu interpretación parte de “prejuicios”: la polaridad bien-mal (humanidad-depravación) y la irrupción del mal como conversión (nos convertimos en malvados). Arendt presupone “prejuicios” distintos: los límites bien-mal se difuminan y el mal es la renuncia a pensar.
Tu interpretación apela a la esperanza: no todos se corrompen. Arendt pensaba que nos corrompemos sin darnos cuenta.