sábado, 26 de abril de 2025

Accidente nuclear


Svetlana Alexiévich, bielorrusa ganadora del premio Nobel del año 2015, no de ciencia sino de literatura, escribió “Voces de Chernóbil. Crónica del futuro”. Podría pensarse que el libro es una tragedia griega, por el medio centenar de testimonios que recoge, testimonios de héroes marcados por su destino fatal, a los que suma las voces de tres coros, voces silenciadas por el gobierno de la antigua Union Soviética. Yerra el erudito lector si espera una catarsis, no la hay, no se trata por tanto de una tragedia: es una elocuente y lúcida descripción de la incompetencia y del dolor.
Algunos datos. El veintiséis de abril de 1986 una explosión destruyó el reactor IV de la central atómica de Chernóbil, a diecisiete kilómetros de la frontera bielorrusa: dos millones cien mil bielorrusos fueron afectados, setecientos mil son niños. Los nazis destruyeron seiscientas diecinueve aldeas bielorrusas, el accidente nuclear, cuatrocientas ochenta y cinco; uno de cada cuatro bielorrusos murió durante la guerra contra los nazis, uno de cada cinco viven en territorio contaminado por la radiactividad. El accidente arrojó a la atmósfera radioisótopos que emitieron cincuenta millones de curios (unidad de radiactividad): el setenta por ciento cayó en Bielorrusia. Antes del accidente había ochenta y dos bielorrusos con cánceres, después del accidente la cifra alcanza seis mil (cada cien mil personas).
Una aclaración y más datos. El cesio ciento treinta y siete y el yodo ciento treinta y uno fueron los isótopos radiactivos más abundantes liberados durante el accidente; la mitad del yodo se desintegra en ocho días, la mitad del cesio tarda treinta años en desintegrarse… y otros treinta años en desintegrarse la mitad de la mitad, y así sucesivamente. En la cuarta parte de Bielorrusia la contaminación debida al cesio radiactivo supera un curio cada kilómetro cuadrado. En una superficie semejante a Galicia, en la que vivían más de ochocientas mil personas, la contaminación con cesio radiactivo supera los cinco curios cada kilómetro cuadrado; en la tercera parte de esta región (casi el setenta por ciento ubicada en Bielorrusia), donde vivía un cuarto de millón de personas, la radiactividad debido al cesio supera el triple del valor anterior. La mortalidad en Bielorrusia ha crecido el veintitrés por ciento y cada año aumenta el número de disfunciones neurológicas y mutaciones genéticas. En las regiones más afectadas la mortalidad supera a la natalidad un veinte por ciento y están enfermas tres de cada diez personas.

sábado, 19 de abril de 2025

Metano y metanógenos


Hace dos mil trescientos millones de años unos microorganismos recién llegados a la Tierra llenaron el aire de oxígeno, sin ellos, sin las cianobacterias, ninguno de nosotros estaría aquí. Alabémoslas. Y también a otros microorganismos casi desconocidos hasta ahora; los que, antes de las cianobacterias, hicieron del planeta un lugar habitable. Nos referimos a los metanógenos, enemigos del oxígeno y moradores de nuestro planeta durante sus primeros dos mil millones de años. Con un Sol mucho más tenue, el metano que sintetizaron causó un efecto invernadero que habría evitado una glaciación.
Cuando se formó la Tierra, la luminosidad del Sol era el setenta por ciento de la actual; no obstante, la primera glaciación tardó mil trescientos millones de años en producirse; colegimos que el planeta estaba más caliente que ahora y que, por tanto, los gases invernadero presentes en la atmósfera debieron calentarlo. ¿Qué gases? Desechado el amoníaco y el dióxido de carbono por pruebas concluyentes, se valoró la influencia del metano, gas que reacciona con el oxígeno y desaparece pronto de la atmósfera. 
Hace tres mil ochocientos millones de años, en ausencia de oxígeno, los primeros microorganismos produjeron metano; aludimos a los metanógenos, que constituyen la mitad de las arqueas conocidas; arqueas que, con las bacterias, evolucionaron del primer ser vivo terrestre. Los metanógenos medran exclusivamente en ambientes carentes de oxígeno; hoy, en los estómagos de los rumiantes, en los campos de arroz y en otros lugares exóticos; pero no siempre fue así: los metanógenos ancestrales crecieron en una atmósfera y unos océanos alimentados por emisiones volcánicas, que proporcionan el hidrógeno y dióxido de carbono con que se nutren.
Los metanógenos produjeron metano suficiente para proteger del frío al planeta; ahora bien, a medida que el efecto invernadero calentaba la superficie terrestre sobrevivían más metanógenos, que prefieren vivir a temperaturas superiores a los cuarenta grados; pero cuanto más metano, más efecto invernadero, mayor temperatura superficial, más metanógenos, más metano… ¿Cómo se detiene el ciclo? La luz solar, en presencia de metano abundante, forma hidrocarburos que se condensan en partículas de polvo y forman nieblas; nieblas que reflejan la luz solar y enfrían el clima.
Así vivieron los metanógenos hasta que la aparición del oxígeno los envenenó; tan vez su desaparición desplomó las temperaturas y produjo la primera glaciación, y quizá otras. Resaltamos que, durante los últimos quinientos millones de años, el metano ya nunca volvió a resultar decisivo para el clima.

sábado, 12 de abril de 2025

Baterías y pilas


Sabemos que la quema de combustibles fósiles o biomasa emiten dióxido de carbono a la atmósfera, gas que empeora el calentamiento global antropogénico en que está envuelto el planeta. Si queremos usar generadores de energía fotovoltaicos o eólicos que sustituyan las combustiones, debemos considerar que la producción y el consumo de la energía pueden no coincidir en el tiempo. ¿Cómo proporcionar energía si no hay viento ni Sol? Necesitamos que el exceso de energía producida pueda guardarse en un almacén para suministrarla cuando se demande. Los embalses de agua son uno de los almacenes de energía más usados, otro, las pilas y baterías; a éstas me voy a referir. Recordemos que en España, no en EE.UU., se utilizan términos diferentes según los dispositivos sean recargables o no: baterías (de ácido-plomo, por ejemplo, usada en la mayoría de los vehículos) se nombran los primeros, pilas (como las alcalinas) se denominan los segundos.
Ya han pasado años desde que, en el 1800, Alessandro Volta comunicó a la Royal Society el invento de la pila que lleva su nombre. Una batería (o pila) eléctrica convierte la energía química en corriente eléctrica, cualquiera que sea su tamaño: miniatura, las presentes en audífonos y relojes, o grande como una habitación, las que proporcionan energía a centrales telefónicas y ordenadores de centros de datos. Su funcionamiento se basa en una reacción química de oxidación-reducción; reacción que tiene dos componentes, uno pierde electrones y el otro los gana, de tal manera que ninguno se consume y ambos pueden retornar a su estado original. Baterías y pilas que se descargan cuando se acoplan al circuito eléctrico externo que necesita energía para funcionar; y se cargan -sólo las baterías- cuando se les aplica una corriente eléctrica externa.
Los coches eléctricos actuales usan baterías. Baterías de litio que contienen un líquido que se solidifica tras múltiples ciclos de carga-descarga; indeseado fenómeno que deteriora su capacidad para almacenar y proporcionar electricidad. Para solucionarlo se están desarrollando baterías de estado sólido, que sustituyen al líquido por un sólido; con ello aumenta su duración, pues no se degradan con los sucesivos ciclos de carga-descarga; además, reducen el tiempo de su recarga y pueden almacenar más energía, o sea, proporcionan más autonomía al vehículo. Dejamos para el futuro las baterías de grafeno, capaces de almacenar mucha más energía (proporcionan mil kilómetros de autonomía) y cuyo tiempo de carga no sobrepasa los ocho minutos.

sábado, 5 de abril de 2025

Cortesía versus grosería


Los miembros de las sociedades de todo el mundo sufren, sufrimos, conductas groseras todos los días. Varios investigadores han hecho unos experimentos psicológicos que nos proporcionan pruebas de que la mala educación afecta a nuestro comportamiento y a nuestra aptitud para resolver problemas. La grosería reduce nuestro rendimiento tanto en el desempeño de tareas rutinarias como en la ejecución de tareas que requieren esfuerzos cognitivos, como resolver acertijos o pensar de forma creativa. Comentamos, siquiera someramente, uno de ellos. Un laboratorio convoca, en dos tandas, a unos voluntarios previamente elegidos para participar en una actividad. Los recibe alguien que se presenta como profesor. A la mitad de los voluntarios les informa amablemente que deben trasladarse a otra sala, y los dirige con cortesía. La otra mitad de participantes reciben otro trato. Se les increpa con acritud: ¿No sabes leer? Hay un cartel a la entrada que avisa que la actividad programada será en otra sala. ¡No te molestaste en mirarlo! Preferiste molestarme, aun viendo que estoy ocupado. Quienes fueron tratados con grosería mostraron un rendimiento inferior en las tareas posteriores que ejecutaron: resolvieron menos adivinanzas y demostraron menos creatividad cuando se les solicitó idear diferentes usos de un objeto. El trato descortés también afectó a su comportamiento: tres cuartas partes de los voluntarios tratados con cortesía ayudaron a una persona desconocida a recoger libros caídos sin que se lo pidieran; menos de un cuarto de los voluntarios que recibieron el trato grosero ofreció su ayuda. El experimento muestra que el impacto de las personas groseras en sus semejantes no es baladí: el trato que reciben las personas influye tanto en su rendimiento intelectual posterior -lo empeora-, como en su comportamiento -disminuye su altruismo-.
Nueve de cada diez víctimas de la grosería se vengan de sus agresores o de su empresa: cierto que las personas tomamos represalias de muchas maneras y  por ello el coste social de la mala educación resulta difícil de cuantificar, sin embargo auguro que es elevado. En el libro “El coste de la mala conducta: cómo la falta de civismo daña su negocio y qué hacer al respecto” (2009), las profesoras Christine Pearson y Christine Porath, usando los recursos que le proporcionan la psicología, pedagogía y criminología, examinan el coste que la descortesía tiene en las empresas y muestran cómo detectarla, eliminarla y crear una cultura de respeto; instan también a los directivos a predicar con el ejemplo.