sábado, 28 de abril de 2018

Dilema del prisionero


¿La lógica impide la cooperación? El dilema del preso, que resumiré en forma metafórica, suscita esta disyuntiva. Supongamos que acordamos, con un vendedor de viandas, el precio, fecha y hora de la entrega del producto, que dejará en un lugar distinto de donde colocaremos el dinero. Tanto nosotros como el vendedor no nos volveremos a ver. Ambos tenemos el mismo miedo: que el otro incumpla su parte del trato. Si ambos cumplimos lo convenido, quedaremos satisfechos; pero resulta obvio que sería más satisfactorio obtener algo a cambio de nada. Así razono yo: si el otro deja el producto haré mejor negocio si no pago, y si el otro no lo deja evito ser estafado; en conclusión, incumpliré el acuerdo. El vendedor tendrá los mismos pensamientos. Ambos, con lógica implacable acabamos con las manos vacías; resulta lamentable, porque si hubiésemos cooperado los dos habríamos conseguido lo que pretendíamos.

Retoquemos ligeramente el problema: el proveedor y nosotros deseamos disponer de un intercambio mensual durante toda la vida. ¿Qué debemos hacer en el primer trueque? ¿Qué, si el vendedor defrauda alguna vez? Este nuevo problema, el dilema del preso iterado, más difícil que el anterior, se puede estudiar de forma cuantitativa mediante la teoría de juegos. Se puede demostrar que no hay estrategia óptima para ganar en todas las circunstancias a todas las estrategias. Robert Axelrod y William Hamilton se propusieron comprobar si podía surgir cooperación entre egoístas redomados. Para ello, idearon un torneo en el que se enfrentaban estrategias diferentes (codificadas como programas de ordenador), en un juego de todos contra todos, siendo el objetivo conseguir un máximo de puntos. Participaron quince programas ideados por expertos en teoría matemática de juegos que habían trabajado con el dilema del preso. El vencedor, tit for tat, fue el más breve; su táctica era insultantemente sencilla: cooperar en la primera jugada y hacer siempre lo mismo que el otro jugador en la jugada anterior. Axelrod volvió a repetir el torneo: participaron sesenta y dos programas cuyos autores eran de todo el mundo. Volvió a ganar tit for tat; quien no vence a ningún rival en una lid individual; sin embargo, ganó el torneo porque induce a los demás a cooperar para obtener buenos resultados ambos. ¿Conclusión? ”Cumplid, perdonad tras una refriega, pero tomad represalias ante el juego sucio”. ¡Éxito evolutivo asegurado!

sábado, 21 de abril de 2018

Fibras naturales


Quería completar mi vestuario; y la composición del tejido me interesa tanto como la estética y el precio. En Zara revisaba las etiquetas de varias docenas de pantalones buscando lino –sin que se destrozase mi presupuesto-, cuando, de repente, encuentro uno hecho con lyocell. Se despertó mi curiosidad: ¿qué es el lyocell? El dependiente, aunque derrochó amabilidad, no logró satisfacer mi ansia de conocimiento.
Existen dos variedades de fibras textiles químicas: las fibras sintéticas y las artificiales. La materia prima con la que se fabrican aquéllas se obtiene mediante síntesis química; así sucede con el nailon, el tergal -el poliéster más popular-, la crilenka o leacril -nombres comerciales de fibras acrílicas- y el elastano. En cambio las fibras textiles artificiales (o semi-sintéticas) se manufacturan con materia prima natural; si ésta es la celulosa, reciben el nombre genérico de rayón (o viscosa); concretamente, el lyocell -una nueva variedad del rayón- se obtiene de la pasta de madera.
Antes que existieran las fibras textiles químicas, la humanidad usaba las fibras textiles naturales, como el lino, el algodón y la lana. Para recordarlas y valorarlas se instituyó el 2009 como Año internacional de las fibras naturales. Los agricultores de todo el mundo cosechan, cada año, alrededor de treinta y cinco millones de toneladas de fibras naturales; que extraen de una amplia gama de animales –ovejas, conejos, cabras, camellos, alpacas- y plantas -cápsulas de algodón, hojas de abacá y sisal, cáscaras de coco, tallos de yute, cáñamo, lino y ramio-. Todas estas fibras, útiles para la confección de cuerdas, hilos y telas, han sido fundamentales para la sociedad desde el origen de la civilización. Y deben seguir siéndolo, porque el empleo de las fibras naturales es saludable. Compárese la sensación que produce una camiseta de algodón un día caluroso, con la experimentada con vestidos hechos con tejidos sintéticos que impiden la transpiración (se utilizan para sudar y bajar de peso). Los colchones fabricados con fibras de coco presentan gran resistencia a los hongos y los ácaros; las fibras de cáñamo tienen propiedades antibacterianas y el lino es el textil más higiénico para las sábanas de un hospital. Los beduinos usan prendas de lana fina para mantenerse frescos en el desierto: porque la lana aísla tanto del frío como del calor.
Añado, por último, que la ponderación de las fibras naturales no implica, como es lógico, una descalificación de las fibras químicas. 

sábado, 14 de abril de 2018

Lecciones aristotélicas


Cualquier aprendiz de científico -de Biología, Física, Química, Geología o Astronomía- ha estudiado a Aristóteles; porque, con independencia de que sus ideas científicas fueran correctas en unos casos o erróneas en otros, fue pionero en aplicar la lógica a la observación; cuando se desarrollaron las matemáticas, se perfeccionaron los instrumentos y se depuró el método, la forma de obtener conocimientos del mundo natural no ha tenido rival. Los aprendices de periodismo, cine, política o abogacía estudian al filósofo griego, más si cabe, pero hay una diferencia básica: los conocimientos de Aristóteles, en su mayor parte obsoletos para los científicos, están vigentes y son esenciales para letrados y comunicadores. La Poética de Aristóteles es el tratado más importante de dramaturgia jamás escrito: en ella se describen los principios narrativos que buscan interesar al espectador, dicho en terminología moderna, se detalla cómo construir un guión de cine o televisión. En la Retórica -el arte de la persuasión- de Aristóteles está todo lo que hace falta saber sobre periodismo: desde los criterios para la duración de los discursos o cómo usar la metáfora, hasta las clases de discursos o cómo efectuar una refutación.
Aristóteles –y Platón- sostienen que la verdad científica existe –la llamaban filosófica- y que cualquiera está capacitado para encontrarla. En contraposición a ellos, los sofistas y comunicadores modernos defienden que la verdad no existe, nada puede conocerse con certeza, todas las opiniones son igualmente válidas, ciencia y magia son dos formas de verdad; el mejor discurso es el que triunfa en el debate a través de la persuasión. Platón rechazó la retórica -igual que los científicos-, pues pensaba que no hacía falta persuadir porque la verdad es obvia: erraba; los sofistas antaño y los abogados, políticos y periodistas hogaño saben que no triunfa la opinión verdadera, sino la que es defendida con mejores elementos retóricos; no gana quien tiene razón, sino quien persuade mejor al televidente, al tribunal o al electorado. La razón o la verdad son irrelevantes, sólo importa convencer a la audiencia. 
        Aristóteles consideró que la verdad existe y no se obtiene mediante la persuasión, sino con la ciencia; pero una vez hallada, nadie la tendrá en cuenta si no se defiende mediante la persuasión. Los científicos necesitamos imitar a Aristóteles: además de estudiar ciencia, también debemos aprender retórica para combatir la irracionalidad y erradicar la superstición.

sábado, 7 de abril de 2018

Colores del cielo


Después de leer las habituales noticias políticas, hastiado, recordé una sentencia de Aristóteles, padre, junto con Platón, de la filosofía occidental y uno de los mejores biólogos de la historia: “Así como los ojos de los murciélagos se ofuscan a la luz del día, de la misma manera a la inteligencia de nuestra alma la ofuscan las cosas evidentes”; ante tal rotunda aseveración no nos queda más remedio –pienso yo- que fijar nuestra atención en las no evidentes.
¿Qué le sucede a la luz del Sol cuando llega a la atmósfera? La luz blanca procedente de nuestra estrella, cuando interacciona con los componentes del aire, es difundida en todas direcciones. Ahora bien, tales componentes presentan tamaños diversos -grande, mediano, pequeño-, tamaños que influyen en la clase de difusión que sufre la luz al atravesarlos.
Comencemos por las partículas más pequeñas, las moléculas del aire cuyo tamaño resulta inferior a una mil millonésima de metro; al interaccionar la luz del Sol con ellas, se difunde preferentemente la luz azul, por eso vemos el cielo de ese color… si permanecemos debajo de la atmósfera porque si estamos por encima, el aspecto del cielo varía de azul a negro: sin atmósfera que difunda la luz, el espacio se ve negro, excepto el Sol blanco. Cuanta más distancia en la atmósfera tenga que atravesar la luz solar para llegar a nuestros ojos, más colores del extremo azul habrá difundido (y perdido). Al mediodía, con el Sol sobre la cabeza, el tramo de atmósfera que tiene que atravesar la luz es relativamente reducido, por lo tanto, el cielo presenta un color azul (se difunde la luz azul) y el Sol uno amarillo. Sin embargo, durante el alba y ocaso, la luz recorre un tramo más largo, por lo tanto, será difundida la luz azul, verde y amarilla, cuya mezcla proporciona el color del cielo, dejando al Sol sólo los colores rojos.
Además de moléculas, el aire contiene partículas, los aerosoles, cuyo tamaño ronda una millonésima de metro. Después de interaccionar la luz blanca con ellas los espectadores observamos una neblina -el smog– marrón.
Hay una tercera clase de partículas, grandes, cuyo tamaño se aproxima a la diezmilésima de metro, que permanecen suspendidas en el aire, las gotitas de agua que constituyen las nubes. Difunden toda la luz blanca que a llega ellas: por eso las nubes se contemplan blancas.
Hemos comprobado que la causa de los colores celestes no es evidente. ¡Sin la menor duda!