Reconozco
que la barbarie extrema de mis semejantes siempre me sorprende. Sabía que
Dresde y Tokio fueron bombardeadas durante la segunda guerra mundial, pero
ignoraba la saña empleada en hacerlo. Gran parte de sus habitantes fueron literalmente
quemados vivos, incendiados, derretidos porque los bombarderos soltaban
sustancias inflamables para crear tormentas ígneas, reproducir las condiciones
de un horno y hacer la destrucción más efectiva. También desconocía que las
tormentas ígneas probablemente intervinieron en el incendio de Roma provocado
por Nerón, y en el incendio que arrasó San Francisco después del terremoto de
1906.
¿Qué
es entonces una tormenta ígnea? El movimiento en masa del aire, provocado por
el fuego, que causa una intensa ignición en una amplia superficie. Nada más,
nada menos. Cuando se incendia un lugar, el aire que está encima se calienta y asciende
rápidamente; el aire frío de los alrededores ocupa el vacío provocando un
intenso viento, que lleva más oxígeno a las llamas; el fenómeno se mantiene por
sí mismo y alcanza los dos mil grados de temperatura; incluso pueden crearse
vórtices de fuego que se mueven rápidamente y extienden las llamas a otros
lugares; en algunos vórtices es tanta la fuerza del viento que crea un tornado
ígneo. En resumen, comprendo que quienes apagan los incendios forestales teman
sobremanera a las tormentas ígneas.
Una
vez metido en asuntos incendiarios, la curiosidad me condujo a leer estadísticas
sobre incendios forestales; concretamente, las que elaboró el Ministerio de
Agricultura referentes a la primera década del presente siglo. En España se
produjeron algo más de treinta y siete mil incendios anuales de media, cuando
cuatro decenios antes eran sólo mil ochocientos; y la superficie quemada pasó
de cincuenta y una mil hectáreas a ciento trece mil. Me sorprendió mucho que
seis municipios españoles hubiesen registrado, cada uno, ¡más de mil incendios
en un decenio!, y uno de ellos, La Cañiza en Orense, mil trescientos ochenta y
seis. No me asombró, en cambio, que más de la mitad fueran intencionados.
Sabemos
que los incendios forestales nos perjudican porque, al desaparecer la capa
vegetal, el suelo queda desprotegido ante las lluvias y se pierde, se erosiona,
dirían los edafólogos; y si no hay suelo ¿dónde cultivaremos? Durante el
decenio, los españoles nos hemos gastado en prevención entre diez y veinticinco
millones de euros cada año; me pregunto entonces ¿por qué no se emplea parte del
dinero en la compra de fotografías de satélite para identificar la matrícula
del coche del incendiario?
No hay comentarios:
Publicar un comentario