Comprendo
el interés y necesidad de jueces, abogados y policías por entender la
psicología de los delincuentes. Después de conversar con alguno de ellos, la
curiosidad me impulsó a averiguar más sobre el tema. La lectura de un par de
libros, “Neurología de la maldad”, del psiquiatra Adolf Tobeña y “Sin
conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas que nos rodean”, de Robert
Hare, ha merecido la pena. Por supuesto, pretendo conocer las predisposiciones
al comportamiento asocial y amoral de los criminales; no, las interpretaciones religiosas
o ideológicas, que ignoran sus raíces conductistas, fisiológicas o anatómicas.
“Cada
uno es como Dios le hizo, y aun peor muchas veces.” Respondió Sancho Panza al
bachiller Sansón Carrasco. ¿Qué opinión le merece a la psiquiatría actual esta
escuderil respuesta? Existe la naturaleza humana; hay gente que sale mala de fábrica.
Si lo primero es difícil de aceptar para quienes creen que los factores
sociales determinan el devenir de las personas, ya no digamos lo segundo; la
norma de la constitución española que afirma que el objetivo del castigo es la reinserción
del delincuente, en algunos casos es un piadoso deseo más que una posibilidad
real.
La
maldad originada por alteraciones neurológicas es infrecuente. Los criminales
recalcitrantes representan un cinco por ciento de la población, y sólo una
cuarta parte de éstos es diagnosticada como psicópata. Cuatro de cada cinco convictos
en las prisiones llegó al crimen por una ruta distinta a la alteración de su
funcionamiento cerebral.
A
lo largo de la evolución, la selección natural ha instalado en nuestro cerebro
disposiciones contradictorias: altruismo y egoísmo, dicho con otras palabras, maldad
y amor, porque ambos han sido necesarios para nuestra supervivencia. Disponemos
de pruebas para demostrar que, en todas las sociedades humanas, alrededor de un
treinta por ciento de sus miembros tenderá a saltarse las normas de convivencia;
otro treinta por ciento las respetará; la actuación del cuarenta por ciento
restante dependerá de la clase de sociedad en la que vivan. ¿La naturaleza,
entonces, determina el destino personal? La contestación no es negativa ni afirmativa.
La educación no influye en la biología; ahora bien, dentro de los límites que
marca la herencia, los humanos disponemos de una amplia libertad de acción, y
los caminos serán muy distintos en función de la educación recibida, de los compañeros
de adolescencia y de la sociedad donde vivamos (sistema penal más o menos eficaz).
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