Los
humanos siempre hemos estado expuestos a mezclas de compuestos químicos, pero
el número y variedad de ellos, en su mayoría sintéticos, han aumentado de forma
exponencial en las últimas décadas y en un periodo de tiempo tan corto que es
difícil que la naturaleza pueda adaptarse. Las nuevas técnicas de análisis
químico, capaces de detectar sustancias que antes pasaban inadvertidas, han
roto un paradigma de la toxicología: antiguamente se creía que todo dependía de
la dosis, hoy sabemos que los contaminantes pueden dañarnos a concentraciones
ínfimas, si su acción es permanente. La sangre de algunos contemporáneos
nuestros contiene más del centenar de contaminantes químicos. Portamos en
nuestro cuerpo, detergentes, perfumes, cosméticos, aditivos alimentarios,
fármacos y componentes de los plásticos, porque estamos expuestos a ellos de
forma continua y muchos se acumulan; los alimentos, aire, agua, ropa,
cosméticos, juguetes y productos de limpieza del hogar o de higiene personal
constituyen las vías de penetración. Y sabemos que un porcentaje significativo
de las enfermedades cardiovasculares, ciertos cánceres, la infertilidad,
diabetes, párkinson o alzhéimer se deben a los contaminantes químicos
artificiales; anuncia el experto Nicolás Olea: “Estamos expuestos a sustancias
capaces de alterar nuestro sistema hormonal y causarnos problemas de salud
irreversibles”. El fenómeno es más grave de lo que creemos porque, a los viejos
contaminantes persistentes que entraron en la cadena alimentaria décadas atrás, antes de ser prohibidos, se unen los ciento cuarenta mil productos sintetizados
por la industria química. Sólo mil seiscientos –en números redondos-, el uno
con uno por ciento, han sido analizados para determinar si son cancerígenos,
tóxicos para la reproducción o alteradores endocrinos: quedan por analizar los
ciento treinta y ocho mil restantes…
Reconocemos
que si ya resulta difícil asociar causa (contaminación) y efecto (enfermedad)
en un individuo, o establecer las dosis peligrosas para la salud humana o el
medio ambiente; presenta mucha más dificultad todavía evaluar las consecuencias
de la exposición múltiple al conjunto de contaminantes (el efecto cóctel). A
falta de consenso científico, estos contaminantes emergentes cuentan con la
permisividad administrativa: hay una brecha entre la clínica y las
reglamentaciones. Como el planeta viene a ser un circuito cerrado de tráfico de
sustancias sintéticas que transitan por las cadenas alimentarias; para detener
el tránsito, la medida más reclamada por los especialistas consiste en la
instalación de filtros en las estaciones depuradoras de aguas residuales que
impidan, a los nuevos tóxicos sintéticos, pasar al ciclo del agua. ¿Importa,
acaso, que sea una medida costosa?
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