sábado, 9 de junio de 2018

Agua dulce, agua tóxica


Los humanos siempre hemos estado expuestos a mezclas de compuestos químicos, pero el número y variedad de ellos, en su mayoría sintéticos, han aumentado de forma exponencial en las últimas décadas y en un periodo de tiempo tan corto que es difícil que la naturaleza pueda adaptarse. Las nuevas técnicas de análisis químico, capaces de detectar sustancias que antes pasaban inadvertidas, han roto un paradigma de la toxicología: antiguamente se creía que todo dependía de la dosis, hoy sabemos que los contaminantes pueden dañarnos a concentraciones ínfimas, si su acción es permanente. La sangre de algunos contemporáneos nuestros contiene más del centenar de contaminantes químicos. Portamos en nuestro cuerpo, detergentes, perfumes, cosméticos, aditivos alimentarios, fármacos y componentes de los plásticos, porque estamos expuestos a ellos de forma continua y muchos se acumulan; los alimentos, aire, agua, ropa, cosméticos, juguetes y productos de limpieza del hogar o de higiene personal constituyen las vías de penetración. Y sabemos que un porcentaje significativo de las enfermedades cardiovasculares, ciertos cánceres, la infertilidad, diabetes, párkinson o alzhéimer se deben a los contaminantes químicos artificiales; anuncia el experto Nicolás Olea: “Estamos expuestos a sustancias capaces de alterar nuestro sistema hormonal y causarnos problemas de salud irreversibles”. El fenómeno es más grave de lo que creemos porque, a los viejos contaminantes persistentes que entraron en la cadena alimentaria décadas atrás, antes de ser prohibidos, se unen los ciento cuarenta mil productos sintetizados por la industria química. Sólo mil seiscientos –en números redondos-, el uno con uno por ciento, han sido analizados para determinar si son cancerígenos, tóxicos para la reproducción o alteradores endocrinos: quedan por analizar los ciento treinta y ocho mil restantes…

Reconocemos que si ya resulta difícil asociar causa (contaminación) y efecto (enfermedad) en un individuo, o establecer las dosis peligrosas para la salud humana o el medio ambiente; presenta mucha más dificultad todavía evaluar las consecuencias de la exposición múltiple al conjunto de contaminantes (el efecto cóctel). A falta de consenso científico, estos contaminantes emergentes cuentan con la permisividad administrativa: hay una brecha entre la clínica y las reglamentaciones. Como el planeta viene a ser un circuito cerrado de tráfico de sustancias sintéticas que transitan por las cadenas alimentarias; para detener el tránsito, la medida más reclamada por los especialistas consiste en la instalación de filtros en las estaciones depuradoras de aguas residuales que impidan, a los nuevos tóxicos sintéticos, pasar al ciclo del agua. ¿Importa, acaso, que sea una medida costosa?

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