La
Real Academia Española de la Lengua define la envidia como tristeza o pesar del
bien ajeno, o como deseo de algo que no se posee. Ateniéndome a la segunda
definición y añadiéndole color, declaro que me puse verde de envidia al
observar el cuidadoso escaparate que he hallado en la nube, y cuya dirección es
www.webexhibits.org/causesofcolor/index.html. ¡Muy hermoso!
Existen
tres maneras distintas, repetidas una y otra vez, de crear luz y color: haciendo
la luz, perdiendo partes de la luz o cambiando la luz. Se pierde, cuando la luz
del Sol se filtra a través de una vidriera o a través del agua, o cuando los
pigmentos animales y vegetales o las gemas y metales absorben parte de la luz
que les llega. Cambia, cuando el cielo se vuelve carmesí durante el alba y el
ocaso o cuando se forma el arco iris; el color azul del cielo, el de las
mariposas y pavos reales, incluso el de los hologramas se debe también a los
cambios que sufre la luz.
Detengámonos,
siquiera brevemente, en la creación. La luz se hace cuando otras formas de
energía se convierten en energía electromagnética, la luz visible que colorea
nuestro mundo. Las cosas incandescentes se vuelven coloreadas; los objetos
calientes, que van desde la lava o el hierro candente en la forja de un herrero,
hasta el filamento de las bombillas o el propio Sol, brillan en una gama de
colores relacionados con su temperatura, en cierta manera vemos el calor que exhalan.
La reacción química de combustión con el oxígeno produce las llamas; así se
hace la luz que emana del fuego, de las velas y de los fuegos artificiales. Los
gases, moléculas o átomos excitados irradian luz: los rayos aparecen cuando una
corriente de electrones atraviesa el aire entre las nubes y el suelo; un
magnífico espectáculo que cautiva a los humanos, la aurora, se ve cuando el
viento solar colisiona con las moléculas del aire; los técnicos utilizan
electrones para excitar los átomos de la sustancia que recubre los tubos
fluorescentes o bien para encender los LED. Por último, algunas reacciones
químicas también emiten luz: el misterioso código de una luciérnaga parpadeando
en la oscuridad, la macabra fascinación del resplandor de los peces que viven
en el océano profundo o la luminosidad de una ola rompiente a medianoche deben
su magia a unas reacciones químicas que los expertos llaman quimioluminiscentes.