sábado, 15 de julio de 2017

Magnetismo extremo de los magnetares


La orientación de una brújula me parece un fenómeno casi milagroso; sin embargo, sé que se debe al campo magnético de la Tierra; un magnetismo cuya intensidad ronda las cincuenta millonésimas de tesla (prescinda del nombre de la unidad y compare los números el displicente lector); a una centésima llega un imán de los que se usan para adherir adornos a la nevera; los más potentes electroimanes artificiales alcanzan unas cuantas decenas; apenas nada comparado con un púlsar, de los habituales que observa un astrónomo, que llega a los cien millones; superados por los cien mil millones de teslas que alcanzan los magnetares, que así se denominan unas excepcionales estrellas de neutrones que expulsan, en el mínimo tiempo que dura un rayo en cruzar el cielo, enormes cantidades de energía en forma de rayos X y radiación gamma.
Los astrónomos saben que las estrellas cuya masa supera las diez masas solares explotan como supernovas dejando como residuos un agujero negro o una estrella de neutrones; pero sospechan que no son las estrellas más masivas quienes producen las supernovas más potentes, más bien al contrario, las estrellas de mayor masa, monstruos de trescientas a mil masas solares, antes de colapsar y formar un agujero negro, pueden ocasionar explosiones hasta cien o mil veces más tenues, que algunos científicos ya han bautizado como subnovas. El intensísimo brillo de algunas supernovas, entre cien y mil veces superior al de una supernova corriente, no depende de la masa, sino de la rápida rotación; si una estrella de diez o algo más masas solares rota muy deprisa antes del colapso puede originar un magnetar. Su energía de rotación produciría una supernova ultraluminosa, ultranova que indicaría, por lo tanto, el nacimiento y rápido frenado de un magnetar que gira a gran velocidad.
Nada habría que añadir a lo descrito si no fuera porque el campo magnético superior a cuatro mil millones de teslas que hay en la superficie de un magnetar vuelve anormal al espacio cercano: el vacío se comporta como si fuese un cristal de calcita, se hace birrefringente diría el experto; un fotón de rayos X, por ejemplo, que por allí circulara se separaría en dos o dos fotones se fundirían en uno; por si fuera poco, los átomos se deforman, se convierten en cilindros alargados, concretamente, a los diez mil millones de teslas un simple átomo de hidrógeno se haría doscientas veces más estrecho que largo. ¡Qué ya son ganas de incordiar!


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