Londres
está infestado de zorros, Chicago de coyotes, Delhi está sitiada por monos, Adís
Abeba, en cambio, está plagada de hienas. En cierto sentido, estos inteligentes
carnívoros prestan un servicio útil a la comunidad pues no sólo controlan la
población de perros callejeros y gatos silvestres, sino también consumen los
cadáveres de los animales abandonados. En el segundo decenio del siglo XXI se
estima que ya viven en la ciudad africana entre trescientas y mil, y son peligrosas;
además –seguro que pensará el melindroso lector- son antipáticas, crueles y
cobardes. Algunos etíopes tienen, al respecto, unas opiniones más extremadas:
creen que cada herrero es un mago capaz de convertirse en una hiena, para
saquear las tumbas a medianoche y cenar los cadáveres. Sí, un animal cuyos
gritos nocturnos parecen risotadas macabras no puede ser popular para los
humanos, y esa falta de empatía también afecta a los científicos.
Comprobémoslo. ¿Quién no prefería que se le comparase
al león antes que a una hiena? La caza tiene una imagen más noble que la
búsqueda de carroña y, a primera vista, también es más provechosa. La expresión
“el hombre cazador” halaga nuestros oídos. ¿Qué mejor modo de afirmar nuestro
éxito evolutivo que describir a nuestros primitivos antepasados como poderosos
cazadores? Muchos antropólogos coinciden en que comer la carne de grandes
animales contribuyó a formar el entorno físico y social donde se seleccionó los
rasgos que diferencian a los humanos de los otros primates. Ahora bien, cómo
fue adquirido el alimento rico en proteínas de alta calidad ¿mediante la caza o
el carroñeo? Por desgracia, la respuesta que nos proporcionas la hipótesis del
hombre cazador se basa más en los prejuicios que en el estudio de los restos
fósiles o en la evaluación de la ecología del forrajeo. Las conclusiones de los
últimos observadores difieren de la teoría cazadora: hace dos millones de años el
carroñeo tal vez haya sido más común que la caza. Los utensilios de piedra
tallada, la práctica de descuartizar y trocear grandes animales y el
crecimiento desmesurado del cerebro en los homínidos aparecen por primera vez
en ese período. De ser cierta esta hipótesis, los homínidos quizás
empezaron a desbancar a las hienas consiguiendo llegar los primeros a las
carroñas, tesis abonada, hasta cierto punto, por la extinción de varias especies de hienas en la misma
época. ¡Qué le vamos a hacer!
sábado, 24 de junio de 2017
sábado, 17 de junio de 2017
¿Existen los antineutrinos?
Todas
las partículas materiales que existen en la naturaleza tienen su correspondiente
antipartícula con la misma masa y carga eléctrica opuesta. También los diminutos neutrinos,
que fluyen constantemente a través de nosotros sin que nos percatemos, aunque
con ellos siempre surgen sorpresas ¿acaso constituyen una excepción?
La
idea de la antipartícula surgió en 1928 cuando Paul Dirac desarrolló una ecuación que la predecía; ecuación que confirmó Carl Anderson por vía experimental descubriendo
el positrón, la antipartícula del electrón. Además de cargas eléctricas opuestas, Dirac
predijo que las partículas de antimateria deben tener quiralidad (propiedad que
sólo puede ser diestra o zurda) contraria. Según la teoría de Dirac, si los
neutrinos tienen masa, existen neutrinos con quiralidad izquierda y derecha, y
antineutrinos con quiralidad izquierda y derecha; si carecen de masa, como los
físicos creyeron en un principio, sólo existen neutrinos zurdos y
antineutrinos diestros. Hasta 1998 no se supo que tenían masa, aunque muy
pequeña. Ettore Majorana propuso otra ecuación en 1937: neutrinos y
antineutrinos son la misma partícula. Los físicos se hallan en una encrucijada. ¿Acertó Dirac o Majorana? La
clave de la respuesta se encuentra en la conservación del número leptónico, una
ley fundamental que indica que el número de leptones (partículas entre las que
se encuentran los electrones y neutrinos) menos el número de antileptones debe permanecer
inmutable. Después del Big Bang, el universo debería contener
cantidades iguales de partículas de materia y antimateria; ambas deberían de interaccionar
cancelándose entre sí hasta que sólo quedase energía. ¿Por qué eso no pasó? Buscamos
respuestas en las interacciones en las que intervienen neutrinos. La
desintegración beta doble es un proceso en el que un núcleo se desintegra en
otro diferente emitiendo dos electrones y dos antineutrinos, conservándose el
número leptónico. Pero si los neutrinos son sus propias antipartículas, es
posible que los dos antineutrinos se aniquilen y no se conserve el número leptónico; se crearía entonces un desequilibrio que favorecería a la materia sobre la antimateria. La existencia de la desintegración beta
doble sin neutrinos probaría que neutrinos y antineutrinos son idénticos y que la teoría de Majorana es correcta. Si no existiera tal
desintegración, Dirac acertaría y serían posibles cuatro variedades de neutrinos,
dos de ellas todavía sin descubrir. En cualquier caso, el futuro de la física de partículas se
presenta apasionante.
sábado, 10 de junio de 2017
Digerir proteínas
Figura en el libro de los récords: la taumatina -código de identificación E
957 y unas dos mil quinientas veces más dulce que la sacarosa- es el edulcorante natural más poderoso que existe. ¡Sorpresa! La
sustancia más dulce no es una azúcar, sino una proteína que se extrae de la
cobertura de las semillas de un arbusto africano, el katemfe (Thaumatococcus);
una proteína que, como todas las demás, se digiere en el aparato
gastrointestinal.
¿Digerimos
todas las proteínas que comemos? ¿Qué significa digerir? Las proteínas son
grandes moléculas que, para aprovecharlas, deben ser rotas en sus veinte
aminoácidos componentes. Un conjunto de tijeras moleculares que llamamos
enzimas se encargan de la labor. La rotura, quiero decir la digestión, de estas macromoléculas no comienza en la boca, sino en el
estómago: el ácido clorhídrico segregado por la mucosa gástrica
despliega a las proteínas globulares, haciéndolas más asequibles al ataque de
los enzimas; después, la pepsina gástrica rompe algunos enlaces de las moléculas volviéndolas más pequeñas. A continuación, y al comienzo del
intestino delgado, el páncreas libera varios enzimas, la tripsina y
quimotripsina, que continúan rompiendo las proteínas en lugares
concretos hasta que sólo dejan trozos relativamente pequeños. La
carboxipeptidasa, también elaborada por el páncreas, y la aminopeptidasa, fabricada
por la mucosa intestinal, acaban la acción demoledora: el producto final
consiste en aminoácidos libres. Aminoácidos que primero son absorbidos y después
excretados a la sangre; de ahí alcanzan el hígado, en donde tiene lugar su
metabolismo ulterior, descomposición incluida.
Los
seres humanos no digerimos completamente todas las proteínas. Algunas, las proteínas
fibrosas animales, como la queratina (del pelo y uñas), sólo se degradan
parcialmente. Algo similar sucede con muchas proteínas vegetales, entre las que
se encuentran las que se hallan los granos de los cereales: se digieren de modo
incompleto debido a que la porción proteica de las semillas está rodeada por
cubiertas de celulosa indigeribles. La
digestión de las proteínas puede complicarse todavía más. Los enzimas
intestinales de algunas personas –que los médicos llaman celíacos- no sólo son
incapaces de digerir algunas proteínas, que se hallan en el trigo, cebada,
centeno y avena, sino que éstas provocan una inflamación que daña las células
que recubren la pared del intestino delgado y dificulta la absorción de nutrientes
esenciales. Como ya habrá deducido el sabio lector se trata de una enfermedad
que, si no se trata, es mortal.
sábado, 3 de junio de 2017
Los ópalos y sus leyendas
No
hay piedra preciosa que haya inspirado más leyendas que el ópalo. Según una
versión, su pésima reputación se remonta a la epidemia de peste en Venecia, que
acabó en 1348 con los dos tercios de sus habitantes. Se decía que al colocarlo
en los enfermos resplandecía en los desventurados y se apagaba en los muertos (se
ha alegado que los cambios en el brillo podrían deberse al agua del sudor del
enfermo). En 1829 Walter Scott certificó su mala fama: en Anne of Geierstein, el
ópalo de Lady Hermione destruye a su poseedora: la popularidad de la novela
logró que el precio de estas joyas se redujese a la mitad en solo un año. Una
explicación, más prosaica, atribuye la mala fama de esta gema a su fragilidad:
al romperse con facilidad, los joyeros preferían no tallarlos aduciendo que estaban
endemoniadas. En sólo siete años murieron Alfonso XII, su esposa, su abuela, su
hermana y su cuñada ¡La monarquía española estaba maldita!, según otra leyenda
¿La causa? La posesión de un ópalo maléfico.
¿Cómo
se forma este -para los supersticiosos- poderoso talismán? Algo de la sílice
que se encuentra dentro de cualquier roca se disuelve en el agua. El agua se
filtra entre las rocas y el gel de sílice precipita en las fisuras y cavidades
formando ópalos, que contienen del tres al veintiuno por ciento de agua dentro
de su estructura cristalina, una cantidad de agua similar a la que contiene la
gelatina. En otras palabras, cuando entra en la cavidad, el agua deposita
microscópicas esferas de sílice. Si las esferitas están colocadas al azar, se
forma el ópalo común -entre el ochenta y el noventa por ciento del ópalo que no
tiene valor comercial-. Pero si las esferitas tienen un tamaño uniforme y están
bien empaquetadas, la luz que llega al mineral se divide en varios haces coloreados
que viajan en diferentes direcciones (técnicamente diríamos que la luz se
difracta como en una red de difracción); aparece entonces el juego de colores
similar al arco iris. Las esferas pequeñas (menos de ciento cincuenta
nanómetros de tamaño) producen los azules y violetas, las esferas mayores (no
superan los trescientos cincuenta nanómetros) producen los naranjas y rojos. Si
movemos la piedra preciosa, la luz incide desde diferentes ángulos, recorre
diferentes caminos, y el deleitado espectador percibe los preciosos cambios de
color.
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