En
el Cretácico, hace unos ciento veinte millones de años, sólo el grupo botánico de
los pinos, que apareció hace trescientos millones de años, formaba los bosques
terrestres. A partir de entonces comenzaron a proliferar las plantas con flores
cuya radiación fue desenfrenada entre hace noventa y setenta millones de años.
¿Sus ventajas? La semilla no está desnuda, sino protegida por el fruto; la existencia
de la flor logró que, además del viento, los animales, sobre todo los insectos,
contribuyeran a la dispersión del polen. Los datos atestiguan la eficacia de la
innovación: hoy existen quinientas cincuenta especies del grupo botánico
antiguo frente a doscientas cincuentas mil del moderno. A pesar de todo… Los
pinos, alerces y piceas, tsugas y cedros, abetos y cipreses constituyen el
mayor bosque del mundo; la taiga, que así se llama esta floresta formidable, forma
una banda, de dos mil kilómetros de ancho y unos diez mil kilómetros de
extensión, que se extiende alrededor del globo desde Canadá y Alaska hasta
Siberia y Escandinavia. En estas latitudes se alcanzan las condiciones mínimas
que permiten el desarrollo de un árbol: se disfruta, por lo menos, de treinta
días al año en los que la intensidad de luz rebasa un límite y la temperatura
supera los diez grados centígrados. Violentas ventiscas, temperaturas que
sobrepasan los cuarenta grados bajo cero y fuertes heladas cubren el suelo de
nieve profunda durante más de la mitad del año; el frío extremo no sólo amenaza
con congelar el agua del vegetal, sino que lo priva del agua esencial porque no
se pueden aprovechar el hielo o la nieve; los bosques septentrionales, como las
plantas de los tórridos desiertos, tienen que resistir una sequía extrema. Los
árboles de la taiga tienen una hoja capaz de soportar tales privaciones: la nieve
no puede depositarse en ella, contiene muy poca savia y no la pierde debido,
entre otras razones, a la capa de cera protectora, además, es oscura, para
absorber mejor la escasa radiación solar. La naturaleza de las hojas -acículas-
determina las comunidades animales que allí viven; como no se descomponen
fácilmente permanecen sin pudrirse mucho tiempo y no liberan los nutrientes que
contienen, por consiguiente, proporcionan un suelo pobre, por lo que la variedad
de animales resulta muy restringida.
En
resumen, aunque sabemos mucho sobre los árboles de la taiga, ignoramos las
causas por las que se resisten a desaparecer.