Cuando
calificamos a alguien de inconformista nos referimos a que su conducta se
desvía de las normas de un grupo, del nuestro en particular; sin embargo, pocas
personas son inconformistas totales; la conducta tachada de inconformista por
un grupo puede ser conformista para otro. No sólo ante el grupo manifestamos
conformidad (implica ceder a la presión del grupo), muchos humanos tendemos a
ser influidos por otros, aun en situaciones sociales transitorias que no tienen
graves consecuencias para nosotros.
En
1951, Solomon Asch efectuó un experimento con el que intentó observar cómo un
grupo influye en la conducta de un individuo y cuantificar el grado en que las
personas adoptan juicios falsos para permanecer dentro del grupo. La tarea consistía
en juzgar cuál de las tres líneas presentadas en una tarjeta tenía igual
longitud que una línea patrón dibujada en otra tarjeta. La elección parece
fácil y lo es. Pero ¿qué contestaríamos si el resto de los participantes del
experimento eligiera otra opción? Participaron en el experimento grupos de
siete estudiantes, entre los cuales sólo un individuo actuaba conforme a su
propio criterio; el resto de los participantes eran cómplices del investigador.
Al principio, los cómplices contestaban correctamente, pero después lo hacían
de forma errónea. Esto causaba una profunda intranquilidad entre los sujetos estudiados,
malestar que les inducía a escoger la opción incorrecta la tercera parte de las
veces, aunque sólo cuando los cómplices estaban presentes.
Cuando
el investigador demostraba a los individuos que su elección era incorrecta y
les preguntaba el motivo del equívoco, la mayoría atribuían el resultado a su
mala vista o a un error en la valoración de las longitudes de las líneas, pero
nunca al hecho de que los demás hubiesen ejercido alguna presión. Es decir, no
sólo cedemos a la presión del grupo hasta niveles extremos, sino que además nos
negamos a reconocerlo.
¿Recuerda
el turbado lector el comportamiento de las masas en la Alemania nazi, en la Rusia
comunista o en España durante la guerra civil? ¿Reconoce la miserable condición
humana? Estas amargas reflexiones me recuerdan unas bellas palabras de Rubén
Darío:
Dichoso
el árbol, que es apenas sensitivo,
y
más la piedra dura porque ésa ya no siente,
pues
no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo
ni
mayor pesadumbre que la vida consciente.