Aborrezco
el cine de terror; conozco las catástrofes que pueden amenazar a la humanidad y
las desgracias que pueden afectar a un individuo concreto como para disfrutar
con monstruos imaginarios, más aún, considero que tales películas me ensucian
la mente. Nunca las veo, ¿nunca? Casi. Me permito excepciones, como “Psicosis”
de Alfred Hitchcock o “Alien, el octavo pasajero” de Ridley Scott. Esta última
se inspira en los animales parasitoides, un modo de vida intermedio entre un parásito
y un depredador: los parasitoides consumen a un animal vivo hasta matarlo. Un
icneumónido –semejante a una avispa- pone sus huevos dentro del cuerpo de otro
insecto, al que antes paraliza, para que sus crías lo devoren poco a poco. Por
suerte, no existen parasitoides de vertebrados; pero abundan entre los insectos
-aproximadamente una de cada diez especies son parasitoides-, y casi no hay
especie que no pueda ser víctima de alguno. Los parasitoides -la mayoría,
avispas- son más específicos que los depredadores y se dispersan en busca de
sus presas, a diferencia de los parásitos; razones por las que resultan buenos
agentes para el control biológico de las plagas de insectos.
Por
si algún lector cree, como Charles Darwin, que “No puedo persuadirme de que un
Dios benevolente y omnipotente hubiera creado intencionadamente los
icneumónidos con la intención expresa de que se alimentasen de los cuerpos
vivos de orugas” recordaré los daños que causan las plagas. Las bandadas de
langosta arruinan la agricultura de extensas comarcas; las larvas de
escarabajos engullen las raíces de las hortalizas; no hay preciosas mariposas
sin voraces orugas devoradoras de hojas; las cochinillas destrozan los
frutales; las larvas de los escólitos, las abejas carpinteras y los barrenillos
-escarabajos xilófagos- se alimentan de la madera de los árboles de nuestras
viviendas, muebles y postes; lo mismo sucede con las termitas, que no sólo
comen madera, sino también libros y vestidos; y con la carcoma y las polillas comedoras
de lana. Todavía hay más: el escarabajo de la patata, la filoxera de la vid,
los pulgones, el gusano de la manzana, la polilla de la harina, la oruga del
guisante, el gorgojo de las judías. No me olvido de las pulgas que provocan la
peste, ni de los piojos del cabello o de la ingle, ni de las chinches, las
moscas y mosquitos, entre ellos el que transmite la malaria. Espero que esta
escueta lista haya contribuido a vencer los escrúpulos del bondadoso lector.