sábado, 30 de julio de 2016

¿Cuantos climas hay?


“La literatura es un arte traidor y su predio está lleno, lo que se dice cuajadito, de cepos para los lobos de la retórica, trampas para los jabalíes de la sintaxis y veneno para las alimañas menores y todas hambrientas, del planteamiento, el nudo y el desenlace: la raposa, el lince, el gato garduño, la jineta y demás desvalidas criaturas del monte”. Los biólogos han catalogado cuatro mil cuatrocientas ochenta y siete especies de mamíferos vivientes. ¿Por qué Camilo José Cela escoge éstas y no otras para estas reflexiones zoológico-literarias? Porque en la región templada del planeta, donde moraba el eminente escritor, reside esa fauna; y porque no todos los animales pueden vivir en el mismo clima: nadie espera encontrar dromedarios en Siberia, leones en Andalucía o renos en el Sahara. Muchos animales -un tigre, un oso polar o un hipopótamo- tienen un hábitat propio y sólo en él pueden existir. Otros, en cambio, -el caballo, la oveja, la cabra, el toro, el cerdo, el gato o el perro- parecen diseñados para vivir en los diferentes climas: por ello son aptos para una aclimatación fácil; les llamamos cosmopolitas. Pero no quería discutir de la biodiversidad, sino de sus causas y una de ellas, es la existencia de diversos climas en nuestro planeta. ¿Cuántos? El sagaz lector sabrá, sin duda, que la posición inclinada del eje de rotación terrestre, causa las estaciones; ellas nos ayudan a determinar el número de climas terrestres. Simplificando mucho, el viajero que se dirigiese del polo al ecuador -además de notar que la temperatura media aumenta- hallaría seis zonas climáticas sucesivas: comenzaría su andadura encontrando sequía en todas las estaciones (clima polar), a continuación apreciaría humedad durante todas las estaciones, después sequía en verano y humedad en invierno (clima templado), más tarde sequía durante todas las estaciones (clima desértico), le seguiría sequía en invierno y humedad en verano, por último, advertiría humedad durante todas las estaciones (clima ecuatorial).
Quizá el lector aventurero prefiera el viaje temporal al espacial y se pregunte ¿ha permanecido el clima invariable desde que existe el planeta? En absoluto. Vivimos en una glaciación desde hace quince millones de años: desde entonces la Antártida está cubierta de hielo. Añadiría más, durante la mayor parte de la historia terrestre no hubo hielo en los polos… por más que sorprenda al lector ingenuo.

sábado, 23 de julio de 2016

Vitamina D, precursora hormonal


El escritor aborrece las sandeces astronómicas que, a veces, asoman en la red: si en un mismo mes aparece una segunda luna llena, se verá azul. ¡Falso! La Luna se percibe blanca, como cualquier noche. Sin embargo, en circunstancias excepcionales, la Luna puede columbrarse azul: después de una erupción volcánica (Krakatoa en 1883, Santa Helena en 1980 o Pinatubo en 1991) o de enormes incendios forestales. Ambos fenómenos producen partículas micrométricas -el tamaño de la longitud de onda de la luz roja- que actúan como filtros rojos y dejan pasar únicamente el color azul. Pero la acción de la luz solar sobre algunas biomoléculas nuestras resulta más interesante que sobre el polvo. Concretamente, la exposición de la piel a luz solar ultravioleta convierte en vitamina D3 a una molécula precursora parecida al colesterol. La vitamina no es activa, pero dos reacciones químicas sucesivas, la primera en el hígado y la segunda en el riñón, la convierten en una hormona. Y digo hormona, porque actúa en lugares alejados del sitio de su síntesis, particularmente, en el intestino delgado, donde promueve la absorción del calcio, y en los huesos y cartílagos, donde regula el metabolismo de calcio y fósforo. Resulta innecesario proporcionar vitamina D en la dieta siempre que la piel se exponga al Sol; media hora de insolación directa diaria sobre las mejillas es suficiente para producir la cantidad de vitamina diaria mínima.

Esta singular vitamina también interviene en el color de la piel. Probablemente nuestros antecesores tuviesen la piel oscura; pero, a medida que emigraron de su origen en el trópico hacia el norte, los pigmentos oscuros cutáneos, que actuaban como filtros de la radiación ultravioleta, impedían la síntesis suficiente de la vitamina. La selección genética hacia una piel más clara entre los pueblos nórdicos resolvió la deficiencia; selección que no sucedió entre los esquimales, porque ellos consumen una dieta de pescado rica en la vitamina.

Cuando los biólogos creían conocer todas las funciones de la vitamina D nuevas investigaciones han deparado inesperadas sorpresas. Tatsuo Suda descubrió que las células malignas de leucemia detenían su crecimiento al añadir la hormona procedente de la vitamina D. S. C. Manolagas halló una función inmunosupresora de la misma hormona; y S. Yang corroboró que fuertes dosis de ella impiden la inflamación. Por último, Michael F. Holick ha mostrado que la aplicación sobre la piel de la hormona de la vitamina D es efectiva contra la psoriasis. La investigación continúa.

sábado, 16 de julio de 2016

Visión ultravioleta


Alguna vez se ha preguntado el curioso lector las causas por las que no vemos más (o menos) colores. ¿Por qué no columbramos los rayos ultravioleta, que sí ven los insectos y las aves? Los fisiólogos ya lo han averiguado: la respuesta se encuentra en la retina, la parte posterior del ojo, el equivalente a la película de una cámara fotográfica. En la retina hay dos tipos de células sensibles a la luz, los bastones y los conos; en ellos se encuentran las moléculas que absorben los fotones y producen el impulso nervioso -una corriente eléctrica- que viaja hacia el cerebro. Los primeras se activan debido a la intensidad de la luz (nos permiten ver de noche), los segundas lo hacen con los distintos colores (la frecuencia); colegimos que la visión cromática dependerá de la cantidad de conos distintos que contenga el animal. Muchas aves, reptiles y peces tienen cuatro clases de conos (los sensibles al rojo, azul, verde y ultravioleta), su visión es, entonces, tetracromática; los primates, nosotros incluidos, disponemos de tres tipos (sensibles al rojo, azul y verde) y visión tricromática; la mayoría de los mamíferos sólo poseen los verdes y azules –tienen, por tanto, visión dicromática-, incluso alguno, el mapache, no tiene conos.

Los humanos no percibimos los tonos ultravioleta que adornan el plumaje de los cuervos o que atraen abejas a las flores. ¿Por qué, siendo descendientes de los reptiles, la mayoría de los mamíferos han perdido la capacidad de ver el ultravioleta y el rojo? La hipótesis más probable apunta a que, durante el Cretácico, los dinosaurios poblaban los hábitats que ahora ocupan los mamíferos; nuestros ancestros, para sobrevivir y huir de los depredadores, se convirtieron en animales nocturnos y, para ese modo de vida, la visión cromática resultaba inútil: en consecuencia, perdieron dos de los cuatro fotorreceptores (el ultravioleta y el rojo). Al extinguirse los dinosaurios los mamíferos colonizaron el planeta, modificaron su conducta y se volvieron diurnos; algunos grupos, como los primates, recuperaron el fotorreceptor rojo, lo que les facilita la detección de los frutos maduros; otros, como muchos roedores -ratas, ratones, jerbos, topos y cobayas- han conservado -o recuperado- el fotorreceptor ultravioleta, lo que les permite comunicarse con otros congéneres y marcar el territorio pues la orina y las heces reflejan el ultravioleta.

En fin, el mundo de luz, sombras y color de los animales es mucho más rico de lo que nos habíamos imaginado.

sábado, 9 de julio de 2016

¿Sucesos científicos revolucionarios?


Admiro profundamente a los eruditos que son capaces de discernir los acontecimientos fundamentales de los accesorios en la sociedad en la que viven; humanistas como Heródoto de Halicarnaso en el siglo V antes de la era cristina o como Ryszard Kapuscinski en el siglo XX; me deleito con la lectura de sus escritos, porque me permiten entender sus épocas; y, por extensión, la diversidad de los humanos. En 2010 los editores de la revista Investigación y Ciencia, presuntos emuladores de ambos sabios, titulaban una serie de artículos “Doce acontecimientos que cambiarían todo”. Creo que exageraban; y los argumentos que uso para hacer esta valoración los hallo en el libro “La rebelión de las masas” de José Ortega y Gasset: se queja el filósofo de la osadía de los especialistas que, conscientes de su conocimiento supremo en su disciplina, pretenden ser sabios en todo.

No me resisto a citar los doce sucesos mencionados. Cuatro de ellos, resultarían apasionantes para los científicos, pero el descubrimiento de dimensiones espaciales extra poco afectaría a los hábitos humanos, tampoco se celebraría fuera de los laboratorios la creación de una bacteria sintética; la superconductividad a temperatura ambiente supondría un ahorro considerable de energía, incluso trenes mucho más rápidos, pero poco importaría a un profano; y de la misma manera que la energía de fisión no afectó al devenir de las sociedades humanas (sí, las bombas atómicas), sucedería lo mismo con la energía de fusión. Las grandes catástrofes, como es lógico, perturbarían la vida civilizada: un conflicto nuclear, el impacto de un asteroide, pandemias mortíferas, grandes terremotos o la fusión de los casquetes polares. No me voy a referir a ellas, porque humildemente considero que sólo tres de los doce sucesos seleccionados afectan a la esencia del ser humano. La construcción de máquinas conscientes nos planteará problemas como: ¿Tendrán derechos las máquinas? ¿Asumiremos que una máquina pueda ser más inteligente que nosotros? ¿Un híbrido máquina-humano será el siguiente paso de la evolución de la inteligencia en nuestro planeta? La clonación de seres humanos llevaría aparejado dilemas jurídicos como ¿Es lícito clonar a alguien? ¿Un millonario o un déspota podrían hacer tantos clones de sí mismo como quisieran? ¿Sería lícito hacer un clon sin cerebro para proporcionar órganos? Por último, si recibiéramos un mensaje de una inteligencia extraterrestre. ¿Sería prudente responder? ¿Quién lo haría? ¿Qué diría?

El lector inteligente ya ha comprobado que oso hacer preguntas a las que no tengo respuesta.

sábado, 2 de julio de 2016

Gomas alimenticias


          No hace mucho tiempo he vuelto a visitar la catedral de León, y de nuevo me ha entusiasmado. Mil setecientos sesenta y cuatro metros cuadrados de vidrio coloreado, entre ventanales y tres grandes rosetones, brillan esplendorosos con la luz del Sol; su diseño la hace una de las construcciones más espirituales del orbe. Quizá, junto con la catedral de Chartres, posea el conjunto de vidrieras más importante del mundo. En la época medieval las vidrieras de la catedral francesa tenían un espesor uniforme; hoy, debido a que el vidrio ha fluido por efecto de la gravedad, el espesor de la parte inferior de la vidriera duplica el de la parte superior.

El impaciente lector que quiera contemplar sustancias con propiedades reológicas peculiares no necesita esperar siglos a que fluya el vidrio, le basta con fijarse en las gomas; porque la goma arábiga, el tragacanto, el guar y el garrofín, al disolverse en agua, dan disoluciones viscosas con una consistencia similar a la gelatina. Se trata de polisacáridos, indigeribles, semejantes metabólicamente a la fibra dietética y útiles en la industria alimentaria para estabilizar suspensiones de pulpa de frutas en bebidas, postres, helados y salsas, también para estabilizar la espuma de la cerveza, la nata montada, o para clarificar vinos. Algunas son el resultado de una incisión al árbol, que segrega sustancias que cubren y protegen la herida como si fuese un vendaje (goma arábiga, tragacanto); otras, como el guar y la goma algarrobo (o garrofín), se obtienen de semillas; y hay alguna, como el xantano, que es producida por bacterias.

Si bien la mayoría de las gomas de mascar actuales contienen el acetato de polivinilo, sintético, hasta hace poco tiempo utilizaban chicle, la goma que se obtiene de la savia del chiclero (Manilkara zapota), árbol al que deben su nombre popular. No todas las gomas se utilizan en la alimentación; el xantano se emplea en cosmética, dentífricos y en la industria farmacéutica; el guar se ha convertido en ingrediente para la extracción de petróleo mediante la fracturación hidráulica de rocas; y la goma arábiga la usaban los antiguos egipcios para hacer momias, nada menos. Por último, sería imperdonable olvidarnos del caucho, que se obtiene mediante el sangrado del árbol Hevea brasiliensis y con el que se fabrican gomas de borrar, impermeables y neumáticos; la fiebre del caucho, de infausto recuerdo, trajo mucha riqueza a Brasil  desde 1879 a 1912, y también genocidio, esclavitud y torturas a los indígenas amazónicos.