Australia
hace cuarenta y cinco mil años. En unos pocos milenios casi todas las especies de
animales grandes (superiores al tamaño humano) desaparecieron: enormes canguros,
el león marsupial, koalas ciclópeos, aves que duplicaban el tamaño de los
avestruces, lagartos como dragones, serpientes, un gigantesco wómbat (el
diprotodonte). Veintitrés de las veinticuatro especies de grandes vertebrados
terrestres, el noventa por ciento de la megafauna se extinguió; fue la
transformación más importante del ecosistema australiano en millones de años.
¿Qué ocurrió? ¿Quizá un cambio climático, erupciones volcánicas cataclísmicas o
terremotos apocalípticos? ¿O acaso un enorme meteorito? No, el Homo sapiens
colonizó Australia en esa época y dejó la primera impronta importante en el
planeta. Nuestra es la responsabilidad de la tragedia.
Cambiamos
de escenario y de época: nos trasladamos al norte de Asia hace dieciséis mil
años. Debido al bajo nivel del mar, un puente terrestre une Siberia y Alaska;
el Homo sapiens lo atravesó y alcanzó por primera vez el continente americano;
ningún homínido lo había conseguido antes. La colonización del continente en sólo
cuatro milenios también dejó un amplio reguero de víctimas: en Norteamérica, mamuts,
mastodontes, roedores del tamaño de osos, caballos, camellos, leones, felinos
de dientes de sable y perezosos gigantes, en Suramérica las bajas fueron mayores.
En menos de cinco milenios habían desaparecido treinta y cuatro géneros de
grandes mamíferos norteamericanos de cuarenta y siete, y cincuenta de sesenta
en Suramérica.
La
colonización humana del planeta provocó un gran desastre ecológico. En la época
de la aparición del lenguaje simbólico (hace setenta milenios) había
aproximadamente doscientos géneros de animales grandes, cuando apareció la agricultura
(hace doce milenios) quedaban cien. Nuestros antepasados habían liquidado la
mitad de las grandes bestias terrestres… antes de inventar las herramientas de
hierro o la escritura. ¿Por qué no sucedió lo mismo en Europa,
Asia y África? Porque allí, al evolucionar juntos, los animales aprendieron
gradualmente a evitar a los homínidos; y cuando el depredador por excelencia,
el Homo sapiens apareció los animales ya sabían mantenerse a distancia. En
cambio, los gigantes australianos y americanos no dispusieron de tiempo para
temernos.
Una
primera oleada de extinciones acompañó a la expansión de los cazadores
recolectores, la segunda acompañó a la expansión de los agricultores; ambas nos
proporcionan una perspectiva sobre la tercera oleada de extinciones que la
actividad industrial está causando en la actualidad. Quizá si hubiera más
personas conscientes de las dos primeras se mostrarían menos indiferentes
acerca de la que forman parte. Quizá.