Las
nuevas técnicas para observar el cerebro nos han proporcionado datos
inesperados. Nuestro cerebro, que se creía terminado hacia los seis años, tarda
más tiempo en desarrollarse, en concreto, experimenta una reorganización entre los doce y
veinticinco años; y los cambios avanzan desde la parte posterior hacia la
frontal, o sea, desde las áreas que controlan la supervivencia hacia las áreas
pensantes. Las neuronas multiplican por cien su velocidad de transmisión –debido
a que mejora su aislamiento de mielina-, y se ramifican más, lo que multiplica las
sinapsis (uniones neuronales) más utilizadas; al mismo tiempo las menos usadas se
atrofian, poda que vuelve a la corteza cerebral (donde se produce el
pensamiento) más fina, rápida y eficiente. Hay más reformas. El cuerpo calloso,
que conecta los hemisferios izquierdo y derecho, se engrosa; se fortalecen los
vínculos del hipocampo con las áreas frontales, mejorándose así la capacidad para
integrar la memoria en las decisiones; en resumen, las áreas frontales desarrollan más
conexiones y más rápidas, lo que significa que disponemos de más posibilidades
de acción.
Los
psicólogos explicaban el irritante comportamiento de los adolescentes
argumentando que su cerebro, no terminado, trabajaba con torpeza. Ahora consideran una nueva
hipótesis: el cerebro joven no es un esbozo, sino sumamente
adaptable, preparado para la tarea de abandonar la seguridad del hogar. El
gusto por las emociones fuertes (alcoholismo o abuso de drogas) y la propensión
a correr riesgos (conducción temeraria) impulsa a los adolescentes al mundo
exterior. Los jóvenes prefieren la compañía de sus coetáneos más que en cualquier
otra época (la respuesta del cerebro a la exclusión del grupo es semejante a la
que se observa en caso de amenaza o de falta de alimento), porque con gente de su edad vivirán la mayor parte de su
existencia. El cerebro adolescente es muy sensible a la oxitocina, hormona que
vuelve más gratificantes las relaciones sociales y a la dopamina, neurotransmisor
que interviene en el aprendizaje: ambas explican la rapidez con que aprenden
los jóvenes y su extraordinaria receptividad ante el éxito o el fracaso social. ¿Por
qué las áreas frontales no funcionan a pleno rendimiento cuando afrontamos los
desafíos más difíciles? Porque el cableado neuronal se está actualizando y
porque una vez terminada la reforma es mucho más difícil hacer cambios. La lenta
maduración aumenta nuestra flexibilidad y nuestra capacidad de adaptación
cuando salimos al mundo; si fuéramos más sensatos de jóvenes, seríamos más
lerdos de adultos.