Una
época de la historia de la humanidad se calificó como edad de piedra, otra como
edad de los metales. Si tuviésemos que elegir un material para designar el
siglo XX escogeríamos el plástico, probablemente no votaremos lo mismo para aludir
al siglo XXI; ante la necesidad de reducir el consumo de materiales no
biodegradables, los investigadores han rescatado al quitosano, descubierto en
1859 y olvidado desde entonces.
Descubrí
al material que podría jubilar al plástico de la manera más imprevista. El
turista que viaje a Bruselas y vaya al Palacio Real podrá admirar la bóveda del
Salón de los Espejos. Creado por Jan Fabre, en 2002, consta de un tapiz formado
por un millón cuatrocientos mil escarabajos joya (Sternocera aequisignata) pegados
al techo; se trata de un bupréstido de hermosa iridiscencia esmeralda cuyo
tamaño oscila entre tres y cuatro centímetros, una especie no protegida y abundante
en numerosos países. Para diseñar “El Cielo de las Delicias”, que así se llama
la composición, el artista se había inspirado en las antiguas y refinadas culturas
de Asia, que adornaban pinturas, textiles y joyería con alas de escarabajos. El
tegumento (la capa más externa) de estos coloridos insectos contiene quitina, el
segundo biopolímero más abundante en la naturaleza después de la celulosa. A
ella se asemeja, pues si bien la celulosa es un polisacárido compuesto por la
unión de muchas moléculas de glucosa, un azúcar sencillo, la unidad
constituyente de la quitina es una glucosa modificada, la N-acetil-glucosamina.
¿Cómo se obtiene el quitosano? Logrando que entre el sesenta y el cien por cien
de las unidades que componen la quitina pierdan un grupo de átomos (se
desacetilen, apuntarían los técnicos). Se consigue así un material resistente, biocompatible,
biodegradable y muy barato: pues la quitina no sólo se encuentra en todos los
insectos, sino también forma el esqueleto externo de los crustáceos
(langostinos, camarones, centollas, langostas o kril) y no me olvido de que la
industria pesquera arroja a la basura las cabezas y caparazones de las gambas que
recoge.
Inspirándose
en las propiedades de este material, el doctor Javier Fernández ha sintetizado
en su laboratorio el shrilk: una mezcla de quitosano y fibroína -una proteína
de la seda- rígida como las alas de un insecto o elástica
como sus articulaciones; con el nuevo material pretende, por un lado, reducir
la dependencia del plástico, por otro, conseguir piel artificial, sutura
reabsorbente o pegamento quirúrgico. ¡No se satisface con poco!