Hace
ciento diez millones de años hubo un clima excepcionalmente cálido en nuestro
planeta; duró nada menos que cuarenta millones de años. Pruebas sobradas lo delatan:
en Groenlandia crecían bosques, en las regiones polares vivieron animales que
hoy habitan en los trópicos: cocodrilos y ofidios tomaban el Sol en la
Antártida; los mares polares, surcados por tiburones, rayas y gigantescas
tortugas, estaban a unos aceptables diez a quince grados. No existían casquetes
glaciares en los polos y por ello el nivel del agua de los océanos subió más de
doscientos metros: casi la mitad de los continentes quedó cubierta por mares
someros, Norteamérica, África y Australia quedaron partidas en dos por las
aguas, Europa se convirtió en un archipiélago.
Aunque
los geólogos manejan varias posibilidades para explicar este gran verano terrestre
-un ascenso de la actividad solar o una situación continental-, consideran como
hipótesis más probable un aumento de la actividad geológica debido a turbulencias
en el interior del planeta. Hace ciento veinte millones de años el núcleo de la
Tierra experimentó un máximo de emisión térmica, el calor transmitido al manto
habría provocado una gran columna ascendente de material caliente. La agitación,
transmitida a la corteza, habría acelerado las placas y activado la creación de
corteza en las dorsales. El resultado: un intenso vulcanismo submarino cuya
consecuencia consistió en que materiales que son nutrientes biológicos habrían
pasado al océano provocando una explosión del plancton, un aumento de dióxido
de carbono atmosférico y un efecto invernadero que cambiaría el clima. En
resumen, un efecto dominó. Aunque sólo se trata de una hipótesis los datos hallados
hasta ahora parecen encajar. Para que tal clima fuese posible -pronostican los
climatólogos- la atmósfera debería contener una concentración de dióxido de
carbono que fuese entre el doble y catorce veces mayor que la actual; valor que
encaja con los datos obtenidos por los geólogos.
¿El
factor desencadenante? Una avalancha en el manto, una inyección de material
frío procedente de la corteza pudo alterar la pauta circulatoria del núcleo. No
carece de fundamento la explicación, porque los geólogos saben que en aquella
época desaparecieron las inversiones magnéticas, señal irrefutable que algo
sucedía en el núcleo. Aunque sugestiva, la hipótesis no está confirmada con
datos incuestionables. El descifrado de las causas de los climas extremos de la
Tierra no ha hecho más que empezar.