Santiago
Ramón y Cajal, el fundador de la neurociencia moderna, concluyó, tras una meticulosa observación de las neuronas, que:
“las vías nerviosas son algo fijo, acabado, inmutable. Todo puede morir, nada
renacer”. Dicho con otras palabras, un cerebro humano adulto no puede formar
neuronas nuevas; esa idea ha constituido un principio fundamental de la
neurobiología moderna. Incluso la lógica parecía apoyarla: si el cerebro almacena
información en redes neuronales, insertar células en medio podría anular
nuestra capacidad para recuperar la información y, en consecuencia,
podría alterar los recuerdos. Como sucede a menudo en la ciencia, nuevos datos,
que complementan a los antiguos, contradicen la lógica. Se han aportado pruebas
contundentes de que algunas regiones del cerebro adulto siguen formando
neuronas a lo largo de toda la vida.
¿Qué
función cumplen las neuronas nuevas? Las del hipocampo (una región del cerebro
que interviene en el aprendizaje, la memoria y las emociones) participan en la
capacidad para distinguir experiencias parecidas. Para que los recuerdos no se
mezclen, el cerebro codifica las características de los sucesos de tal manera
que puedan distinguirse unos de los otros, un proceso que los expertos llaman separación
de patrones. Mazen Kheirbek y René Hen han elaborado una hipótesis para
explicar cómo lo hacen. Las nuevas neuronas refuerzan los detalles que diferencian
la experiencia antigua de la nueva similar; ayudan, por lo tanto, a registrar los recuerdos como únicos y a evitar confundirlos con los
posteriores; permiten así diferenciar los escenarios potencialmente peligrosos
de otros semejantes, carentes de riesgo. Sin neuronas nuevas, los acontecimientos
novedosos se solaparían con los recuerdos de los antiguos, se confundiría la
percepción de ambos: reinaría la confusión.
¿Cuál
será, entonces, la consecuencia de una producción insuficiente de neuronas nuevas?
El fomento de los trastornos de ansiedad. Dicho con otras palabras, la ausencia
de separación de patrones puede hacer que una persona confunda una situación
sin riesgo con una vivencia atemorizante vivida en el pasado. Una sugerente
observación apoya esta conclusión: los tratamientos que frenan la formación de
neuronas suprimen los efectos ansiolíticos del fármaco Prozac. Si la hipótesis de
los profesores Kheirbek y Hen fuera cierta, favorecer la aparición de neuronas nuevas ayudaría a corregir los defectos producidos en la separación
de patrones, fallos que pueden desencadenar pánico (trastorno por
estrés postraumático) o provocar ansiedad. Optimistas, albergamos la esperanza que
futuros fármacos -que favorezcan la neurogénesis- alivien a los sufridos
pacientes de estas patologías.