En
las noches de verano, en medio de la Vía Láctea, luce la hermosa constelación
del Cisne. Los afortunados que contemplaban esa región del cielo el 29 de
agosto de 1975 se llevaron una sorpresa: atónitos vieron aparecer, de repente, una
nueva estrella (de nombre nova V1500), que brillaba tanto como Deneb, la más
brillante estrella de la constelación. ¿Qué había sucedido?
Los
astrónomos tienen una teoría razonablemente contrastada para explicar el
fenómeno. Para que se encienda una nova se
necesita una pareja de estrellas próximas -una binaria la llaman los expertos-
que tengan masas distintas. La mayor consume su combustible nuclear más deprisa
que la menor; cuando lo agota, se vuelve una gigante roja, se expande y se
traga la pequeña. Dentro de la envoltura gaseosa común, ambas estrellas continúan
rotando y acercándose. Agotado el combustible, la estrella grande se transforma
en una enana blanca, mientras que su compañera permanece inalterada. Puede
ocurrir, y de hecho sucede muchas veces, que la compañera pierde materia que
cae sobre la enana blanca, cuya gravedad la comprime y calienta hasta que,
cuando la cantidad centuplica la masa de la Tierra, se alcanza la temperatura de
fusión del hidrógeno; se produce entonces una reacción en cadena, una explosión
que aumenta el brillo de la enana blanca: llamamos nova a este fenómeno, que
acaba cuando la enana blanca agota el combustible nuclear que le proporcionó la
otra estrella. Sí, la bola de fuego, que nos sobrecoge en las explosiones
nucleares terrestres, se repite –a gran escala- en las estrellas.
No
confunda -el instruido lector- las supernovas con las novas: se trata de procesos
diferentes. Por lo de pronto la energía que interviene en éstas es entre un
millón y cien mil veces menor que aquéllas. Además, la supernova es única: se
destruye una estrella; en cambio una enana blanca puede generar múltiples sucesos
nova mientras siga habiendo materia disponible en su compañera. Y no es un
fenómeno raro: los astrónomos detectan una o dos cada año; no es para menos
porque dos de cada tres estrellas, aproximadamente, son binarias.
Si
al educado lector le interesa la astronomía fíjese en la estrella más brillante
del firmamento, la hermosa estrella Sirio de la constelación del perro: es un binaria,
consta de Sirio A estrella visible a simple vista y Sirio B, una enana blanca invisible
para el ojo desnudo.