El
otro día me encontré con un compañero muy preocupado: su médico le había hallado
un nódulo en el tiroides. Intentaba disimular que estaba aterrorizado. ¿Tenía
un cáncer? ¿Sería benigno o maligno? Probablemente el estudiado lector conocerá
el lugar donde se sitúa la glándula tiroidea -en el cuello- y su función:
producir la hormona tiroxina encargada de aumentar el metabolismo general y,
por lo tanto, estimular la producción de energía y de los componentes
corporales. Hasta aquí todo correcto; pero, qué ocurre con el cáncer de
tiroides, porque el nódulo –para mi amigo- era sinónimo de cáncer. El hombre estaba intranquilo, le urgía que
le extrajesen tan incómodo compañero. Había consultado a varios médicos y escuchado
opiniones contradictorias: también se hallaba confuso. Para sorpresa mía, más
de un galeno se había mostrado de acuerdo con la operación sin más preámbulos;
paciente que tiene un nódulo: candidato al quirófano.
Expondré
los datos que ha publicado el doctor G. Hennemann, uno de los mejores expertos mundiales
del tema. El eminente profesor estima que, si se hiciese una ecografía a toda
la población, hallaría nódulos tiroideos en un veinte por ciento del total;
para no exagerar, acepta que sólo cuatro de cada cien tienen un nódulo
solitario diagnosticable en clínica. Merece la pena detenerse en los números: cuarenta
mil personas de cada millón tienen un nódulo tiroideo, cuarenta de cada millón
tienen cáncer de tiroides, cuatro de cada millón pueden morir de su cáncer si
no se las trata. Si se extirpasen todos los nódulos tiroideos habría que operar
a cuarenta mil personas: se quitarían cuarenta cánceres y se evitaría la muerte
de cuatro personas; por otro lado, es absolutamente seguro que las complicaciones
que se habrían producido en las cuarenta mil intervenciones quirúrgicas serían más peligrosas. Si extirpáramos todos los nódulos tiroideos, el remedio
sería peor que la enfermedad. Y aún no he mencionado los
posibles problemas que reporta al operado la ingestión de la hormona tiroidea durante
toda la vida. Hay que separar, por lo tanto, de los cuarenta mil enfermos de cada millón que
tienen un nódulo en el tiroides, los que sepamos con certeza que tienen cáncer o que tienen alta probabilidad de padecerlo; y extirpar solamente éstos.
Nada más tengo que argumentar; el sufrido lector deducirá las conclusiones oportunas.