Cuando un presumido lector se mira en un espejo separado de él un metro, se ve tal y como era
seis nanosegundos antes, el tiempo que tarda la luz en recorrer esa distancia.
De igual forma los astrónomos contemporáneos no tiene que hacer cábalas sobre
el pasado del universo: lo contemplan a través de sus telescopios. Y ya
disponen de una instantánea que data cuatrocientos mil años después del Big-bang: la radiación del fondo cósmico de microondas; también cuentan con
imágenes de las galaxias mil millones de años posteriores al instante inicial. Entre
aquélla y éstas queda un gran hueco, una edad oscura, un intermedio entre el
fin de la gran explosión que originó al universo y el bullicioso cosmos del
presente; se engaña quien la considere una época sombría, pues algo fundamental
sucedió en este intervalo; las fuerzas gravitatorias convirtieron el plasma primordial
en el variopinto zoo celeste que hoy observamos. La situación me recuerda a un
álbum de fotos de un amigo que pasara de las primeras imágenes del feto -tomadas
con ultrasonidos- a las fotografías de la adolescencia y madurez; notaría rápidamente
la ausencia de las páginas de la infancia, las mismas páginas perdidas que
buscan los astrónomos en el álbum fotográfico cósmico.
Según
la teoría del Big-bang el joven universo constaba de un plasma caliente: una
sopa de protones, electrones y fotones en perpetuo choque que, a medida que el cosmos
se expandía, se enfriaba, hasta que los protones y electrones se combinaron
para dar un gas de átomos de hidrógeno al llegar a los tres mil grados; en ese momento los
fotones dejaron de interaccionar con la materia de forma intensa y se
convirtieron en el fondo de microondas. Si bien nuestro
planeta está formado por átomos, no sucede lo mismo con la materia común del
universo presente: consta de un plasma de protones y electrones. ¿Quién ionizó los
átomos de nuevo? La contestación resulta obvia, la radiación de las primeras
generaciones de estrellas lo hizo; comenzó su labor cuando el universo contaba
con cien millones de años de edad y había completado el trabajo, a los mil
millones de años, cuando las grandes galaxias ya se habían formado. ¿Tiene algún interés el estudio de esta época, de esta edad oscura? Los astrónomos esperan que
muestre, paso a paso, cómo, a partir de la materia amorfa, aparecen las estrellas
y las galaxias. No es poco.