Al
cabalista lector que disfruta con la magia de los números le propongo un acertijo.
¿Qué relación guardan 1910, 1986 y 2061? ¿No lo ha adivinado? Se trata de los
años en los que el cometa Halley se aproxima a la Tierra; y me refiero a la
cita de nuestro planeta con un pequeño objeto -de quince por ocho por ocho
kilómetros de tamaño- que, al acercarse al Sol y calentarse, se rodea de una
brillante cabellera primero y de una primorosa cola después; y que, al alejarse,
se enfría y vuelve invisible. No todos los cometas son igual de inofensivos; un
fragmento de ochenta metros de tamaño del cometa Encke chocó con la Tierra en
el año 1908: provocó una explosión de una potencia comparable a la de una bomba
nuclear que, afortunadamente, no causó víctimas por producirse en Tunguska, un
lugar deshabitado de Siberia.
Los cometas aparecen a su ilusionado descubridor como un
punto luminoso moviéndose sobre el fondo de las estrellas fijas, a enorme
distancia del Sol. La
mayoría proceden de una nube (de Oort apellidada) que alberga los restos de la
nebulosa con la que se formó el sistema solar; el origen de la minoría se encuentra
más próximo, en el cinturón de Kuiper, el anillo de escombros ubicado un poco más
allá de la órbita de Plutón. En el pasado mensajeros de los dioses que
anunciaban funestos presagios, en el presente causa de temibles colisiones cuando
se encuentran con la Tierra. Los cometas son cuerpos sólidos cuyo núcleo -de hielos,
polvo y rocas- con su cabellera -la atmósfera de gas y polvo que lo envuelve-
es lo primero que ve el noctámbulo observador del firmamento; a continuación,
cuando el astro se acerca al Sol y se calienta, los hielos subliman y los gases,
azotados por el viento solar, generan una cola que se extiende millones de
kilómetros. Como el avisado lector ya habrá deducido cada vez que el cometa se aproxima
al Sol pierde material volátil hasta que, tras miles de órbitas, agota su
combustible y se apaga: se convierte en un asteroide; pero antes de hacerlo
podemos admirar las estrellas fugaces con las que nos saluda: que eso son los
fragmentos que el cometa ha dejado en su trayectoria y que, cuando la Tierra la
atraviesa, penetran en nuestra atmósfera.
No.
Los cometas no son seres amables y compasivos, sino sólo brillantes
alucinaciones de la noche, eternos fantasmas en el cielo quimérico, blancas
mentiras en la oscura nada.