sábado, 31 de mayo de 2014

Enfermedades tropicales desatendidas

Son la vergüenza de la humanidad y la mayoría se pueden prevenir de forma barata; sin embargo, siguen matando porque ya sólo afectan a los más pobres de los países más pobres. Una gran variedad de agentes patógenos causan las diecisiete enfermedades tropicales desatendidas: los virus (el dengue y la rabia), las bacterias (la úlcera de Buruli, la lepra, el tracoma y el pian), los protozoos (la enfermedad de Chagas, la tripanosomiasis africana humana y la leishmaniasis) y los gusanos helmintos (la cisticercosis, la dracunculiasis, la equinococosis, las nematodiasis transmitidas por alimentos, la filariasis linfática, la oncocercosis, la esquistosomiasis y las helmintiasis transmitidas por el suelo).

En el año 2013 la directora general de la Organización Mundial de la Salud ha anunciado un progreso sin precedentes en su prevención y ha puesto plazos para la eliminación de varias. Los datos justifican su optimismo. Entre enero y septiembre de 2012 se registraron quinientos veintiún enfermos de dracunculiasis, en el mismo periodo de 2011 había un millar, en la década de 1980 eran más de tres millones y medio cada año: un simple filtrado del agua evita el gusano que provoca fuertes dolores y deformaciones. Entre 1952 y 1964 se trató a cincuenta millones de afectados por el pian, una enfermedad hermana de la sífilis y tratable con antibióticos: hay medio millón de infectados actuales. En 1988 se registraron trescientos cincuenta mil casos anuales de la enfermedad del sueño, una tripanosomiasis transmitida por la mosca tse-tsé en África subsahariana que puede ocasionar la muerte, hace una década había treinta mil, en 2011 siete mil.

Recordaré otros datos para apreciar la magnitud del problema. Mueren cincuenta mil personas al año de rabia: existe vacuna. El tracoma afecta a más de veinte millones de personas, a más de un millón de las cuales deja ciegas: la infección es fácilmente tratable con antibióticos. La filariasis desfigura (elefantiasis) a cuarenta millones de personas. La oncocercosis -moscas transmiten el gusano que la produce- es la segunda causa de ceguera en el mundo. La esquistosomiasis es tratable con un antiparasitario. Las helmintiasis transmitidas por el suelo son producidas por diferentes especies de gusanos que se transmiten por huevos presentes en las heces humanas: infectan a alrededor de dos mil millones de personas.

El dengue constituye la excepción a la mejora: su incidencia se ha multiplicado por treinta en los últimos cincuenta años; transmitido por un mosquito, puede ocasionar la muerte y tiene un potencial epidémico mundial.

sábado, 24 de mayo de 2014

Medir terremotos

Los terremotos probablemente sean los fenómenos geológicos más destructivos, tanto, que un seísmo puede desestabilizar a un estado. Sucedió en Esparta. Los campesinos, llamados ilotas, eran considerados una propiedad adscrita a la tierra que formaba parte de los bienes de los aristócratas; podían casarse y procrear, quedarse con el fruto de su trabajo y era ilegal comerciar con ellos; pero la crueldad de sus amos era tan extrema que incluso había rituales para su parcial exterminio. En el año 464 antes de la era cristiana un seísmo de gran intensidad (siete con dos décimas) arrasó la ciudad, ocasionó la muerte de más de veinte mil espartanos y provocó el caos: los ilotas aprovecharon la oportunidad para sublevarse; la rebelión, que duró diez años, alcanzó tales proporciones que la hicieron merecer el nombre de tercera guerra mesenia.

Sí, quizá los seísmos sean el fenómeno geológico más catastrófico; contabilizamos siete que superan los cien mil muertos en el segundo milenio de nuestra era; y el riesgo ha aumentado en el siglo XXI: más de la mitad de las ciudades con un millón de habitantes están a menos de doscientos kilómetros de un foco sísmico peligroso. Aunque el número de fallecidos es una manera de medir la magnitud de los terremotos, los científicos prefieren emplear escalas menos tétricas. Un terremoto es una sacudida brusca de la corteza terrestre, una liberación de energía acumulada en una falla (una región fracturada) que se propaga mediante ondas; por ello la escala que mide la cantidad de energía liberada –apellidada de Richter- es la más empleada. Presenta un grave inconveniente: todos los terremotos grandes presentan magnitudes similares; por ello los geólogos la han sustituido por otra, la escala de magnitud del momento sísmico, que coincide con su predecesora en los seísmos pequeños (inferiores a siete). Es habitual que la prensa comunique la magnitud de un terremoto en la escala de Richter; lo que no constituye un error en los terremotos de intensidad pequeña. En cualquier caso, se trata de escalas logarítmicas: lo que significa que el aumento (o disminución) de una unidad supone que el terremoto es treinta y dos veces más (o menos) energético.

Ya puedo indicar, al amante de estadísticas, que la magnitud de los siete seísmos más trágicos del milenio pasado estaba comprendida entre ocho y siete con tres décimas; y que, como media anual, se produce en nuestro planeta un terremoto de magnitud mayor que ocho y quince entre siete y ocho. ¡Que no está nada mal!

sábado, 17 de mayo de 2014

Las esponjas, filtros vivientes


Sí, el escritor sabe que, después de la Biblia, los libros más vendidos en toda la historia son los de Harry Potter; sin embargo, confieso que, como literatura infantil, prefiero los cuentos sobre animales antes que sobre niños aprendices de mago; los cisnes que aparecen en los cuentos de Andersen, incluso los leones, zorros, cuervos o conejos de las fábulas de Samaniego se hallan más cerca del mundo de los sueños y por ello están más cerca de mi sensibilidad. En fin, allá cada uno con sus gustos literarios. Y este zoófílo preámbulo viene a cuento de unos animales que ni siquiera lo parecen; hasta el 1765 los humanos consideramos plantas a las esponjas.

Son muy escasos los animales que se alimentan de esponjas; los biólogos alegan dos razones: su toxicidad y su esqueleto que contiene espículas (de calcita o sílice). Cierto, las esponjas poseen una variedad sorprendente de toxinas, que usan para evitar su depredación y que están siendo investigadas para su posible empleo terapéutico debido a sus propiedades antiinflamatorias (algunos terpenos) y antitumorales (ciertos arabinósidos y halicondrinas).

Se trata de unos animales extraordinariamente sencillos que abundan en muchos hábitats marinos  y que toleran la contaminación, pues acumulan hidrocarburos, metales pesados y detergentes sin daño aparente. Una de las características más sorprendentes de las aproximadamente nueve mil especies de esponjas es que carecen de tejidos, a diferencia del resto de los animales: tanto es así que la mayoría de sus células corporales pueden transformarse en otra cualquiera. También son los únicos miembros del reino animal que carecen de sistema nervioso, por no tener si siquiera tienen una forma definida, pues son un saco con una abertura grande en la parte superior, por donde sale el agua, y muchos poros más o menos pequeños en las paredes, por donde entra. Habitualmente fijas sobre las rocas se alimentan de plancton y partículas orgánicas en suspensión que contiene el agua que filtran, ¡y vaya que lo hacen!: una esponja de diez centímetros de altura y uno de diámetro filtra veintidós litros y medio de agua diarios.

Quizá porque la utilicé como esponja de baño cuando era niño, le tengo una extraordinaria simpatía a la Spongia officinalis; a mediados del siglo XX, la pesca abusiva y las epidemias redujeron drásticamente el volumen comercializado de esta especie, una decadencia acentuada por la aparición de las esponjas sintéticas de poliuretano.

sábado, 10 de mayo de 2014

Útiles y peligrosos infrasonidos


Nadie duda de la importancia del sonido para la comunicación. Los humanos tenemos un oído capaz de captar ondas sonoras de una frecuencia comprendida entre veinte y veinte mil hertzios. Sabemos que delfines y murciélagos emiten sonidos a frecuencias superiores (ultrasonidos), ¿existen también sonidos naturales (infrasonidos) cuya frecuencia sea menor? Seguro; y los detectan muchos animales, pero no nuestro oído. Un elefante los emplea para avisar a otro, alejado cuatro quilómetros; los rugidos de los tigres contienen infrasonidos que tienen un efecto paralizante en sus presas; los perros oyen silbatos inaudibles por nosotros; los rinocerontes y jirafas captan los infrasonidos de la lluvia lejana; más aún, probablemente muchos animales captaron los infrasonidos producidos por el maremoto del océano Índico en 2004, y escaparon. Además de los maremotos, los ciclones, vientos, turbulencias atmosféricas, la entrada de meteoritos en la atmósfera, las tormentas marinas, olas, erupciones volcánicas y terremotos también los generan; si añadimos que su alcance supera con creces al de los sonidos (en el aire las ondas de mil hertzios recorren siete kilómetros, las de un hertzio tres mil) el lector prudente apreciará la importancia de su detección para prevenir los desastres naturales.

Los motores, los sistemas de ventilación o calefacción, y el movimiento de grandes masas en una industria también producen infrasonidos; igual que los sonares de baja frecuencia (LFAS), cuya elevada potencia de emisión, probablemente, desorienta o mata a ballenas y demás cetáceos. Y no sólo a ellos; los efectos fisiológicos de los infrasonidos -producen resonancias- en el cuerpo humano apenas se están comenzando a descubrir. Los síntomas de la exposición son alarmantes: pérdida de equilibrio y de visión, dificultad de respiración y habla, dolor e incluso daño; temporalmente, desorientación, náuseas y pérdida de control de los esfínteres. No puede sorprendernos que el bajo rendimiento laboral, el fracaso escolar o los accidentes de tráfico acompañen a los sufridos receptores. Parece que existen dos frecuencias críticas: las ondas de siete hertzios impiden el trabajo intelectual y las de doce provocan malestar (incluso a intensidades y tiempos de exposición pequeños). Unos datos nos certifican su peligrosidad: si su intensidad supera ciento ochenta decibelios desgarran los pulmones; entre ciento veinte y ciento cuarenta probablemente causan la fatiga de automovilistas y aviadores; sólo los inferiores a ciento veinte resultan inocuos. Adivino que al sorprendido lector no le extrañará que se hayan construido armas con infrasonidos, ni que se proyecte utilizarlos para disolver multitudes.

sábado, 3 de mayo de 2014

Ratas topo desnudas: la suerte de la fea la hermosa la quisiera


La rata topo desnuda africana (Heterocephalus glaber) es una criatura ciega, sin pelo, de aspecto repulsivo y del tamaño de un dedo. En contrapartida a su fealdad, la naturaleza la ha dotado de un organismo privilegiado. Los científicos creen que estos roedores guardan el secreto de la supervivencia tras un ataque al corazón o un derrame cerebral. Fijémonos en su estilo de vida: imagínese doscientos individuos en una caja de zapatos enterrada cuatro metros bajo tierra; en colonias, apretados en túneles subterráneos, las ratas topo lampiñas sobreviven en condiciones extremas. Sus habitáculos no son solo pobres en oxígeno, sino ricos en dióxido de carbono; en tales condiciones la mayoría de los animales enfermarían; sin embargo, ellas son capaces de soportar media hora de hipoxia extrema sin que sus células cerebrales queden dañadas (ningún mamífero aguanta tanto sin respirar). Sí, estos feos animalitos pueden darnos importantes pistas sobre cómo mantener el cerebro vivo cuando el oxígeno es escaso; los fisiólogos han encontrado la estrategia que usan las ratas topo desnudas para tolerar la falta de oxígeno: durante la ausencia de oxígeno cierran los canales de calcio que tienen las células del cerebro, y así protegen a las células de una sobredosis de calcio que resulta letal; se trata del mismo mecanismo que tienen los humanos recién nacidos y que los adultos hemos perdido.

La rata topo lampiña no solo tiene una longevidad asombrosa (vive veintitrés años de media, frente a los ocho del resto de los roedores), sino que, además, no muestra síntomas de envejecimiento; su organismo parece desafiar las leyes de la biología: por un lado, sus células no acusan síntomas del estrés oxidativo, que está vinculado al proceso de envejecimiento, por otro, los extremos de sus cromosomas son excesivamente cortos, lo que debería impedir su longevidad.

¿Por qué este singular animal no desarrolla cáncer de piel? Andrei Seluanov y Vera Gorbunova sospecharon que una variedad del ácido hialurónico (HMW-HA), un azúcar involucrado en la reparación del tejido que abunda en las células cutáneas de la rata topo desnuda, evita que las células cancerígenas se dividan. Para comprobar su hipótesis suprimieron el HMW-HA: el tejido se volvió susceptible al cáncer. Afortunadamente ya se usan variedades del ácido hialurónico para aliviar el dolor de la artritis en las articulaciones de las rodillas y como relleno cosmético en las arrugas; esperemos que también resulten anticancerígenas.