Como
sabrá el lector inteligente, la cantidad de energía, en forma de radiación
solar (visible e invisible), que llega a la parte externa de la atmósfera
terrestre –la constante solar-, resulta fundamental para la determinación del
clima de nuestro planeta. Sin embargo, el aparentemente inmutable Sol no lo es
tanto, unas veces tiene más manchas en su superficie y otras menos, y esta
actividad se presenta en ciclos repetitivos cuya duración media alcanza los
once años. Los cambios afectan a la luminosidad de la estrella: si a lo largo
de un ciclo medimos la constante solar notaremos que, en contra de lo que
pudiera parecer, no hace honor a su nombre: su valor (mil trescientos sesenta y
seis julios cada segundo y metro cuadrado) muestra minúsculas oscilaciones de
una unidad.
Con
variaciones de la constante solar de apenas una décima por ciento, colegimos
que los efectos sobre el clima deben resultar insignificantes.
¿Insignificantes? Dos astrónomos Pablo Mauas y Andrea Buccino se unieron con el
hidrólogo Eduardo Flamenco para estudiar si la actividad solar influye en el
caudal de los ríos; excelentes indicadores climáticos porque integran
precipitaciones, almacenamiento subterráneo de agua, evaporación y
transpiración de grandes regiones. Se fijaron en uno de los mayores del mundo:
el Paraná cuya cuenca, de tres millones cien mil kilómetros cuadrados, se
extiende por Brasil, Bolivia, Argentina, Paraguay y Uruguay. Los investigadores
consiguieron datos sobre las mediciones diarias del caudal del río Paraná,
registradas desde 1904, y tomaron el ciclo de las manchas solares como
indicador de la intensidad de la energía emitida por el Sol. A partir de estos
datos, hicieron un análisis estadístico para comparar la actividad solar con el
caudal anual del río: el resultado reveló una relación directa. Los períodos
con mayor actividad solar y, por lo tanto, con mayor irradiación, coinciden con
los períodos en los que el caudal del Paraná aumenta. Estos estudios son un
primer paso para hacer pronósticos acertados sobre las condiciones agrícolas y
energéticas de la región, y predecir inundaciones antes de que se produzcan; no
se trata de asuntos baladíes, durante la última inundación, en 1997, el agua
cubrió ciento ochenta mil kilómetros cuadrados de tierra, hubo que evacuar a
ciento veinte mil personas y veinticinco murieron; el coste de las tres mayores
inundaciones del Paraná durante el siglo XX superó los cinco mil millones de
dólares. Sobra cualquier comentario sobre la importancia de predecir una
catástrofe antes de que se produzca.