Escarabajos,
mosquitos y orugas causan daños a las cosechas y transmiten enfermedades; al
lector ingenuo no le extrañará, por tanto, que más de la mitad de los plaguicidas
sean insecticidas. Espoleados por las demandas de los agricultores y de los
médicos, los químicos han descubierto una gran variedad insecticidas: los organoclorados
(DDT, endrin, lindano) son venenosos, permanecen años en el ambiente antes de
ser destruidos y se acumulan en los seres vivos; los organofosforados (malation,
paration) son muy venenosos, tanto como el arsénico o el cianuro, pero aventajan
a los anteriores en que se degradan en días y no se acumulan en el cuerpo; debido
a ello su uso en agricultura ha aumentado enormemente después de la
prohibición de los organoclorados. Los carbamatos (carbaril y propoxur, de
nombres comerciales servin o Baygon) son poco tóxicos y poco persistentes (días),
pero resultan menos eficaces que los anteriores; se usan como insecticidas caseros.
Los piretroides, sustancias manufacturadas parecidas a las piretrinas que se
encuentran en los crisantemos, también son poco tóxicos y poco persistentes; se
aplican a las cosechas, jardines, animales domésticos y también directamente a los
humanos.
Parémonos en analizar las ventajas e inconvenientes del DDT, uno de los primeros insecticidas sintéticos usado ampliamente en el mundo. A Paul Hermann Müller le concedieron, en 1948, el premio Nobel de Fisiología y Medicina por su descubrimiento porque desde que comenzó a usarse, en el año 1939, salvó la vida de millones de personas; en la India y en el año 1952 había setenta y cinco millones de enfermos de malaria, doce años más tarde, después del uso del insecticida, sólo cien mil. El DDT, además de proteger las cosechas, ha prevenido numerosas enfermedades mortales transmitidas por insectos; como la malaria, la peste o el tifus. Durante un tiempo se ignoraron sus perjuicios, que no se valoraron hasta las últimas décadas del siglo XX. Tarda siglos en degradarse, se almacena en la grasa de los animales y se acumula a lo largo de la cadena trófica (en la que nosotros participamos). Concretando; las aves y peces depredadores -que nosotros comemos- almacenan en su cuerpo concentraciones de DDT que los envenenan y pueden matarlos; además, ha disminuido su eficacia insecticida porque algunos mosquitos han desarrollado resistencia; por si fuera poco, la IARC, agencia de investigación del cáncer dependiente de la ONU, ha clasificado al DDT como probablemente cancerígeno. De beneficioso se convirtió en perjudicial y algunos países prohibieron su uso.