¿Es el mismo Sol, es la misma luna, son las mismas estrellas que vieron nuestros padres, nuestros cónyuges, nuestros hijos, nuestros amigos? La velocidad de la luz, como la de cualquier onda electromagnética, radio y televisión incluidas, rápida, pero no instantánea, nos juega malas pasadas, porque sólo nos permite percibir el pasado. Observe, de refilón, el lector intrigado al Sol, ¿ya? ¿Cree que ha contemplado el astro rey en este mismo instante? Yerra. La luz que ha llegado a sus ojos salió del Sol hace ocho minutos; si nuestra estrella explotase en este momento, tardaríamos ocho minutos en percatarnos: el presente permanece impenetrable. ¿Qué sucedía en nuestro pequeño planeta, quizá se pregunte el observador curioso, cuando las estrellas emitieron la luz que ahora contemplamos durante la noche?
Abramos la segunda parte de don Quijote de la Mancha y detengámonos en el capítulo cuarenta y uno: con gracia inimitable Sancho nos cuenta el viaje imaginario que hace, en un ingenioso vehículo apellidado Clavileño, a las siete cabritillas, por otro nombre cúmulo estelar de las Pléyades: antes que Julio Verne, Cervantes concibe un viaje interestelar tripulado. Coincidiendo, aproximadamente, con el nacimiento del inmortal novelista, hace cuatrocientos cincuenta años, la luz que ahora vemos emigró de las Pléyades, un grupo de estrellas jóvenes formadas cuando los dinosaurios moraban en la Tierra.
Orión es una de las más hermosas constelaciones del cielo; al escritor le encanta salir de su casa las noches despejadas de invierno, mirar al sur, levantar la cabeza y observar al majestuoso Cazador en el firmamento: Betelgeuse, la estrella más brillante de la constelación, es una supergigante roja. Cuando la luz que ahora observo abandonó la estrella, probablemente hace algo más de seiscientos años, la peste negra mataba a un tercio de la población en una Europa asolada por las guerras; Petrarca escribía en Italia; la península ibérica estaba dividida en los reinos Castilla, Aragón, Portugal, Navarra y Granada.
Si es en el verano cuando el noctámbulo observador levanta sus ojos al cielo, encima de su cabeza, en medio de la Vía Láctea, hallará la bella constelación del Cisne; la estrella más brillante de la constelación, Deneb, una supergigante blanca, es una de las más luminosas que se han catalogado; los astrónomos aún dudan de la distancia a que se encuentra, pero si es cierto el cálculo más creíble, cuando la luz que ahora vemos abandonó la estrella, hace mil cuatrocientos años, los visigodos vivían en España. ¡Y mira que ha llovido desde entonces!