La
senda que va desde las primeras coloraciones de tejidos con pigmentos que
proporcionaba la naturaleza, hasta la actual industria química ha sido
apasionante. La alizarina, un colorante extraído de las raíces de unas plantas (Rubia),
se halla en algunos vestidos del antiguo Egipto; durante siglos, este luminoso rojo
se utilizó profusamente en el Oriente próximo, recuerde el lector viajero el
característico color del fez turco o de los tapices asiáticos. Un antiguo tinte,
extraído de un arbusto (Indigofera) llamado índigo o añil, se usó en las
grandes civilizaciones antiguas, incluso coloreó el Tabernáculo hebreo. Sólo
los ricos podían pagar el desorbitado precio de los tejidos teñidos con púrpura;
se comprende el desmesurado valor porque para obtener un gramo y medio del
colorante era necesario sacrificar doce mil moluscos marinos (murex). La
cochinilla (un insecto) proporciona el carmín; hasta el siglo XIX, miles de
individuos, trabajando en condiciones infrahumanas, producían este estimado tinte
rojo en el antiguo imperio español de Méjico; la guerra de independencia, primero,
y posteriormente los químicos, que crearon sustitutos baratos, arruinaron la
industria.
Abandonados
los tintes naturales, actualmente la tintura textil se hace, sobre todo, con
colorantes artificiales, que han resuelto el problema de colorear fibras textiles
tan disímiles como el algodón, la lana o el poliéster. William Perkin inició la
historia en 1856 cuando, trabajando en un laboratorio, casualmente descubrió la
mauveína (la anilina púrpura); este ingenioso joven renunció a su puesto, creó
una empresa para explotar el descubrimiento del primer colorante industrial
sintético… y se hizo rico; el malva de Perkin se volvió muy popular, quienes
marcaban el estilo, la Emperatriz Eugenia de Francia o la Reina Victoria de
Inglaterra, se exhibieron con vestidos coloreados con él: la moda ya no
dependía de las materias primas naturales. El descubrimiento de la mauveína
inició la demanda de nuevos tintes textiles, que impulsó la creación de los
primeros laboratorios de investigación industrial; los descubrimientos químicos
en colorantes no sólo cambiaron las modas, también ocasionaron la diversificación
de la industria química que, a comienzos del siglo XX, ya fabricaba fármacos e
insecticidas, y poco después, películas fotográficas, fertilizantes y explosivos.
Tal
vez, al finalizar la lectura, el lector curioso, aún intrigado, se pregunte ¿qué
son los colorantes textiles? Moléculas medianas –no suelen llegar al medio
centenar de átomos-, capaces de proporcionar color a las fibras vegetales o
animales -constituyentes del tejido- con las que se unen. Nada más; conocido su
éxito, no es poco.