sábado, 25 de febrero de 2012

La lengua de los europeos prehistóricos

No me resisto a citar un experimento que realizó el psicólogo Wolfgang Köhler. Tome el lector curioso un bolígrafo y dibuje una estrella irregular. ¿Está? Dibuje otra silueta, en la que haya convertido los trazos rectos de la estrella en lóbulos. Ahora imagine que alguien llama a una figura booba y a la otra kikí. Trate de adivinar el nombre de cada una. Noventa y cinco de cada cien consultados asigna kikí a la estrella y booba a la forma redondeada. ¿Por qué? Y ya metido en asuntos filológicos, ¿se preguntó alguna vez cuál fue la lengua de los europeos prehistóricos?

Según la investigación lingüística reciente, pueblos emparentados con los vascos poblaron en el pasado casi toda Europa. Sus huellas todavía permanecen: muchos nombres geográficos de ríos, montañas, valles y lagunas provienen de lenguas preindoeuropeas que presentan muchas conexiones con el vasco (el lector erudito sabrá que el celta, latín, griego y casi todas las lenguas actuales de Europa son indoeuropeas). Sin ir más lejos: el Ebro, nombre de origen vasco, atravesaba una zona que en tiempos romanos hablaba ese idioma, que todavía se mantiene. Los vascones (designación latina de los vascos) pusieron esos nombres; se trataría de comunidades que sobrevivieron al período glacial en refugios de la región pirenaica, y desarrollaron una lengua común; y que, cuando los glaciares comenzaron a fundirse, se desplazaron hacia el norte y centro de un continente despoblado, dando nombre, allí, a los accidentes geográficos.

El estudio genético ha llegado a idéntico resultado: los actuales vascos no son un grupo biológico marginal, sin parentesco con el resto de los europeos; al contrario, su genotipo se halla en la población del continente. El oeste, centro y norte de Europa se repobló, después de la glaciación, desde un territorio ubicado entre el norte de España y el sur de Francia. Tres cuartos de los europeos actuales proceden, por vía matrilineal, de una población europea del período preglacial, estrechamente emparentada con los vascos.

Elisabeth Hamel, Theo Vennemann y Peter Forster han proporcionado una nueva interpretación de la colonización de Europa después de la última glaciación (cuyo apogeo data de hace veinte mil años). Al final de la glaciación se formó, en la región que abarca ambos lados de los Pirineos, la cultura magdaleniense, cuyos representantes -los vascones- repoblaron Europa tras el período glacial, y llevaron su lengua a todo el continente. No exageran al afirmar que todos los europeos somos vascos.

sábado, 18 de febrero de 2012

Leyes de circulación planetaria

No sólo los calendarios y estaciones, mareas y eclipses tienen una base astronómica, otros aspectos terrestres menos evidentes como el origen de los océanos o la causa de algunas extinciones biológicas masivas, también se explican recurriendo a los astros. El lector inteligente inmediatamente se preguntará, ¿cuántos astros hay en el sistema solar? Hago el inventario: una estrella, ocho planetas, cinco planetas enanos, ciento setenta y tres satélites, mil millones de asteroides y un billón de cometas componen nuestro vecindario astronómico. El observador diligente pronto se percata que el movimiento de todos estos objetos no es caótico, los astros siguen unas pautas, unas normas de circulación, que hemos llamado leyes de Kepler en honor a su descubridor.

La primera ley establece que los planetas se mueven alrededor del Sol por unos caminos –las órbitas-, que tienen la forma de una elipse, en la que el Sol no ocupa el centro, sino uno de los focos. Deducimos de esta norma que unas veces el planeta se encuentra más cerca y otra más lejos del Sol; la Tierra se encuentra cerca del astro rey durante el invierno y alejada durante el verano; si el lector candoroso se ha sorprendido recuerde que no es la proximidad a la estrella, sino la inclinación del eje de rotación terrestre, la que marca las estaciones.

La segunda ley afirma que la velocidad de los planetas aumenta cuanto más cerca están del Sol. Refiriéndonos a la Tierra: cuente el lector puntilloso los días del semestre que agrupa al otoño e invierno, y encontrará que tiene unos días menos que el semestre de la primavera y verano: nos movemos más rápidamente en invierno.

La tercera ley indica que el tiempo que tarda un planeta en recorrer su órbita es proporcional a su distancia media al Sol; o lo que es sinónimo, que los planetas lejanos se mueven más lentamente que los cercanos. Ningún lector longevo vivirá lo que dura el año de Neptuno, ciento sesenta y cuatro interminables años terrestres; en cambio a Mercurio, para los romanos el veloz dios del comercio, le llegan tres meses escasos para completar una vuelta alrededor de la estrella.

Las leyes elaboradas por un parlamento suelen acaban con anexos: a éstas les sucede lo mismo. Todos los planetas recorren su órbita alrededor del Sol, aproximadamente, en el mismo plano y en sentido contrario a las agujas del reloj (mirando desde el polo norte). Ya termino: no quisiera cargar con el incómodo sambenito de leguleyo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Buitres: la desgracia asoma su negro rostro

Al escritor le gusta la India no sólo por ser patria de Ghandi y lugar de románticas aventuras; Vislumbres de la India, un magnífico libro de Octavio Paz, mostrará al lector viajero la idiosincrasia de este exótico país de violentos contrastes. Quien lo visite hallará lujo y pobreza, sensualidad y ascetismo, además de una ingente pluralidad de lenguas, de castas y religiones: hindúes y musulmanes, budistas, sijs y seguidores de Zoroastro. A esta reducida comunidad me voy a referir y también a ochenta millones de colaboradores suyos, a punto de extinguirse.
La vaca, sagrada para los hindúes, tradicionalmente se arrojaba, al morir, en enormes cementerios que alimentaban a los buitres; también los parsis, que consideran sagrado, la tierra y el fuego, dejaban los cadáveres humanos al aire, para que los buitres dejasen los huesos mondos. Ochenta millones de estas magníficas aves poblaban los cielos del subcontinente indostánico en 1992; limpiaban la carroña, oficiaban de desinfectantes y constituían una pieza fundamental de la pirámide alimentaria para mantener limpio el ecosistema. Damos un salto en el tiempo y nos trasladamos al 2010, en apenas veinte años los buitres indostánicos están a punto de extinguirse: su tasa de desaparición es la mayor de todas las aves, y una de las especies sólo cuenta con once mil ejemplares en la India.
Las vacas muertas que antes alimentaban a los buitres, ahora se pudren al Sol o son comidas por los perros. ¿Consecuencias? Medio millón de perros callejeros deambulan por los suburbios de Bombay, por lo que no puede extrañarnos que sólo en esta ciudad se registre la mitad de los casos de rabia del mundo; además, la cantidad de canes ha provocado la expansión de la población de leopardos que se alimenta de ellos… y que no desdeña echarle el diente a alguna persona. Cincuenta muertos humanos por ataques de felinos y doscientos cincuenta leopardos sacrificados son el trágico balance, en la última década, de esta convivencia forzada.

No resultó fácil encontrar la causa de la desaparición de los buitres indostánicos; sólo recientemente la paciente labor investigadora de los zoólogos tuvo éxito. Averiguaron que el diclofenaco, un analgésico antiinflamatorio usado por los veterinarios para tratar el ganado vacuno enfermo, provoca la muerte de estas aves. Para atajar el desastre el gobierno indio ya ha prohibido el uso del medicamento, pero, lamentablemente, la población no acata la orden. Naturalistas entusiastas pretenden reintroducir la especie: les deseo éxito.

sábado, 4 de febrero de 2012

Calendarios y climas

Muchas revoluciones ha habido a lo largo de la historia de la humanidad; religiones que parecían imperecederas han desaparecido, se formaron imperios que se consideraban invencibles -sumerios, egipcios, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, bizantinos, chinos, hindúes, incas, aztecas, árabes, turcos o europeos- y cayeron. El amanuense, después de estas reflexiones y otras parecidas, se pregunta cuáles fueron las revoluciones esenciales que marcaron de manera indeleble el destino de la humanidad. Señalaría tres. La primera consistió en el invento del lenguaje simbólico; los cazadores recolectores del paleolítico dieron el paso que los diferenció de sus antecesores para volverlos hermanos nuestros: comenzaron a pensar de forma consciente. El invento de la agricultura produjo la segunda gran revolución; porque no sólo cambió la manera de alimentarnos, sino también nos volvió sedentarios, ciudadanos y permitió que emergiese la civilización. De la tercera revolución, la científica, resaltaría la aparición de una tecnología científica que nos ha permitido extendernos por todo el orbe y afectar a todos los ecosistemas terrestres; el futuro mostrará si para bien o para mal.

Este largo preámbulo se debe a que, desde que los humanos inventamos la agricultura, necesitamos determinar el tiempo adecuado para la siembra y la cosecha, dicho con otras palabras, tenemos que construir calendarios. En el año cuarenta y seis antes de Cristo, Julio César encargó a Sosígenes de Alejandría que reformase el deficiente calendario romano. El astrónomo propuso que el año debía durar trescientos sesenta y cinco días con veinticinco centésimas, y recomendó la adición de un día extra cada cuatro años. El elogiable intento superó ligeramente el valor real: trescientos sesenta y cinco días con doscientas cuarenta y dos mil ciento noventa y nueve millonésimas. Tan mínima diferencia carece de importancia durante un tiempo; pero en el siglo XVI había diez días de desfase. ¿Qué hacer? En 1582 el papa Gregorio III decretó otra reforma: fijó el número anual de días en trescientos sesenta y cinco con doscientas cuarenta y dos mil doscientas millonésimas; y estipuló que los años centenarios serían bisiestos cuando fuesen divisibles por cuatrocientos. La intromisión de una autoridad religiosa en asuntos civiles se saldó con un desbarajuste temporal pues los países católicos, los protestantes y los ortodoxos siguieron, cada uno, calendarios diferentes (Alemania y Gran Bretaña se incorporaron al nuevo calendario en el siglo XVIII y Rusia en 1917).

Esta anécdota muestra la necesidad de medir el tiempo que tarda la Tierra en completar una vuelta al Sol y también nuestra dificultad para lograr imprescindibles consensos.