sábado, 29 de octubre de 2011

El desorden: la ley que gobierna los cambios

   ¿A que se deben los cambios que suceden en la naturaleza? Esbozo los atinados argumentos que Peter Atkins revela en el libro “La creación”. Como en un proceso real, ya sea un rayo o la caída de una hoja, participa un número muy grande de partículas, cualquier cambio probablemente aumentará el desorden del conjunto, por la misma razón que, después de barajar, las cartas aparecen más desordenadas. El aumento de desorden, que ocurre continuamente en el cosmos, constituye un simple enunciado de probabilidades a escala molecular. Admitamos entonces que en la base de todo cambio se halla una aproximación al caos; esta tendencia explica entonces todos los sucesos del universo. El caos podrá retroceder y crear una sinfonía de Mozart o una bacteria: resplandecerá una pizca de orden durante un breve lapso de tiempo, pero resultan excepciones, dramas localizados que no impiden la degradación general.

   Si consideramos que la energía lleva asociada una calidad que mide su grado de desorden, afirmamos que la calidad de la energía decrece espontáneamente en las reacciones nucleares y en las reacciones químicas, durante la vida de las plantas y en las manifestaciones de la conciencia. La tendencia de la energía al caos se transforma en acciones humanas mediante reacciones químicas; el egoísmo y la cooperación, los pensamientos y movimientos son cadenas de reacciones; y cada una de ellas no es más que una reordenación de átomos. Una molécula, por casualidad, capta energía y se convierte en otra; las moléculas complejas se vuelven más complejas por pasos sucesivos, y en cada uno, recogen unos pocos átomos y ensayan nuevas configuraciones: las moléculas nunca quisieron reproducirse tropezaron con la reproducción. Si las uniones entre los átomos fuesen demasiado rígidas, la materia inicial hubiese quedado congelada y no se hubiese convertido en vida, si demasiado lasas fuesen, fenómenos como la conciencia no habrían tenido tiempo de madurar.

   ¿Por qué ocurren las reacciones? De nuevo porque la energía se degrada: nada más. Tanto el pensamiento como la acción gastan energía de alta calidad, pero si después de ver o de actuar no morimos, se debe a que repostamos, importamos moléculas del entorno que contienen energía de alta calidad, dicho con una única palabra, comemos. Nuestra vida consiste en una perpetua lucha por captar energía de alta calidad del ambiente y descargar energía de baja calidad. Degradamos el mundo para tener una vida interior. Dramático destino.

sábado, 22 de octubre de 2011

Aromas

     ¿Le gustan al lector sibarita los aromas? Si nunca se ha parado a disfrutar del olor de una rosa, de la fragancia de la lavanda o del aroma del jazmín ha desdeñado un placer exquisito. Y si lo ha hecho, ¿se ha preguntado alguna vez qué sustancias dan olor a las plantas? Se trata de terpenos, un grupo de moléculas, sintetizadas por los vegetales mediante la unión de un único precursor, un número variable de veces. Los químicos los extraen de las plantas en forma de complejas mezclas que llaman aceites esenciales, cuya característica principal, no podía ser otra, es la volatilidad; por ello, a nadie extrañará que se usen primordialmente en perfumería. Se conocen más de tres mil clases de aceites esenciales, muchos de ellos reconocibles por el lector culto: el de pino, ciprés, eucalipto, manzanilla, naranjo, anís, menta, jengibre, laurel; de todos ellos, además del de lavanda, tal vez el más usado, sólo unos trescientos presentan interés comercial.

     Perfumistas y herbolarios han empleado desde tiempos inmemoriales los aceites esenciales, inhalados o aplicados en la piel, para mejorar la salud. La comunidad médica rechaza la validez de esta práctica si se la califica como terapia (aromaterapia), porque -argumenta- no ha pasado los estudios clínicos que demuestren su eficacia. Un ejemplo, unos investigadores de la Universidad Estatal de Ohio han comprobado que el aroma del limón puede subir el estado de ánimo; pero que no influye en el sistema inmunitario. En cualquier caso, si el lector es aficionado a estos menesteres, recuerde que algunos aceites esenciales, sobre todo a dosis elevadas, son tóxicos y pueden ocasionar irritación cutánea o alergias: sea prudente.

     El escritor, contumaz escéptico, sabe que los beneficios de los aromas pueden atribuirse al efecto placebo; pero también ha averiguado que algunos vegetales de los que se extraen los aceites esenciales tienen acción antiséptica; recordemos el uso de las especias, no solo para dar sabor, sino también para conservar los alimentos. Por ello se atreve a escribir que ha notado que el olor del eucalipto (contiene eucaliptol, de reconocida acción antiinflamatoria y analgésica) le sienta bien a sus vías respiratorias; y que los delicados pulmones de un amigo agradecen el aroma de los pinos. Ignoro si en ambos casos actúa el efecto placebo o existe una base fisiológica; pero no me importa. Y por si alguien no ha entendido el discurso, me apresuro a recomendar que, en caso de enfermedad (no de anomalías subclínicas), acuda el lector despistado a un médico sin pérdida de tiempo.

sábado, 15 de octubre de 2011

Una débil fuerza

     Hace ya más de dos milenios, Empédocles aseguraba que el amor y el odio eran el lenguaje en el que se comunicaban los átomos; los físicos contemporáneos, menos poéticos, describen de otro modo las interacciones entre las partículas elementales: los componentes del mundo no se comunican de dos maneras, sino de cuatro, y no con amor u odio, sino mediante la gravedad, la interacción débil, el electromagnetismo y la interacción fuerte.

     Nada sencillo puedo decir sobre las interacciones electromagnéticas que ignore el lector erudito: forman los átomos, las moléculas e intervienen en las reacciones químicas, y no me olvido que la existencia de la vida o de las rocas es una consecuencia de las reacciones químicas. Las interacciones fuertes permiten que existan los núcleos de los átomos, porque mantiene ligados a sus componentes, ¡que no es poco! Las fuerzas de gravedad conforman las galaxias, las estrellas, los planetas y explican sus movimientos. Las interacciones débiles causan inestabilidad: las partículas pesadas se convierten en otras más ligeras. Las tres primeras interacciones resultan fáciles de entender: obligan a que las partículas de materia se atraigan o repelan; no sucede lo mismo con la débil, que no hace lo uno ni lo otro; sin embargo, se identifica con facilidad, porque siempre que interviene, tanto en la radiactividad terrestre como en las reacciones nucleares de las estrellas, aparecen neutrinos.

     Toda la materia del universo, tú amigo lector, igual que los planetas, estrellas y galaxias, está formada exclusivamente por cuatro partículas: los quarks u y d (que constituyen los núcleos de los átomos), y los leptones electrón y neutrino. ¿Por qué sólo dos quarks y dos leptones habiendo seis variedades de cada uno? Las interacciones débiles provocan la lenta desintegración (los físicos dirían cambio de sabor) de los quarks -y leptones- pesados para convertirse en ligeros; esa es la razón, los cuatro componentes de la materia que constituye del universo son las partículas más livianas. Sí, reconozco que me he olvidado de la materia oscura; valga como disculpa que nada se sabe de ella.

     Por último diré que la interacción débil es calificada –injustamente- como débil porque es diez billones de veces menor que la interacción fuerte; y digo injustamente porque, a distancias cortas, la gravitación gana en debilidad a todas las interacciones.

sábado, 8 de octubre de 2011

El detector de mentiras y el lenguaje corporal

El lector instruido conocerá el polígrafo -habitualmente llamado detector de mentiras-; se trata de un instrumento utilizado para registrar respuestas fisiológicas de un sujeto, como la presión arterial, el ritmo cardíaco, la frecuencia respiratoria y la resistencia eléctrica de la piel, ante determinadas preguntas. Se utiliza para determinar si el entrevistado miente, y se fundamenta en la hipótesis de que la fisiología cambia cuando la persona engaña. Sus defensores le atribuyen una fiabilidad entre el ochenta y el noventa y cinco por ciento, y –arguyen- se admite como prueba judicial en varios países. Sin embargo, muchos científicos niegan la validez del polígrafo como detector de mentiras: un informe de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos estimó que, de aplicarse el polígrafo a diez mil personas, de las cuales diez fueran espías, en el resultado más probable serían identificados ocho culpables… y también mil quinientos noventa y ocho inocentes.

A falta de un aparato fiable, plagio los consejos que un consultor en lenguaje corporal da a sus clientes para descubrir una mentira. Cuando su oyente repite la pregunta que le han hecho declara –sin pretenderlo- que necesita tiempo, ¿para inventar la respuesta? Si en algún momento su interlocutor acerca las manos a la boca o nariz, los psicólogos han comprobado que suele engañar. La sudoración de la frente es un indicio de que la persona está nerviosa, ¿quizá porque tiene que inventar una explicación? Cuando engañamos esperamos que nuestro interlocutor nos crea y para ello mantenemos los ojos fijos en él, escrutando su rostro;  mantener la mirada fija, pero también evadirla totalmente o mirar para abajo señala que esconde algo. Quien se justifica innecesariamente, probablemente se siente culpable, ¿de engañarle? Durante una conversación, si el volumen de voz disminuye casi a la mitad antes de recuperar el volumen normal, probablemente le han mentido en ese momento. Tragar saliva es un proceso automático y habitual, pero si estamos nerviosos -¿por la mentira?- lo hacemos casi deliberadamente, y se nota. Interrogue de manera inquisitiva (si es posible) hasta que su interlocutor se ponga a la defensiva (su cuerpo estará tenso); al acabar el interrogatorio sucederá que, o bien el interrogado contraataca y se defienda (inocente), o bien permanece callado y durante unas décimas de segundo relaja los hombros y suspira (el culpable se sentirá aliviado).

No son infalibles; pero algo es más que nada.

sábado, 1 de octubre de 2011

Degradación del ambiente: reto a la civilización

     Desde el comienzo de la agricultura, y ya han transcurrido unos diez mil años, el mundo nos ha parecido enormemente grande. Las tierras y océanos nos ofrecían ilimitados recursos. Los humanos contaminábamos con libertad porque resultaba fácil eludir el impacto ambiental: sencillamente, emigrábamos a otro lugar. Nuestra especie, usando su capacidad para explotar las que suponía riquezas inagotables, alzó imperios y civilizaciones sin comprender que tal privilegio tendría un fin. ¿Por qué nosotros, se preguntará el atribulado lector? En los últimos cincuenta años nos hemos más que duplicado –quizá ya hayamos alcanzado los siete mil millones de individuos-, el consumo mundial de alimentos y agua dulce se ha más que triplicado, y el de combustibles fósiles se ha multiplicado por cuatro. En la actualidad –sorpréndase el lector escéptico- gastamos entre la tercera parte y la mitad de toda la energía producida por la fotosíntesis en el planeta. Y el crecimiento humano desaforado ha generalizado la contaminación: las concentraciones de gases de efecto invernadero y la pérdida del ozono estratosférico constituyen pruebas evidentes, pero hay muchas más.

     Hoy, los recursos del planeta y su capacidad de absorción de desechos se han restringido; si no tomamos medidas provocaremos cambios cuyas consecuencias serán, probablemente, desastrosas para la humanidad. Un equipo de científicos, dirigido por Johan Rockström, identificó nueve procesos ambientales que podrían impedir que el planeta albergara vida humana; y ha tratado de calcular unos límites (con cierta incertidumbre) dentro de los cuales la humanidad podría vivir sin riesgo. Han establecido umbrales para siete de ellos: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la contaminación por nitrógeno y fósforo, la reducción del ozono estratosférico, la acidificación de los océanos, el consumo de agua dulce y el uso del suelo; de los otros dos –la contaminación atmosférica por aerosoles y la contaminación química mundial- todavía no han obtenido datos.

     ¿El lector curioso quiere conocer los resultados? Los científicos han hallado que la pérdida de la biodiversidad, la contaminación por nitrógeno y el cambio climático han rebasado el umbral; los otros se acercan. Y espero que, por reproducir esta investigación, el lector displicente no me tache de agorero: el objetivo de entender las amenazas ambientales no consiste en atemorizar, sino en diseñar las posibles estrategias para hacerles frente.