Los
sucesos que generan rayos gamma de alta energía ocurren en el remoto espacio
exterior, tal vez en los agujeros negros o en otros lugares igual de exóticos;
por eso los científicos se sorprendieron -como habrá adivinado el lector perspicaz-
cuando encontraron, en la última década del siglo XX, rayos gamma en la Tierra,
en el cielo encima de nuestras cabezas. Se
los bautizó como Destellos de Rayos Gamma Terrestres (DRGT), y muy poco se
conoce de ellos. ¿Guardan relación con los relámpagos? ¿Podrían generar
partículas que dañasen a los satélites? ¿Afectarán a la salud de los pasajeros
aeronáuticos?
En
la atmósfera, encima de las nubes de tormenta, se forman poderosos campos
eléctricos que se extienden varios kilómetros hacia arriba; se trata de los
aceleradores naturales de partículas más energéticos de nuestro planeta. Estos
campos eléctricos aceleran a los electrones libres que se producen en las nubes,
hasta velocidades cercanas a la velocidad de la luz; cuando los electrones chocan
con las moléculas del aire no se libera luz visible, como sucede durante la
formación de los rayos, sino invisibles rayos gamma de alta energía y también
más electrones (que se producen durante la cascada de colisiones).
Un
viejo misterio concierne a los rayos: los físicos saben cómo se cargan las
nubes de tormenta, pero ignoran cómo se descargan. Saben que las turbulencias
dentro de las nubes separan las cargas eléctricas (que se forman debido al
rozamiento entre las partículas de hielo y agua), y generan una enorme diferencia
de potencial eléctrico… diez veces menor, aproximadamente, que el necesario para ionizar el aire y originar la chispa iniciadora de un rayo; por ello
sospechan que el repentino flujo de electrones que se produce durante los DRGT podría
proporcionar la chispa primordial. Si esta explicación fuese correcta, debería haber más
DRGT de los que se detectan: porque cada día se producen millones de rayos en
el mundo, pero se observan menos de cien DRGT diarios. La escasez quizá se deba
-argumentan los expertos- a que los telescopios espaciales no los han buscado
directamente; por ello esperan a que un satélite los observe y les proporcione
nuevos datos.
Mientras
tanto, cuando viajemos a Grecia podremos murmurar mirando al Olimpo: Zeus, todavía
ignoramos la causa de tu divina cólera; pero ya falta poco.
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