domingo, 29 de agosto de 2010

Hermosos colores del cielo

El escritor, tendido en un prado de montaña o tirado sobre las arenas de una playa, ha admirado el bello azul del cielo. ¿Alguna vez el lector curioso se ha preguntado por qué ese color? Nuestros ojos reciben la luz solar por una vía indirecta: las moléculas de la atmósfera captan la luz y a continuación la difunden; como la intensidad de la luz difundida es inversamente proporcional al tamaño de su longitud de onda, los colores azules, añil y violeta (de longitud de onda corta) se difundirán mucho y los colores rojo, naranja, amarillo y verde (tienen longitud de onda larga) poco. En resumen: el cielo nos parece azul porque las moléculas de la atmósfera difunden preferentemente el color azul.

¿Y los hermosísimos colores del alba o del ocaso? En ausencia de atmósfera, la luz del Sol sería blanca; pero como la luz se difunde al atravesar la atmósfera, en los amaneceres y crepúsculos, como el espesor de la atmósfera que atraviesa la luz solar es doce veces mayor que al mediodía, se difundirán mucho (y se perderán) los azules, añiles y violetas, y permanecerán los naranjas y rojos.

No tan espectaculares, pero igualmente interesantes resultan los colores de las nubes; presentan una completa escala de grises entre el blanco y el negro; no hay otros colores porque las gotitas de agua que las constituyen difunden sin diferencia todos los colores de la luz del Sol. Igual que el cristal de una ventana deja pasar menos luz cuanto más grueso es; cuanto mayor sea una nube y más cargada de agua esté, más gotas contendrá; como cada una absorbe un poquito de luz, la atravesará menos luz y más oscura parecerá. Nada tiene de extraño, entonces, que las nubes oscuras -pueden absorber hasta un noventa y cinco por ciento de la luz- anuncien lluvia, y la nubes blancas no traigan tan indeseado, -para los veraneantes-, meteoro.

Quizá sorprenda al curioso lector saber que, para algunos pueblos, identificar los colores de las nubes sea fundamental para su supervivencia; porque las nubes también pueden adquirir otras tonalidades, cuando la luz que difunden no proviene directamente del Sol, sino del reflejo del mar o de la tierra. Los esquimales se fijan en la ligera coloración verdosa de las nubes -resultado del reflejo del océano- para identificar el agua libre donde navegar; hacían lo mismo los antiguos navegantes polinesios para orientarse en alta mar, observaban la tonalidad de las nubes, para encontrar tierra firme.

sábado, 21 de agosto de 2010

¿Animal o vegetal?


Todos creemos distinguir entre los animales y las plantas; no hay más que pensar en un atún y una rosa, en un cuervo y un roble o en un lobo y un helecho. ¿En qué aspectos fundamentales difieren los miembros de ambos reinos? Quizá lo más prodigioso de los vegetales sea su aptitud para convertir el dióxido de carbono atmosférico, el agua y los minerales disueltos en sabrosos azúcares, suculentas grasas y alimenticias proteínas, con la ayuda de la energía que obtienen de la luz del Sol. Si alguien nos asegurase que un animal poseía esa capacidad, cualquier científico sensato se mofaría de la incultura de su interlocutor. Esto justifica la fascinación, o mejor, la incredulidad, de la comunidad científica cuando se enteró de las facultades de la Elysia chlorotica, un molusco de color verde y cuatro centímetros y medio de longitud que fue descrito por vez primera en el año 1870. Este caracol –o babosa- marino que vive en la costa atlántica de EEUU, en las dos primeras semanas de su ciclo vital se alimenta de pequeñas algas: hasta ahora todo parece normal, aparentemente, salta la sorpresa cuando comprobamos que este asombroso animal separa los cloroplastos (que efectúan la fotosíntesis) de las algas, y los retiene intactos en las células cercanas a su aparato digestivo; no sólo eso, una vez ha almacenado suficientes, esta inverosímil babosa no necesita comer nunca más; sobrevive durante meses, hasta completar el año de vida, recolectando energía solar y aire disuelto en el agua, como si fuera una planta. ¡Insólito!

En el año 2010 el científico Sydney Pierce anunció un nuevo descubrimiento: en el genoma de este inaudito caracol había genes de las células del alga; ello significaba que el animal se las había ingeniado para transferir ADN del alga a sus células, por un mecanismo todavía ignorado. La transferencia de genes, habitual entre las bacterias, resulta muy rara entre animales y vegetales; debo recordar, sin embargo, que, en los albores de la vida, las células antecesoras de las plantas se tragaron unas bacterias que, afortunadamente, no ingirieron, al contrario, se asociaron con ellas y ahora son los cloroplastos que les permiten vivir de la luz. ¡Viva la solidaridad!

Reconozcámoslo, el verde caracolillo no había recibido un trato justo: se habían menospreciado sus increíbles y extravagantes habilidades.

sábado, 14 de agosto de 2010

Verdades ambiguas


El ingenioso lector que se entretiene leyendo estas páginas sabe que la luz se propaga en línea recta. Si le preguntase de qué argumentos dispone para sustentar su opinión, probablemente recordaría que podemos ver los rayos de luz rectilíneos, bien en los ambientes polvorientos bien en el aire saturado de humedad; o quizá, aludiría a que, si interponemos un cuerpo opaco en el camino de la luz, obtendríamos su sombra en una pantalla, o acaso mencionaría los eclipses. La teoría de que la luz viaja en línea recta explica éstas y otras observaciones. Sin embargo, los físicos han comprobado que la luz no siempre se comporta así; cuando atraviesa un obstáculo puntiagudo o una abertura estrecha, el rayo se curva ligeramente. El fenómeno -técnicamente llamado difracción- es responsable de que, al mirar a través de un agujero muy pequeño, todo el panorama se vea distorsionado; también de que, cuando la luz atraviese una pequeña abertura circular, no se produzca un punto brillante como imagen, sino un disco difuso rodeado por anillos concéntricos. Estos hechos nos indican que la teoría de la propagación en línea recta no puede aceptarse como totalmente cierta: la luz se inclina ligeramente cuando bordea los obstáculos, aunque la curvatura sea tan minúscula que podamos despreciarla en muchos casos. La primera teoría es, entonces, una aproximación, que mejoraremos sólo cuando los fenómenos que estudiemos nos lo exijan. ¿Mienten los científicos cuando afirman que el camino de la luz es recto? No, numerosas veces los físicos, ante la alternativa de usar diversas teorías para explicar un fenómeno, siempre que pueden, escogen la más sencilla.

La difracción no sólo es útil para disertar sobre lo mentirosos que pueden ser los físicos; debemos recordar que muchos instrumentos ópticos, nuestros ojos incluidos, tienen aberturas circulares y que, por tanto, el fenómeno limita el aumento de los telescopios y microscopios. La difracción de la luz por pequeñas gotas de agua, o por los cristalitos de hielo presentes en las nubes, también explica la corona, el brillante anillo de luz que a veces se ve alrededor de la Luna. Y aún hay más, este ubicuo fenómeno proporciona una poderosa herramienta para el estudio de la geometría de los objetos minúsculos e invisibles: concretamente, la estructura del ADN, la famosa molécula que contiene los genes, se reveló mediante el estudio de la difracción de los rayos X que lo atraviesan.

sábado, 7 de agosto de 2010

Los ríos


La ciencia geológica nos explica cómo se alzaron lentamente, entre violentísimas sacudidas y titánicas convulsiones, las cordilleras de montañas del fondo del océano, cómo siguió luego una época de descanso –y bien lo había menester la madre tierra- en que el agua, el agua lenta y terca, el agua persistente, el agua que no descansa, hacía su obra completando la del fuego. Por que si el fuego fue quien trazó las líneas generales de la tierra, quien desbastó su fábrica general fue el agua, la que modeló sus contornos y diseñó su relieve.
El agua de la atmósfera cae en los continentes, fluye hacia los océanos y de ellos regresa a la atmósfera. Los ríos forman parte de la circulación general del agua; los doscientos billones de metros cúbicos de agua que contienen ríos y lagos son una cantidad muy pequeña si se la compara con el agua que hay en los océanos, glaciares y aguas subterráneas: apenas dos centésimas porcentuales del total; pero su importancia geológica no guarda relación con el minúsculo porcentaje, porque los ríos tienen una gran capacidad para modificar la superficie terrestre; concretamente, en las regiones templadas son el principal agente formador del paisaje.
Treinta y siete billones de metros cúbicos anuales de agua descienden desde las cabeceras montañosas de todo el mundo hasta el mar; parte de su energía se invierte en la erosión del terreno y en el transporte de los materiales arrancados a su paso, que terminan por depositarse en las cuencas oceánicas. En el curso alto, los ríos, arroyos y torrentes excavan su cauce, lo profundizan y terminan encajándose en las rocas; un proceso que crea laderas de fuertes pendientes y valles que acaban adquiriendo forma de V. En el curso medio y bajo, el río erosiona o sedimenta alternativamente sus propios depósitos, creando una extensa y fértil llanura de inundación por donde discurre la corriente. En los grandes ríos los materiales finos se depositan en la desembocadura, y forman extensos y fértiles deltas, por donde, lentamente, el agua dulce alcanza el mar. ¿El lector se imagina el paisaje inmutable? Yerra, los deltas se están hundiendo. En 2009, James Syvitski demostró que veinticuatro deltas, entre los que se encuentran el del Nilo, Ródano y Yangtzé, de los treinta y tres estudiados sufrieron inundaciones. ¿La causa? La construcción de presas y el desvío de los cauces. Ya no podemos alegar ignorancia, los grandes deltas son regiones densamente pobladas, muy cultivadas… y no permanentes. Si no los cuidamos desaparecerán.