sábado, 26 de junio de 2010

Arsénico: el mayor envenenamiento de la historia


Cuesta creerlo. La Organización Mundial de la Salud testifica que el mayor envenenamiento colectivo de la historia está sucediendo ahora; se estima que el arsénico podría estar matando entre diez mil y cien mil bengalíes cada año y causando graves enfermedades a varios millones. Si desconocías la catástrofe, amigo lector, se debe a que ocurre en un país muy pobre. Desde hace treinta años, más de la mitad de los habitantes de Bangladesh, aproximadamente ochenta millones de personas, bebe diariamente agua con una cantidad de arsénico que sobrepasa el tope fijado por la OMS y algunas veces lo centuplica.
El arsénico es un veneno que, aunque se tome en cantidades minúsculas, mata lentamente, porque se acumula en el organismo. Los primeros síntomas aparecen en quienes han consumido agua contaminada durante más de diez años, y constan de manchas, verrugas y heridas en las manos y pies, que pueden gangrenarse. Al mismo tiempo, ataca en especial a los pulmones y riñones, y provoca distintas patologías que incluyen el cáncer. Sólo hay tratamiento: dejar de tomarlo, un antídoto impracticable para la mayoría de los enfermos.
¿Cómo se llegó a esta tragedia? En el pasado, la mayoría de los bengalíes bebían agua de los ríos, ríos sucios cuyas bacterias causaban la muerte anual de un cuarto de millón de niños. Para conseguir agua limpia, a finales de la octava década del siglo XX, la UNICEF, el Banco Mundial, organizaciones humanitarias y el gobierno bengalí perforaron unos diez millones de pozos; pero cometieron una grave negligencia: no determinaron la composición de las aguas subterráneas; nadie midió la concentración de arsénico que suele estar presente de forma natural. Los responsables sanitarios -ignorantes de geología- supusieron que las aguas subterráneas siempre son potables… ¡Y se equivocaron! Quedan muchos pozos por analizar, pero se estima que la mitad, al menos, proporciona agua contaminada.
Desgraciadamente, aún no acabó el relato de los males: en las aldeas bengalíes, los envenenados son segregados, los maridos se divorcian de sus mujeres, los niños son expulsados de las escuelas, los hombres pierden su trabajo; a todos ellos se les impide beber agua de los grifos limpios porque, supersticiosos, temen que el enfermo contamine al agua.
¿Qué hacer? Los expertos discuten, porque soluciones hay muchas, pero todas adolecen del mismo defecto: cuestan dinero, en un país donde la mayoría subsiste con un euro al día. Por ahora sólo hay un acuerdo: las peores previsiones han resultado optimistas.

sábado, 19 de junio de 2010

El inquietante experimento de Stanley Milgram


En el año 2010, los franceses pudieron ver un documental desazonador: los participantes de un concurso de preguntas y respuestas torturaban a sus rivales. Luces intensas, audiencia bulliciosa, locuaz presentadora y varios participantes; "El juego de la muerte", un programa, producido por Christophe Nick, mostraba a unos concursantes –voluntarios- aplicar lo que creen que son descargas eléctricas a sus rivales que, en realidad, son actores. Ante cada respuesta errónea, la presentadora, jaleada por la audiencia, animaba a los participantes a sancionar a sus competidores. Las penas, descargas eléctricas, iban en aumento desde ochenta hasta cuatrocientos sesenta voltios; y el supuesto electrocutado gemía, pedía clemencia y, finalmente, parecía desvanecerse. El ochenta por ciento de los concursantes (sólo dieciséis de ochenta se negaron a proseguir) llegaron al límite del castigo. Tranquilícese el desazonado lector, afortunadamente, el castigo era ficticio… aunque el ejecutor no lo sabía.
El documental se basó en el famoso experimento efectuado por el psicólogo Stanley Milgram, en la Universidad de Yale. Descrito en un artículo publicado en 1963, el experimento consta de tres personas; un maestro que hace preguntas, un alumno que contesta y un investigador. Se estudia el comportamiento del participante (maestro), que aprueba o sanciona las respuestas, y no sabe que el alumno y el investigador son actores contratados. La sanción consiste en descargas eléctricas (aumenta el voltaje a medida que aumenta el número de respuestas erradas) que el maestro cree que administra al alumno, quien simula recibirlas.
Antes del experimento, Milgram estimó, mediante una encuesta, los posibles resultados: el promedio de descarga ciento treinta voltios, la obediencia al investigador nula, y todos los entrevistados creyeron que solamente algunos sádicos aplicarían el voltaje máximo. Los psicólogos quedaron desconcertados cuando comprobaron que el sesenta y cinco por ciento de los sujetos que participaron como maestros administraron a sus alumnos el voltaje máximo de cuatrocientos cincuenta voltios. El investigador persuadía al participante para que administrase el doloroso castigo, a pesar de los gritos, quejas y súplicas del actor, incluso viendo que, con trescientos voltios, el alumno parecía desvanecerse. Otros psicólogos de todo el mundo repitieron la prueba con resultados similares. En palabras del psicólogo norteamericano: “La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio”.
Inconformista lector, dos de cada tres personas pueden ser persuadidas por una autoridad para cometer actos moralmente reprobables, ¿serías tú uno de ellos? ¿No? ¿Seguro?

sábado, 12 de junio de 2010

Islas volcánicas, viajeras impenitentes


Las islas pretéritas vivieron en el mar tenebroso, y se las creyeron habitadas de seres fantásticos. Entre ellas vagaba aquella fabulosa isla errante de San Balandrán, la del santo irlandés que allá, entre los hielos del Polo, encontró a Judas, el traidor, que, cada año, salía del infierno el día de Navidad para ir a refrescarse: era el pago de un acto de caridad que una vez tuvo, abrigando a un leproso con su capa. Una isla viajera, ¡qué bella ficción poética! ¿Ficción? Continúe leyendo y comprobará cómo la realidad supera a la ficción.
Desde las profundidades de la Tierra, cerca del límite con el núcleo, delgadas columnas de rocas calientes –plumas del manto- suben lentamente hacia la superficie; en su avance empujan la corteza, crean abombamientos, forman volcanes y desencadenan terremotos. Estas corrientes ascendentes -puntos calientes- se distribuyen bajo los continentes y también en los fondos oceánicos, lo mismo en el centro de las placas que en las regiones que las separan. Los geólogos han averiguado que, sobre las plumas del manto, relativamente estacionarias, se mueven lentamente (apenas unos centímetros cada año) las placas, los fragmentos en que está dividida la corteza, unidades más grandes que los continentes, que las islas… incluso que la fabulosa isla de San Balandrán. No deberá sorprendernos – entonces- que un inmóvil punto caliente vaya agujereando la placa que se desliza sobre él; esos agujeros, por donde sale el magma a la superficie y se acumula, constituyen las islas volcánicas y los volcanes. Una cadena de islas volcánicas y montes submarinos que se alzan sobre el fondo oceánico representa, para el geólogo, la trayectoria de la placa oceánica sobre el punto caliente. ¡Ni más ni menos! Por cierto, si el ascenso de las plumas se suspendiera, el movimiento de las placas se detendría: porque las plumas canalizan el calor del interior manto hacia la superficie.
No crea el suspicaz lector que se trata de una abstracta teoría más o menos acertada. Podemos observar el fenómeno en el Pacífico: tres grupos de islas volcánicas en el centro de la placa se encuentran casi paralelas, las islas Hawai-cordillera submarina Emperador, el archipiélago Tuamotu-islas Line y la cadena formada por las islas Austral, Gilbert y Marshall: el movimiento de la placa del Pacífico sobre tres puntos calientes podría haberlas formado.

sábado, 5 de junio de 2010

Neuronas espejo


A comienzos de los años noventa, un equipo de científicos, encabezado por Giacomo Rizzolatti, hizo uno de los más importantes descubrimientos de la neurología contemporánea. Los investigadores medían la respuesta de unas áreas motoras del cerebro de un mono, concretamente, se fijaban en el momento que el animal agarra una fruta: el experimento transcurría monótono hasta que alguien detectó una anormalidad. El mono veía a uno de los investigadores asir la fruta, pero su cerebro respondía como si el propio animal la cogiese: los asombrados científicos estaban observando que se activaban las mismas células cerebrales, tanto si el mono tomaba la fruta como si veía a otro individuo hacerlo. ¡Increíble! Habían descubierto unas neuronas que reflejan las acciones realizadas por otro individuo: no pensaron mucho el nombre, las llamaron neuronas espejo.
En el siglo XX, los neurólogos consideraban que, para conocer las intenciones de un individuo, intervenía un razonamiento complicado: se procesaba la información de los sentidos, se comparaba con experiencias similares y el resultado nos permitía prever la intención del otro. La facilidad con la que solemos comprender acciones simples sugiere un mecanismo más sencillo: el cerebro humano, como el del mono, cuenta con neuronas que se activan cuando un individuo realiza ciertos actos y, también, cuando observa que otros ejecutan las mismas acciones. Las neuronas espejo aportan una experiencia interna directa que permite comprender los actos e intenciones de otra persona; porque tanto el sujeto activo como el observador pasivo experimentan, cada uno en su cerebro, la misma acción.
El descubrimiento ha abierto inesperados caminos en la neurología: las neuronas espejo nos facultan para comprender las emociones ajenas; y de ello colegimos que sus anomalías podrían intervenir en los defectos de empatía, o en quienes, como los autistas, son incapaces de reflejar emociones. No sólo eso, las neuronas espejo podrían sustentar la capacidad para imitar acciones y, por tanto, intervenir en el aprendizaje de nuevas destrezas. Además, estas neuronas se hallan en el principal centro cortical del lenguaje; y, si es verdad que la comunicación humana empezó con gestos de la cara y manos, las neuronas espejo habrían desempeñado un papel principal en su evolución; de hecho resuelven un problema: el mensaje tendría el mismo significado para el emisor y el receptor, por lo que resulta innecesario un acuerdo previo para entenderse; un espejo interior quizá sea lo que necesitan dos personas para comunicarse sin palabras.
Terminada esta lectura, espero que el lector inteligente comprenda por qué auguro que Giacomo Rizzolatti recibirá el Nobel.