sábado, 27 de marzo de 2010

El gluten, nada es gratis


Las semillas caídas en el suelo se convierten en nuevas plantas. ¿Quién fue el primer humano que se percató del hecho? Ignoramos su nombre, pero sabemos que su talento fue extraordinario, porque su genial descubrimiento condujo al nacimiento de la agricultura. Aconteció en el Oriente Medio, hace unos diez mil años; antes, los humanos basábamos nuestra dieta en frutos secos, tubérculos, frutas y, de vez en cuando, carne. La alimentación condicionaba nuestros hábitos: era imposible establecer asentamientos duraderos porque los grupos debían emigrar a donde hubiese comida. Tras descubrir el secreto que albergaban las semillas, los humanos aprendimos a domesticar los cultivos; el trigo, la cebada y el centeno contienen granos nutritivos, fáciles de almacenar y que tienen, por si fuera poco, valor comercial. En pocas generaciones se produciría una revolución de costumbres; por primera vez los humanos podíamos abandonar la vida nómada y levantar ciudades: no es casualidad que las primeras regiones cultivables, las llanuras aluviales del Nilo, Tigris y Éufrates, Indo y Amarillo se convirtieran en las cunas de la civilización.
La humanidad pagó un elevado precio por el progreso: apareció la enfermedad celíaca, un mal que surge al ingerir el gluten -la proteína del trigo- o proteínas similares del centeno y la cebada. Anteriormente estaban ausentes de la dieta; pero al usarse en abundancia comenzaron a matar, sobre todos a niños. Los individuos sensibles perdían capacidad para absorber los nutrientes de los alimentos; con dolores abdominales crónicos y diarreas, el cuerpo escuálido y el vientre hinchado, las víctimas ofrecían el miserable aspecto de quienes mueren de inanición. La malnutrición acortaba su vida.
La ignorancia sobre el mal perduró durante siglos; hubo que esperar al final de la segunda guerra mundial para que se averiguara que el gluten provocaba lesiones crónicas en la pared del intestino delgado y desencadenaba la enfermedad. ¡Había que eliminarlo de la dieta! ¿Se imagina el lector consciente las dificultades del enfermo? Piense que debe prescindir del pan, la harina, las pastas y las galletas. En la actualidad se ha progresado mucho en el conocimiento de la enfermedad celíaca: se sabe que se trata de un desorden autoinmunitario, una patología en la que el sistema inmunitario ataca al propio organismo. Más aún, los científicos han averiguado que surge de una combinación de tres factores: la exposición al gluten -o proteínas afines-, una predisposición genética y una pared intestinal inusualmente permeable. Deducimos que existen tres vías para prevenir el daño: somos prudentemente optimistas.

sábado, 20 de marzo de 2010

¿Se rompe la placa del Pacífico?


Yo te diré,
porqué mi canción,
te llama sin cesar;
me faltan tus risas
me faltan tus besos,
me falta tu despertar.
Así comienza la canción de la película “Los últimos de Filipinas”. Para los españoles contemporáneos el océano Pacífico está en la otra parte del mundo y no parece que tenga ningún interés para ellos. No siempre fue así. En el siglo XVI intrépidos navegantes españoles y portugueses lo exploraron y hasta finales del siglo XIX, Filipinas fue un territorio hispano donde se hablaba nuestro idioma. A este lejano océano me voy a referir, pero no tanto al agua que contiene como a lo que está debajo de ella.
Los geólogos saben que la superficie terrestre está rota en varios fragmentos, las placas. La que se encuentra bajo el Pacífico es la placa terrestre más grande… hasta ahora. La mayoría de los volcanes activos se sitúan en la frontera entre dos placas; porque las condiciones de la zona favorecen los ascensos de magma; así sucede en la cordillera de los Andes y en las dorsales submarinas. Sin embargo, algunos volcanes no obedecen a la regla general, surgen en el centro de las placas. Las corrientes térmicas, que ascienden a través del manto y se forjan en la frontera con el núcleo, generan una burbuja gigante de magma –un punto caliente-; la burbuja, al elevarse, empuja a la corteza oceánica hasta que se fractura y el magma puede salir a la superficie. Los geólogos suponen que así se originaron las islas Hawai y la Isla de la Reunión; hasta hace poco creían que la formación de muchas islas del Pacífico tenía la misma explicación. Nuevos datos, que muestran que la génesis de islas y archipiélagos del Pacífico central -Samoa, Cook, Rurutu, Austral, Tahití, Marquesas y Pitcairn- no está relacionada con el movimiento de la placa, les inducen a pensar que su formación no se debe a un punto caliente. Los geólogos han debido elaborar una nueva teoría: o bien los puntos calientes se mueven o bien se produce un estiramiento local de la placa; en el segundo caso, la consecuente variación del grosor fragilizaría la placa, lo que permitiría la elevación de magma hasta la superficie. De ser cierta esta segunda hipótesis, podría ser el preludio de una escisión de la placa terrestre más grande, la que llena totalmente el océano que, en otro tiempo, se conoció como el lago español.

sábado, 13 de marzo de 2010

Inmunidad. La tropa que aman los pacifistas


Antes de empezar, me disculpo con el lector meticuloso por el discurso que sigue, a duras penas calificable de científico.
Los misterios se manifiestan en ausencia del Sol, en algún momento de la noche, ese instante anterior al cantar de los gallos es el adecuado para descubrirlos. En esa duermevela del escritor, volando la imaginación, perdido todo contacto con el mundo real… aparecieron los invasores. Bien equipado de bagajes, las armas dispuestas, un ejército impasible, inexorable y despiadado oteaba el horizonte antes de emprender la marcha. A un lado y otro, monstruos de innumerables formas, fauces de innumerables dientes, garras de incalculable potencia desgarradora dormían con un sueño tan ligero que un solo roce leve los podía despertar. En los caminos vírgenes que pretenden hollar las bacterias asaltantes esperan las sufridas tropas inmunitarias. El tiempo se ha detenido. Defensores y atacantes se preparan, miden sus fuerzas.  La batalla pronto va a comenzar.
En la primera línea de fuego se hallan las tropas kamikazes (que responden al inusitado nombre de polinucleares y macrófagos), fieros comandos asesinos que destruyen y devoran al adversario cuando osa irrumpir en el enclave que defienden. Pagan caro su arrojo: su destrucción en combate deja un resto reconocible (el pus) por el observador inocente. Los linfocitos B, los soldados de infantería, se comportan como buenos profesionales, todos han pasado por la academia militar (la médula ósea) que les ha proporcionado los fundamentos de la milicia. En tiempos de paz no permanecen ociosos pues su entrenamiento consiste en encargarse de la limpieza; pero cuando una agresión se cierne sobre el territorio que protegen, las instrucciones de sus oficiales los convierten en fieros guerreros (los implacables plasmocitos), se dotan de armas de última generación -las temibles inmunoglobulinas-, e, intrépidos, se lanzan al combate. El corresponsal de guerra no se olvida de señalar que los oficiales y generales (que responden al ilustre nombre de linfocitos T) emiten linfocinas, con ellas transmiten sus órdenes a la fiel, sufrida y casi siempre victoriosa infantería.
            El escritor admira al sistema inmunitario, porque sabe que gana todas las batallas excepto la última, y porque conoce el trágico fin de los que pierden la guerra.
Miré los muros de la patria mía
si un tiempo fuertes, ya desmoronados;
de larga edad y de vejez cargados,
obedeciendo al tiempo y muerte fría. 

sábado, 6 de marzo de 2010

Hubble y Herschel, gigantescos ojos artificiales


El veinticuatro de abril de 1990 –y ya llovió desde entonces-, los humanos pusimos en órbita el telescopio espacial Hubble. Este extraordinario instrumento, que ve los objetos del universo con un espejo de dos metros cuarenta centímetros de diámetro –comparemos su tamaño con la lente que tenemos en nuestros ojos: el cristalino apenas llega al centímetro-, ha amplificado nuestro sentido de la vista hasta unos límites inimaginables para los primeros astrónomos. Un dato nos ayuda a valorar su capacidad: con el telescopio espacial se han observado un millón de objetos astronómicos, a simple vista, el ojo humano solamente puede ver seis mil. El Hubble, un monumento a la capacidad tecnológica humana del siglo XX, nos ha proporcionado numerosos descubrimientos: hemos puestos fecha al comienzo del universo (las observaciones nos indican que el Big Bang sucedió hace trece mil setecientos millones de años); hemos hallado que prácticamente todas las grandes galaxias tienen un agujero negro en su centro (el de la nuestra está en la dirección de Sagitario); ya estamos relativamente seguros que el proceso de formación de planetas es común en las galaxias; y también hemos encontrado pruebas de que la expansión del universo se acelera (las galaxias se alejan unas de otras con velocidad cada vez mayor), aunque, desgraciadamente, todavía desconocemos la fuerza que las repele. Mire, el aficionado a la astronomía, algunas de las fotografías tomadas por Hubble: le encantarán.
En esto estábamos, tan felices, cuando nos enteramos que el trece de mayo del año 2009, en el puerto espacial de Kourou, la Agencia Espacial Europea ha lanzado un nuevo telescopio espacial… casi vez y media mayor que el Hubble. El Herschel, que así se llama el nuevo ojo artificial puesto en órbita, podrá observar sucesos tan lejanos que datan de hace diez mil millones de años; con él podremos conocer mejor los comienzos del Universo: esperamos averiguar cómo nacieron las primeras estrellas y galaxias. No sólo eso, más cerca, dentro de la Vía Láctea, el nuevo telescopio observará las nubes de polvo y el gas interestelar a partir de los cuales se forman las estrellas y los planetas, es decir, mirando hacia afuera averiguaremos cómo se formó nuestro, en otros tiempos, adorado Sol, y nuestra bien-amada y a menudo maltratada Tierra: en pocas palabras nos conoceremos un poco mejor a nosotros mismos. ¡Falta hace!