sábado, 29 de agosto de 2009

El animal que posee el secreto de la inmortalidad


“Escucho decir que los amantes del vino serán condenados. No existen verdades comprobadas, pero hay mentiras evidentes. Si quienes aman el vino y el amor se van al infierno, vacío debe estar el paraíso.” Esta inmortal cuarteta de Omar Jayyám me indujo a meditar sobre la vida eterna. ¿A que se debe el ansia humana por derrotar a la muerte? En palabras de Unamuno, por qué el "hambre de inmortalidad". Seguro que el lector metafísico entenderá el motivo por el que ambiciosos científicos intentan comprender el envejecimiento: pretenden evitarlo y conseguir que disfrutemos de una inmortalidad terrenal.

En la última década del siglo pasado se descubrió una extraordinaria criatura, cuyo tamaño, apenas medio centímetro, no hacía presagiar su importancia. ¿Qué característica de la Turritopsis nutrícula nos permite calificarla como única en el reino animal? A diferencia del resto de los animales no muere: nada más y nada menos. Esta pequeña medusa, cuando madura y alcanza el estado adulto, rejuvenece; regresa a su estado juvenil y repite el ciclo vital una y otra vez, indefinidamente. De hecho, nos encontramos con la primera especie animal que puede calificarse como inmortal. ¿Cómo consigue tal hazaña? Esta medusa de enrevesado nombre se las ingenia para modificar sus células especializadas: de alguna manera, aún ignorada, logra que retrocedan a fases en las que la especialización está ausente. Para entendernos, ¿nos sorprendería que una mariposa, aburrida de volar, pudiera convertirse en oruga? ¿Sí? Pues algo equivalente hace el bichito. Se trata de un fenómeno que los biólogos ya habían observado en otros animales, cuando regeneran los tejidos de sus órganos dañados; recordemos la capacidad de las salamandras para restaurar sus patas o la habilidad de los lagartos para reconstruir su cola, la sorpresa se debe a que, ahora, ¡se trata del animal entero! Como sospechará el lector sagaz, los científicos se afanan por penetrar en el misterio, ¿cuándo arrancarán a la medusa el secreto de su inmortalidad?, nos preguntamos curiosos.

No paran aquí las sorpresas que nos depara el diminuto animal. La bióloga Maria Pia Miglietta ha averiguado, ya en el siglo XXI, que, de una manera silenciosa, invisible, lenta, la medusa ha invadido, está invadiendo, aquí, ahora, los océanos del planeta. Originaria del Caribe se ha extendido por todos los mares de aguas templadas y tropicales, desde América hasta Japón, sin olvidarse del Mar Mediterráneo y España. Los barcos la han transportado. Desconocemos las consecuencias.

sábado, 22 de agosto de 2009

Gravedad insidiosa


Estamos acostumbrados a considerar que el universo está constituido por porciones de materia –las llamamos planetas y estrellas- que flotan en el espacio vacío. ¿Acertamos o erramos en nuestra apreciación? Porque si el espacio está vacío resulta difícil de entender cómo se transmiten las fuerzas de atracción producidas por la gravedad. Por ejemplo, ¿cómo se entera la Tierra de que el Sol la atrae en todo momento? ¿Cómo saben los océanos que la Luna tira de ellos, para seguirla en su trayectoria y producir las mareas? El genial Newton, el inventor de la ley de la gravitación universal, lo ignoraba: “Hasta ahora no he sido capaz de descubrir, por el estudio de los fenómenos, la causa de las propiedades de la gravedad, y no formo ninguna hipótesis acerca de ella… para nosotros es suficiente el hecho de que la gravedad existe y actúa de acuerdo a leyes establecidas, sirviendo correctamente para explicar el comportamiento de los cuerpos celestes y de nuestro mar”.
Dos teorías físicas contemporáneas tratan de explicar la gravedad. Einstein afirma que no existe la atracción, que el Sol curva el espacio-tiempo en el que está inmersa la Tierra, y que a nuestro planeta no le queda más remedio que ir por donde va, porque cualquier objeto opta siempre por el camino más fácil. Hago un inciso para aclarar que no debemos confundir la geometría del espacio con la geometría del espacio-tiempo. El espacio-tiempo en ausencia de gravedad es plano, pero cuando existe gravedad se curva; por ello, el espacio-tiempo de nuestro universo es curvo, aunque sea plano el espacio.
Algunos científicos discrepan de la interpretación de Einstein. Quienes sostienen que la física cuántica proporciona la manera de describir el universo entienden la gravedad de otra forma. Para ellos el Sol y los planetas se comunican por unas partículas llamadas gravitones que transportan las órdenes de atracción. Partículas que, por supuesto, nadie ha detectado hasta ahora. A pesar de sus profundas diferencias, tantos unos como otros creen que el Sol es el responsable de la gravedad que sufre la Tierra, y que ésta tardaría ocho minutos en sentir cualquier achaque del Sol; unos argumentarán que porque se habría alterado el camino por donde viaja, los otros porque se lo habría comunicado el astro rey. Dejamos que el lector, según su gusto, escoja la teoría que le resulte más agradable.

sábado, 15 de agosto de 2009

Seda de araña: la realidad supera a la ficción


Si el joven lector es amante de los cómics, le recomiendo que consulte con un científico sobre la calidad de la tecnología usada por Spiderman. Probablemente le dirá que el aparato lanza-redes de las muñecas del hombre araña es obsoleto. Si Spiderman usase biotecnología, habría modificado genéticamente las células epiteliales de sus muñecas, para que fueran capaces de fabricar la proteína que constituye la tela de araña. ¿Fantasía desbocada? Pues los biólogos pretenden conseguir tal manipulación celular… en las cabras.
El astuto lector sabe que un hilo de seda de araña resulta mucho más resistente que un cable de acero de similar grosor –por eso una tela de araña, cuyas fibras tengan el diámetro de un lápiz, podría detener a un Boeing en vuelo-, y es muchísimo más elástico -puede estirarse hasta veinte veces su tamaño sin romperse-. Además, es un material natural, inocuo y biodegradable; pues se trata de una proteína -la fibroína- que producen las células epiteliales de las arañas. Debido a sus asombrosas propiedades los humanos hemos intentado usarla con éxito nulo hasta la fecha; fracasaron los intentos de criar arañas: son muy agresivas y, además, comen la seda que no les sirve; corrió la misma suerte el intento de obtener fibroína con bacterias y levaduras genéticamente modificadas: sus enzimas la degradaron. Ante tal cúmulo de fracasos se necesitaba un enfoque diferente. Los biólogos han desarrollado una estirpe de cabras aptas para la fabricación de grandes cantidades de proteínas en su leche: insulina, colágeno, hormona del crecimiento, factores de coagulación sanguínea, anticuerpos monoclonales o fibroína; y no debe extrañarnos que las células epiteliales de una cabra, adecuadamente modificadas, sean capaces de fabricar la proteína de la seda de las arañas, después de todos los animales tenemos una bioquímica parecida. Los investigadores ya conocen el proceso: primero se aísla el gen de la fibroína; a continuación, se inserta el gen en un agente biológico que lo transporta; después, se introduce el agente en el núcleo de una célula de cabra. Los biólogos han llegado hasta aquí. El siguiente paso consistirá en inyectar el núcleo modificado en un embrión de una cabra, que se implantará en el útero de un animal adulto. Ya sólo queda esperar a que nazca la cabra transgénica: su leche contendrá la fibroína. Auguro que, en el futuro, hilaremos fibras de este extraordinario biomaterial con los métodos habituales de la industria textil. ¿Sorprendido el joven lector? Lo verá.

sábado, 8 de agosto de 2009

Magnetismo: sobre el amor apasionado y el odio perfecto… atómico


Leía con deleite al poeta Luis Rosales: “Hacer la antología del Siglo del Oro es, ante todo y sobre todo, resucitarlo, poner en pie de nuevo los vicios y los sueños de los hombres más representativos; sus apetencias y sus virtudes; sus tahurerías y sus costumbres; sus casas de dos pisos, sus alcobas, sus desafueros y sus fueros; sus trajes y sus coches, sus amor a Dios, su sexo y sus palabras.” Desbocada la imaginación -reflexione-, ¿por qué no resucitar también los odios y amores atómicos? El magnetismo es una de las fuerzas naturales más interesantes. Y debe esa cualidad a que ninguna sustancia permanece indiferente ante él. Todos los cuerpos se sienten o atraídos o repelidos, no existe término medio. Los físicos, siempre prosaicos, llaman diamagnéticas a las sustancias que odian, quiero decir repelen, al magnetismo y paramagnéticas a las amantes. Resulta relativamente fácil describir las características de unas y otras. Todas las sustancias están formadas por átomos y moléculas, pues bien; si el número de electrones que contienen es impar nos hallamos ante un amante, así de sencillo. ¿Y si el número es par? El asunto se complica. Nos tenemos que fijar en los emparejamientos electrónicos. Si todos los electrones se hallan emparejados la repulsión abunda por doquier, necesitamos encontrar electrones solitarios para que surja la atracción.
Aún podemos hallar dos variedades más de comportamientos magnéticos. Existen los amantes apasionados, en los que, como no podía ser de otra manera, la atracción por el magnetismo es muy superior a la normal, sustancias a las que los físicos bautizaron con el extraño nombre de ferromagnéticas. Escasean, pero alguna hay: ahí está el hierro cuando se comporta como un imán. También hay odiadores perfectos. Odian tanto al magnetismo algunas sustancias que impiden que penetre en su interior. Aunque parezca increíble los científicos han conseguido preparar en sus laboratorios sustancias con estas características a las que llaman superconductoras. Desgraciadamente, por ahora, estos compuestos sólo presentan tan fatal comportamiento cuando se encuentran a temperaturas muy por debajo de los cien grados bajo cero, pero esperen un poco y verán. Todavía me queda por señalar una propiedad inesperada; es tan potente la fuerza del odio magnético que podemos aprovecharlo: los ingenieros ya han construido trenes que, en vez de ruedas, se sustentan en la repulsión entre imanes. ¡Qué maravilla! Usar el odio para beneficio de la humanidad. ¡Qué bueno es el conocimiento!

sábado, 1 de agosto de 2009

¿Por qué los animales son generosos?


La contestación a esta, en apariencia, intrascendente pregunta puede conducirnos a temas de una profundidad insospechada. Un ensayo publicado en 1976 por un prestigioso etólogo pretende contestar a este interrogante. “Somos máquinas de supervivencia, vehículos autómatas programados a ciegas con el fin de perpetuar la existencia de los egoístas genes que albergamos en nuestras células”. Esta categórica frase quizá sorprenda al lector humanista, pero resume perfectamente la tesis que mantiene sir Richard Dawking en el libro “El gen egoísta”. Para el eminente biólogo la evolución y selección natural de los genes, su intrínseco egoísmo, sienta las bases sobre las que debe interpretarse el comportamiento animal. La madre que se sacrifica por su progenie, el individuo que arriesga su vida para dar la alarma a la manada y, en general, el altruismo animal parecen paradójicos, porque la ayuda a otros consume recursos preciosos –incluso la propia vida– y reduce la capacidad de supervivencia del sujeto. ¿Cómo pudo aparecer semejante comportamiento en la evolución por selección natural? Dawkins interpreta la generosidad argumentando que los individuos se comportan abnegadamente sólo con sus parientes cercanos, con quienes comparten muchos de sus genes: lo que equivale a asegurar que, después de todo, los genes protegen únicamente su propia supervivencia. La cualidad egoísta de los genes explicaría así el egoísmo animal, y también las circunstancias especiales en las cuales los genes pueden alcanzar mejor sus objetivos narcisistas fomentando cierto altruismo entre los individuos. Dawkins asegura que, por mucho que deseemos creer de otra manera, el amor universal y el bienestar del conjunto de las especies son conceptos que carecen de sentido para la evolución. A pesar de que esta interpretación proporciona un modelo útil para algunos propósitos –así lo reconoce su autor-, la mayoría de los biólogos considera que la evolución de los seres vivos se puede entender mejor en términos de individuos y poblaciones, y no de genes.
Debo señalar que algunos antropólogos, llevados por un entusiasmo desmesurado hacia estas ideas, intentan explicar el comportamiento humano con la ingeniosa hipótesis del gen egoísta. Les recordaré unas palabras del propio Richard Dawkins “Si se ha de exceptuar a alguna especie debe ser por muy buenas razones particulares. ¿Existe alguna buena razón para suponer que nuestra especie es única? Pienso que la respuesta debe ser afirmativa.”