sábado, 25 de abril de 2009

Corazón, pulmones y armonía del cuerpo


Las olimpiadas modernas se han convertido en un espectáculo global que todo el mundo puede ver en su televisor, constituyen uno de los primeros acontecimientos que marcó la llegada de la globalización; allí observamos los mejores cuerpos humanos del planeta, los que corren más rápido, los que saltan más alto, los que lanzan más lejos: cien metros de carrera en menos de diez segundos, saltos de casi nueve metros y elevaciones del suelo de casi dos metros y medio. El deporte es la máxima expresión del movimiento, para hacerlo los atletas esculpen su cuerpo con el primor de un escultor; si admiramos la finura de la carrera de un guepardo, el veloz salto de una leona o las maravillosas estatuas de Miguel Ángel, cómo no ensalzar la habilidad de éste, la fortaleza de ése o la rapidez de aquél. Debajo de las lustrosas pieles de los atletas, poderosos músculos se contraen y extienden; pero los músculos, que mueven el esqueleto con armonía, no son más que máquinas biológicas que, como cualquier máquina térmica, necesitan combustible y oxígeno ¿Quién se los proporciona? ¿Qué órganos están detrás de tan bellas apariencias? Los pulmones, actuando como fuelles, aspiran el aire y con él el oxígeno, y el corazón, funcionando como una bomba, lo distribuye a cada uno de los músculos.
¿Los atletas tienen ambos órganos iguales que el resto de los mortales? Cuando hacemos deporte nuestros músculos demandan más oxígeno: necesitan más sangre. El corazón tiene dos maneras de atender tal exigencia: latiendo más rápido y bombeando más fluido en cada contracción; esta segunda posibilidad es el objetivo que persiguen los deportistas con el entrenamiento, pues el corazón aumenta su tamaño haciendo ejercicio, como cualquier otro músculo. Añadimos un dato para los aficionados al deporte: un corazón normal en reposo late entre sesenta y ochenta veces cada minuto, pero el de los atletas cuarenta, pudiendo llegar a doscientas.
Mientras que el corazón de los deportistas proporciona unas prestaciones superiores a las de un sujeto normal, no sucede lo mismo con los pulmones, muy semejantes en tamaño. Aún así, cada minuto, una persona en reposo introduce doce litros de aire en los pulmones durante quince inspiraciones; pero un atleta compitiendo multiplica por cuatro el ritmo de sus inspiraciones y por diez la cantidad de aire que introduce en sus pulmones.
Concluyo con una reflexión: aunque valoro el deporte como medio para mantener la salud corporal, me pregunto si su práctica prolongada a alto nivel resulta sana.

sábado, 18 de abril de 2009

¿Cómo pueden evaporarse los agujeros negros?


A un amigo, aficionado al saber científico, le escuché el siguiente razonamiento: cuando se postuló la existencia de los agujeros negros, los físicos aseguraban que nada podía escapar de ellos, pero, posteriormente, Stephen Hawking demostró que emitían radiación. Las teorías físicas -se quejaba- cambian continuamente y se contradicen. Acierta en la primera afirmación, yerra en la segunda: sí, cambian las teorías, pero las nuevas no contradicen a las antiguas, las engloban y, en consecuencia, las mejoran.

Mi amigo se equivoca cuando afirma que la radiación que emite un agujero negro sale del propio agujero. La causa de su error es comprensible: el propio nombre emisión produce el equívoco, pues un inexperto deduce que algo sale, cuando no es así. Intentaré dar una imagen, algo ingenua, de lo que sucede en esos exóticos lugares. Es increíble, pero es cierto que, en el espacio vacío, están creándose continuamente de la nada pares de partículas y antipartículas que inmediatamente vuelven a desaparecer. Con la imaginación vayamos ahora a las cercanías del agujero negro y observemos lo que allí ocurre: una partícula, de uno de los pares que se están formando continuamente en el vacío, se dirige hacia el agujero y cae en él, su compañera sale en dirección opuesta: la emisión de radiación, consiste en estas segundas partículas que se alejan del agujero.

Quizá al llegar aquí, algún avispado lector, aunque asuma todo lo afirmado hasta ahora, piense: pero si el agujero negro se evapora (y los físicos aseguran que lo hace) se deberá a que emite materia (o energía que es su sinónimo), ¿cómo es posible? Ya dije antes que en las cercanías del agujero negro el espacio se descompone en pares de partículas y antipartículas. Dos efectos produce tan insólito fenómeno: se emiten partículas (tienen una energía positiva) hacia el exterior, y, en consecuencia, para compensar esa energía positiva (los físicos saben que en el universo la cantidad de energía permanece inmutable), el agujero necesariamente deberá comer energía negativa: deducimos de tal alimentación que la energía (o la masa, que es lo mismo) del agujero disminuye, hasta que se evapora: y ya está.

Si el fatigado lector ha conseguido llegar hasta aquí concluirá que la teoría actual no contradice a la anterior: sucede que la naturaleza de los agujeros negros es más sutil de lo que suponíamos.

sábado, 11 de abril de 2009

La salvia y el vinagre de los cuatro ladrones


Reconozco que le tengo mucha simpatía a la salvia -cada uno es muy dueño de sus fobias y sus filias- por varias razones. Se cuenta una bonita historia, probablemente apócrifa, de esta pequeña planta de flores azules de nuestros campos. En Tolouse y durante una época de peste, fueron arrestados cuatro ladrones mientras saqueaban las casas de sus vecinos. La condena era inapelable, la muerte esperaba a los criminales; pero alguien les ofrece una posibilidad de salvación si explican cómo habían logrado sobrevivir entre los apestados. ¿Quizá un pacto con el diablo, como clamaban algunos temerosos vecinos? ¡No! El secreto para evitar el contagio consistía en macerar salvia, romero, espliego y tomillo en vinagre, para, a continuación, frotarse el cuerpo con él; popularizada la pócima no nos extraña que tradicionalmente se la conozca como "el vinagre de los cuatros ladrones”. Y es que la salvia es una planta medicinal, cicatrizante, antiséptica y antiinflamatoria, que se usa para las heridas de la piel, la garganta y las encías.
No me olvido de su uso culinario como planta aromática; se trata de una especie de gusto áspero y picante, y de aroma fuerte que obliga a usarla con moderación. Sus hojas, tanto frescas como secas, pueden ser utilizadas en ensaladas, sopas y legumbres, o acompañando carnes, pescados y quesos; a los sibaritas catadores de licores les diré que la salvia también interviene en la maceración del orujo de hierbas; y ya que mencionamos las bebidas añadiré que, antes de que los ingleses pusieran de moda el té en Europa, nuestros antepasados consumían infusiones de hojas de salvia como bebida cotidiana.
La tercera razón de mi filia por la salvia -que los antiguos griegos consideraban sagrada-, se debe a la ambivalencia de las numerosas sustancias que contiene; sólo mencionaré dos clases: los flavonoides, beneficiosos antioxidantes y la tujona, muy tóxica.
Por último, un biólogo me recomendó que, cuando tuviese dolores suaves de dientes o muelas, masticase durante unos minutos una hojita fresca de salvia y después la escupiese, sin tragar nada. Ya verás -me dijo- como te desaparecen las infecciones dentarias leves.  Aunque soy muy escéptico respecto de los remedios caseros, probé. ¡Y funciona!... hasta ahora. Querido lector sé escéptico y prudente ante las opiniones heterodoxas; cuando te duela la dentadura ¡visita al dentista! Me agradecerás el consejo.

sábado, 4 de abril de 2009

Cadáveres estelares


El filósofo lector que se entretenga meditando sobre el fin de la vida sabe que el deceso de los humanos se debe a distintas causas; éstos sucumben por una cardiopatía, ésos por un cáncer, aquéllos por una tabacopatía, en cualquier caso al final hallamos siempre el mismo ineludible resultado: un cadáver con el electroencefalograma plano y el corazón quieto.
Las estrellas también fallecen, como los humanos, pero no lo hacen igual, ¡faltaría más!, las estrellas –decía- mueren de distintas formas según cuál sea su tamaño -o su masa, para ser más preciso-. Acompañemos a una estrella en su agonía. Después de quemar hidrógeno durante toda -o casi toda- su vida, y convertirlo en cenizas durante millones, o miles de millones, de años la estrella ha agotado su combustible; se enfrenta entonces a una crisis energética que determinará su futuro porque, cuando la combustión cesa, baja la temperatura y la presión que empuja hacia afuera a la materia; en consecuencia, la estrella colapsa debido a la aplastante fuerza de gravedad. Los físicos conciben tres posibles destinos terminales de las estrellas. El óbito de las pequeñas, como el Sol, es suave: se hinchan primero, y forman enormes gigantes rojas, para después contraerse; una enana blanca es el cadáver actual de aquellas estrellas que en el pasado fueron similares a nuestro astro rey. Enanas blancas que, cuando hayan emitido toda su energía térmica, acabarán convertidas en enanas negras; cabe añadir que el universo no tiene edad suficiente como para albergar alguna. Si se trata de estrellas medianas y gigantes, la defunción es más espectacular, también se hinchan, pero después estallan; llamamos supernova a la gigantesca explosión que, si sucediese no ya en el Sol, sino en una de las estrellas próximas, emitiría tanta radiación que mataría a toda la vida terrestre. Como en el caso anterior, la extinción del astro también deja un cadáver, minúsculo hay que decirlo, al que llamamos estrella de neutrones. Queda una tercera posibilidad, cuando se trata de una estrella supergigante; la explosión terminal (que no llega a alcanzar el brillo de una supernova) deja un extraño objeto, quizá agujero negro –lugar del que ni la propia luz puede escapar- sea un nombre acorde con el último cadáver que queda después del ocaso de la estrella.
El escritor, aunque aborrece las exhibiciones macabras, reconoce que la necroscopia astronómica le parece majestuosa.