El escritor confiesa su amor a las
flores. En la naturaleza pocas cosas existen tan hermosas. En un jardín, en un
campo o en la montaña el caminante puede deleitarse en los colores y formas de
estos agraciados órganos vivos. Los cultivos de tulipanes, rosas, dalias,
crisantemos y claveles seducirán al vagabundo sensible; el viajero hallará la
delicada flor de las nieve si sube a los prados alpinos; y si, aventurero, va a
la selva, le extasiarán las exóticas orquídeas. Pero la naturaleza, aunque
bella, es peligrosa para los ignorantes.
Durante el verano podemos contemplar, en
lugares soleados, unas flores muy grandes y vistosas, rosadas si son naturales,
y si no, con colores que pueden variar desde el rojo y rosa hasta el violeta,
el salmón o el blanco: son las adelfas, tan lindas como temibles. Tenga cuidado
con los niños, amigo lector, si masticaran las hojas de esta planta se
intoxicarían; también se han producido envenenamientos cuando un incauto
consume asado de carne ensartada en estacas de este arbusto o mieles producidas
por abejas que libaron sus flores; incluso el contacto con esta planta de hojas perennes puede provocar
molestas dermatitis.
Otra planta, quizá no tan bella, pero
igual de peligrosa, cuyas flores suelen ser azules o moradas y tienen la forma
de una capucha abierta hacia abajo, tiene el dudoso honor de encabezar la lista
de los vegetales más venenosos de Europa. Desde tiempos inmemoriales se sabe
que la ingestión de acónito es mortal; su toxicidad, extrema: menos de diez
miligramos mata a una persona, e incluso a través de la piel es posible
absorber una cantidad fatal del veneno. Nuestros antepasados, expertos en
guerra química a pequeña escala, la usaron abundantemente: unos, cuando preveían que su aldea fuese asaltada, envenenaban con
ella el suministro del agua antes de huir, otros,
emponzoñaban sus flechas con el jugo de la planta, quizá por eso el acónito
deba su nombre a la palabra latina que significa dardo. Los cazadores sajones
del siglo VIII cazaban lobos con saetas envenenadas; aun así, me parece más
brutal, aunque sea una costumbre más moderna, la matanza indiscriminada de
lobos, zorros o comadrejas con trozos de carne mezclados con acónito. Desgraciadamente
la modernidad no siempre mejora la conducta humana.