sábado, 26 de julio de 2008

La pérfida guerra química y las conotoxinas


El escritor conoce la tremenda capacidad de los humanos para la virtud y la maldad; facultad que queda en evidencia en las guerras, cuando emerge el lado perverso de nuestra naturaleza. De todas las armas empleadas por quienes se llaman a sí mismos Homo sapiens, las armas químicas me parecen excepcionalmente diabólicas. El siglo XX comenzó con alemanes y franceses gaseándose a conciencia con veneno; y terminó con iraníes e iraquíes haciendo casi mismo, el casi se debe a que mejoraron la toxicidad del gas. Reflexionando sobre las causas del lado oscuro de la naturaleza humana, me di cuenta de que otros animales, además de los vegetales, usan la guerra química para competir sin cuartel. Plantas como la cicuta o el tabaco producen sustancias que las defienden de los herbívoros; escorpiones y peces, arañas o reptiles usan medios químicos para la defensa y caza; no resulta extraño que, sumergido en la naturaleza, el hombre primitivo conociera sustancias tóxicas y las empleara en su beneficio. No cambió de usos y costumbres el hombre moderno. En la actualidad, los químicos, en su búsqueda de nuevos medicamentos (o de nuevas armas químicas, que de todo hay), centran su atención en el medio marino. ¿Los motivos? Hay ecosistemas -los arrecifes de coral- con una densidad de especies superior a la de la selva tropical. En ellos la competitividad, muy intensa, favorece la supervivencia de quien mejore continuamente sus medios de defensa y ataque. Los biólogos han recomendado a los químicos que se fijen especialmente en los animales de cuerpo blando, en los inmóviles o en los dotados de un movimiento lento, porque la supervivencia de estos organismos no se fundamenta en la velocidad de natación o en sus defensas físicas, sino en la generación de arsenales químicos que utilizan para el ataque y la defensa.

Este inusitado proemio bélico se debe a que me he enterado de la existencia de un nuevo medicamento; se usa para el tratamiento del dolor y multiplica por mil la eficacia de la morfina, sin sus efectos secundarios. Se trata de una de las conotoxinas, familia de sustancias fabricada por unos moluscos marinos llamados conos. Y se espera comercializar otras –se han descubierto decenas de miles y ya hay más de un centenar de patentes-, para el tratamiento del Alzheimer, la esquizofrenia, el asma y la epilepsia. ¿Quién podía imaginar que el estudio de los arsenales de guerra química nos proporcionara esperanza?

sábado, 19 de julio de 2008

La rana que logró volar

En el año 1992, David Copperfield presentó al público una de las mejores ilusiones jamás logradas: una levitación, el artista volaba por el escenario. Para eliminar la sospecha de que unos alambres pudieran sujetarle, el mago pasaba a través de dos aros. ¿La explicación? Unos hilos de kevlar, invisibles para el espectador, sujetaban al protagonista; y el paso por los aros se debía a una ilusión óptica.
No hay que recurrir al ilusionismo, ni tampoco a la superstición para comprender la levitación magnética, sus fundamentos físicos se conocen desde hace tiempo: un objeto flota cuando una fuerza de repulsión equilibra su peso. Ni más ni menos. Comentaré una de las varias formas de lograr la repulsión magnética, concretamente, la apellidada levitación por diamagnetismo. Para ello, antes, me fijaré en un fenómeno que conocen perfectamente los físicos: algunos objetos -el agua, en particular- colocados en las proximidades de uno de los polos de un imán, son ligeramente repelidos por él; como resulta que los animales están formados en gran parte por agua, ¿por qué no probar con alguno de ellos? En el año 1997, usando imanes que presentaban un magnetismo trescientos mil veces superior al terrestre, los físicos consiguieron una fuerza magnética que compensaba el peso de una rana: el milagro se había producido, un animal vivo levitaba en el laboratorio. No sólo eso, los diseñadores del experimento aseguran que sólo es cuestión de tiempo que puedan hacer lo mismo con humanos, después de todo -recuerdan- el agua constituye el setenta por ciento de nuestro cuerpo. Al llegar a este punto, tal vez debería resaltar un inconveniente, algún escéptico recordó que, para producir el magnetismo con la intensidad requerida, se necesitaría toda la energía de una central nuclear. Incluso aceptando el dispendio energético, el escritor, sabiendo que está formado por átomos y que pesa unas cien veces más que una pequeña rana, supone que se necesitaría un magnetismo mayor para que levitara. Ignora si tal magnetismo le causaría daños corporales o mentales; pero sabe que, con un magnetismo siete millones de veces mayor que el usado con los simpáticos anfibios, sus átomos cambiarían su forma actual más o menos esférica para adquirir un aspecto cilíndrico parecido al de los cigarros puros, y eso -deduce- debe ser muy insano. Sin ninguna duda, prefiero que no experimenten conmigo campos magnéticos tan intensos. 

sábado, 12 de julio de 2008

Defensa de la memoria


Durante las últimas décadas hemos asistido a una continua subestimación de la importancia de la memoria en la educación. A un buen alumno en la década de los cincuenta del siglo pasado se le exigía memorizar nombres y más nombres, cifras y más cifras. Nos encontramos en la actualidad en el extremo contrario: no memorices, razona, razona y razona. Disiento de la negación y comparto las tres afirmaciones. Como científico me pregunto: ¿es posible razonar sin una buena fuente de noticias? ¿Acaso disponer de una memoria cargada con una buena selección de datos no es igual de importante que un buen sistema de razonamiento? ¿Qué le exigimos a un ordenador? Que tenga un buen microprocesador y una gran memoria, es decir que razone (perdón, que procese) bien y que almacene mucha información. Y este preludio viene a cuento de que los neurólogos han calculado que una persona puede almacenar a lo largo de su vida trescientos trillones de bits, es decir, nada menos que trescientos mil millones de gigas, ni más ni menos; una cantidad de información muy superior a la del genoma humano (un billón, aproximadamente) o a la de un moderno superordenador. Tanta información se debe a que toda la experiencia sensorial consciente e inconsciente queda registrada en nuestras neuronas: me asombra, y más incluso que la inmensa cantidad de información almacenada, la selección que hacemos, pues sólo recordamos la más relevante.

¿Podremos alguna vez añadir al cerebro prótesis de memoria con capacidades lingüísticas o matemáticas? ¿Para qué instalar prótesis artificiales en la cabeza -quizá se pregunte algún sagaz lector- si es sabido que sólo usamos el diez por ciento del cerebro? Aprendamos a usar el cerebro entero y otro gallo cantará. Quienes defienden tal tesis se olvidan de la segunda parte de la investigación del famoso diez por ciento. Es verdad que cuando un humano efectúa una tarea cualquiera utiliza sólo el diez por ciento del cerebro, pero también lo es que cuando cambia de tarea vuelve a usar el diez por ciento, ¡en una región del cerebro distinta de la anterior! Es decir, si hacemos múltiples tareas, como suele suceder habitualmente, empleamos todo el cerebro y no sólo una parte minoritaria de él. Una mentira, por más veces que se repita, nunca se convertirá en verdad ¡Qué le vamos a hacer!

sábado, 5 de julio de 2008

¿Más veloz que la luz?


            La teoría de Einstein de la relatividad nos dice que ningún objeto puede viajar a una velocidad superior a la velocidad de la luz. Quienes sabéis muchísima Física diréis que esta afirmación es cierta sin ninguna duda, ¿seguros?, ¿sí? Os propongo el experimento mental siguiente. Tomemos un electrón y un antielectrón; resulta fácil conseguir electrones, se hallan en la corteza de los átomos, y algo más difícil obtener antielectrones, pero se logra, sin dificultades excesivas. Ahora hagamos que choquen: ambas partículas desaparecerán y en su lugar aparecen dos fotones, dos corpúsculos de luz, que se dirigen en sentidos opuestos. En el camino de cada fotón se coloca una puerta óptica medio abierta (técnicamente, un polarizador inclinado) de tal manera que la probabilidad de que pase el fotón sea del cincuenta por ciento. ¿Pasarán los corpúsculos de luz por ambas puertas?
            Leamos el análisis que hacía Albert Einstein del experimento. Puede ocurrir uno de los tres comportamientos siguientes: que ambos fotones pasen, cada uno por su puerta; que los dos fotones no pasen; la tercera posibilidad consiste en que uno pase y el otro sea detenido. Cualquiera de nosotros razonaría de la misma manera; parece una aplicación directa del sentido común. Niels Bohr discreparía de esta interpretación; él analizaba el experimento de otro modo. Aseguraba que, o ambos fotones pasan o ambos no pasan; no puede ocurrir que uno pase y el otro no. Las tesis de los dos geniales físicos son absolutamente divergentes: no hay posibilidad de acuerdo.
¿Cuál de los dos sabios acertaba? A pesar de que el sentido común nos sugiera lo contrario, los experimentos dan la razón a Bohr. De alguna manera un fotón informa instantáneamente al otro de lo que va a hacer, si va a pasar o no por la puerta óptica, para que el otro haga exactamente lo mismo. ¿Instantáneamente? Sí. ¿A una velocidad superior a la de la luz? Sí. ¿Tiene alguna lógica el experimento? No; pero así es el mundo, por muy insensato y raro que nos parezca. Resalto que sólo los sucesos que están relacionados por una causa común tienen la potestad para influenciarse de una manera instantánea; y resulta verosímil suponer que tales influencias –mejor no llamarlas señales- no pueden emplearse para transmitir información útil. ¡De esta sutil manera razonan los físicos para no contradecir la teoría de la relatividad!