En la actualidad se conocen dos
millones de especies de seres vivos que viven en nuestro atribulado planeta
(algunos biólogos creen que todavía quedan dieciocho millones sin conocer);
como novecientas noventa y nueve, de cada mil, al menos, de las que han
existido se han extinguido, colegimos que, en los últimos seiscientos millones
de años, han vivido dos mil millones de especies en la Tierra. ¿Cómo surgió tan
enorme variedad de seres vivos? El genio de Charles Darwin consistió en
proponer un mecanismo, la selección natural, para explicar la evolución y
diversidad de la vida. La teoría es sencilla: pequeñas variaciones que heredan
los individuos constituyen el fundamento de las diferencias; cada forma de vida
sobrevive y se reproduce a un ritmo distinto, según cuál sea su ambiente; y la
distinta tasa de reproducción produce un lento cambio en las poblaciones que
determina la formación de nuevas especies. Pero hay otro aspecto que llamaba la
atención de Darwin y que, con frecuencia, olvidamos: la enorme eficacia de los
seres vivos, su capacidad de adaptación al medio en el que viven, comen, se
relacionan con sus congéneres y se reproducen. Los seres vivos no sólo presentan
una gran diversidad de formas, sino que se adaptan al mundo que les rodea: su
anatomía, funcionamiento y conducta parecen haber sido diseñados para subsistir
en su medio. Recordemos la forma de las focas, los pingüinos y los atunes; sus
estructuras anatómicas, similares para desplazarse en el agua, muestran un caso
concreto de la adaptación de los diferentes organismos (mamíferos, aves o
peces) a su ambiente. Sin embargo, a pesar de proporcionar una explicación a la
evolución, la teoría de Darwin plantea un problema considerable: muchos cambios
evolutivos se deben a causas distintas de la adaptación (el azar entre otras),
incluso los habrá que no sean adaptativos; entonces, ¿por qué los organismos
están tan bien adaptados al ambiente?
Espero que ningún lector se engañe
por el discurso; por si acaso, aclaro que las dudas que planteo no cuestionan
la teoría de la evolución. Existen tantas pruebas a su favor que ningún
científico puede seguir siéndolo si la niega. Añado más: en la época que
Charles Darwin publicó El origen de las especies, año 1859, la mayor parte de
los naturalistas, aunque no habían propuesto un mecanismo verosímil que
explicara la evolución, sostenían que unas especies habían evolucionado de
otras.