sábado, 26 de enero de 2008

Hogar, dulce (y contaminado) hogar


En el año 2006 el Parlamento Europeo aprobó un reglamento (REACH) que exige el registro, evaluación y autorización de treinta mil de las más de cien mil sustancias químicas que usamos los europeos y que pueden afectar a la salud o al ambiente; concretamente habrá que registrar toda sustancia fabricada o importada en una cantidad igual o superior a una tonelada anual. La cantidad de productos químicos presentes en los hogares ha alcanzado unas cotas que me arriesgo a calificar de peligrosas. Afortunadamente, las leyes ambientales han comenzado a establecer controles sobre la emisión de residuos tóxicos en el aire, en el agua o en el suelo; pero no abordan, por increíble que parezca, el riesgo por contacto directo, olvidándose de lo obvio: que las sustancias tóxicas sólo dañan si llegan al cuerpo humano. Voy a dar las concentraciones (medidas en microgramos por cada metro cúbico) de los compuestos orgánicos volátiles hallados en hogares de los Estados Unidos (en España, supongo, no deben diferir mucho): menos de diez se miden en el exterior de un entorno urbano o rural; alrededor de diez se registran en una casa alfombrada; alrededor de cien aparecen en los humos de la cocina, y también en las fotocopiadoras, en un local cerrado con fumadores, alrededor de los fumadores y en las chimeneas; entre cien y mil en un cuarto de baño cargado de vapor, en la ropa recién salida de la tintorería, en un aparcamiento cerrado y usando limpiadores del hogar. Y sabemos que muchos de tales compuestos, como el benceno o el cloroformo, son cancerígenos. En cuanto a las partículas inhalables halladas en el aire de los hogares se supera con creces el límite recomendado por la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU, duplicándose o triplicándose en algunos casos, como en los espacios cerrados con fumadores, en los humos de la cocina, en el humo del tabaco y en las chimeneas. Los datos nos deparan una inaudita sorpresa: los contaminantes de la atmósfera se encuentran dentro de los hogares en cantidades muy superiores a las toleradas en el exterior. Si las mismas cantidades de contaminantes atmosféricos que existen en los hogares se detectasen en el exterior, el aire se consideraría tóxico, y si se depositaran residuos urbanos con la misma concentración de tóxicos que tienen muchas alfombras caseras, los vertederos se considerarían de alto riesgo. Querido lector, ¿te quedas pensativo?

sábado, 19 de enero de 2008

Sobre el caos y el azar


Desde el siglo XVII los físicos dispusieron de una teoría que les permitía, conociendo el presente, predecir el futuro o retroceder al pasado; el comportamiento de la naturaleza coincidía con sus predicciones. Como es lógico supusieron que la teoría podía usarse para explicar el universo. Laplace lo expresó así: “Una inteligencia que conociera todas las fuerzas que cooperan en la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen,… podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes a sus ojos”. Demasiado bello para ser cierto, la física del siglo XX demostró que la teoría clásica era falsa… mejor dicho, que era sólo una parte de la verdad: la realidad resulta mucho más compleja. Lector intrigado, te propongo el siguiente experimento mental. Un terrorista construye una bomba atómica cuyo detonante depende de un átomo radiactivo. Si el átomo se desintegra la bomba explota, si no lo hace la explosión no sucede: ningún físico podría predecir si la catástrofe se va a producir, nada ni nadie podría predecir el futuro. Más todavía, las leyes de la física nos aseguran que no nos faltan conocimientos, como podría pensar el lector entendido, se trata de que el comportamiento de los átomos se rige por leyes de probabilidad, la desintegración es un fenómeno que depende exclusivamente del azar, ninguna causa influye en ella.

Dejemos a un lado los átomos para fijarnos en los objetos habituales, que parecen sujetos a leyes deterministas (que obedecen a una causa). La teoría física tradicional asegura que si conociésemos el presente conoceríamos el pasado y el futuro con precisión. También aquí los físicos han pecado de optimistas. El problema consiste en que para conocer el presente (posición, velocidad, tiempo, energía) necesitamos hacer medidas, pero cualquier medición está sujeta a error; podemos medir con toda la aproximación que queramos, nunca exactamente; sucede entonces que, al cabo de cierto tiempo, el error será tan grande que la predicción carecerá de sentido. Y no se trata de especulaciones vanas, los científicos ya saben que tanto los astros como los ecosistemas, tanto la atmósfera como los océanos o el interior terrestre presentan movimientos regulares (deterministas) y movimientos caóticos (indeterministas); lo que significa que durante un tiempo sus comportamientos son regulares (y predecibles), después, se vuelven impredecibles.

sábado, 12 de enero de 2008

Antigua polémica


Una de las ideas que más ha influido en la idea que la humanidad posee del mundo, de los seres vivos y de sí misma nos la ha proporcionado la teoría de la evolución. Antes, únicamente los mitos y las religiones explicaban la creación del cosmos, de la vida y del hombre, y tanto unos como otras tenían en común una concepción inmovilista del mundo. La confrontación ideológica entre la concepción científica y la religiosa resultó inevitable. ¿Cuál es el estado del debate a comienzos del siglo XXI? Ignorando los matices y simplificando mucho, agrupamos las opiniones de los biólogos en tres opciones. Francis Collins, director del proyecto Genoma Humano y devoto creyente, considera a Dios como el supremo hacedor que se manifiesta en el orden que presenta la naturaleza; Richard Dawkins, autor de “El gen egoísta” y ateo militante, considera perversa cualquier religión; Stephen Jay Gould, autor de “La falsa medida del hombre” y de “La vida maravillosa”, considera que ciencia y religión pueden coexistir porque se ocupan de compartimentos distintos. Collins sigue la tradición de Kepler, Galileo y Newton, quienes sostienen que Dios es el supremo arquitecto, creador de las leyes naturales; y que el orden de la naturaleza constituye una prueba de su existencia. Dawkins mantiene que todas las religiones son perversas; y fundamenta sus argumentos en los abundantes fenómenos de intolerancia, asesinatos, inquisiciones y guerras religiosas que se han producido a lo largo de la historia. No oculto mi preferencia por la tesis de Gould, quien, con independencia de las creencias –teístas o ateas- de cada uno, defiende que ciencia y religión no se contradicen, ni superponen, pues considera que la razón es el ámbito de la ciencia y las emociones el ámbito de la religión. El choque entre ambas (como entre la razón y el sentimiento) se produce cuando una invade el campo de la otra; no hay mejor teoría del conocimiento que la ciencia, por lo que queda desautorizada cualquier religión o mitología que invada ese campo. Sucede lo mismo a la inversa, la ciencia, que es amoral, no proporciona ninguna orientación teológica ni ayuda para seleccionar una teoría de valores (la moral): unos se quedarán con Jesús, otros con Mahoma, aquéllos con Confucio o Buda y éstos con Kant o Nietzsche, hay muchas opciones para elegir.

sábado, 5 de enero de 2008

La inercia y el principio de Mach


            Todo lector trotamundos ha experimentado una curiosa fuerza que aparece cuando, al arrancar el coche en el que viaja, se hunde en el asiento, o cuando el vehículo frena, y se precipita hacia el parabrisas. No cabe duda –pensará- mi automóvil se mueve con respecto a la Tierra. Sucede algo parecido cuando el empuje hacia un lado le anuncia el momento de tomar una curva. Si le preguntase al conductor si es capaz de interpretar lo que le ha ocurrido, estoy seguro de que, si sabe física, hinchará el pecho y nombrará la inercia, incluso alguno, más sagaz, recordando a Galileo o a Newton recitará: inercia es la resistencia que presenta cualquier objeto cuando se le intenta cambiar su movimiento o sacar del reposo. Se explicará más o menos así: cuando el automóvil arranca, el asiento me empuja hacia adelante porque yo tiendo a permanecer en reposo; cuando frena; tiendo yo a permanecer en movimiento y por eso me precipito sobre el parabrisas (si no tengo puesto el cinturón de seguridad). El astuto conductor se quedará muy ufano después de esta impecable declaración. Para bajarle los humos –todos los científicos deben ser humildes cuando dan respuestas sobre la naturaleza- le propondría un experimento mental. Imaginemos un vehículo espacial con los motores parados en un universo vacío, en el que no hubiese estrellas, ni galaxias, ni materia alguna. El piloto de la nave enciende los motores y arranca, ¿sentirá la inercia el astronauta? ¿Crees que sí? ¿Seguro? Pues te garantizo que unos físicos opinan que sí y otros que no, y, hasta ahora, no hay experimento que nos induzca a preferir una opinión sobre la otra; todo depende de que unos postulen que la inercia se debe a la masa de todos los objetos que contiene el universo (así lo enunció por vez primera el físico Ernst Mach), y otros consideren que la inercia es una propiedad del espacio-tiempo, con independencia de la materia. Y si crees que se trata de un experimento muy alejado de la realidad cotidiana, te propongo otro más cercano: imagínate que un cubo lleno de agua gira en un universo vacío, ¿la superficie del agua adoptará una forma cóncava y se derramará, como ocurre en nuestro universo o la superficie del agua permanecerá plana e inmutable? Una pregunta sin respuesta.