En
el año 2006 el Parlamento Europeo aprobó un reglamento (REACH) que exige el
registro, evaluación y autorización de treinta mil de las más de cien mil
sustancias químicas que usamos los europeos y que pueden afectar a la salud o
al ambiente; concretamente habrá que registrar toda sustancia fabricada o
importada en una cantidad igual o superior a una tonelada anual. La cantidad de
productos químicos presentes en los hogares ha alcanzado unas cotas que me
arriesgo a calificar de peligrosas. Afortunadamente, las leyes ambientales han
comenzado a establecer controles sobre la emisión de residuos tóxicos en el
aire, en el agua o en el suelo; pero no abordan, por increíble que parezca, el
riesgo por contacto directo, olvidándose de lo obvio: que las sustancias
tóxicas sólo dañan si llegan al cuerpo humano. Voy a dar las concentraciones
(medidas en microgramos por cada metro cúbico) de los compuestos orgánicos
volátiles hallados en hogares de los Estados Unidos (en España, supongo, no
deben diferir mucho): menos de diez se miden en el exterior de un entorno
urbano o rural; alrededor de diez se registran en una casa alfombrada;
alrededor de cien aparecen en los humos de la cocina, y también en las
fotocopiadoras, en un local cerrado con fumadores, alrededor de los fumadores y
en las chimeneas; entre cien y mil en un cuarto de baño cargado de vapor, en la
ropa recién salida de la tintorería, en un aparcamiento cerrado y usando
limpiadores del hogar. Y sabemos que muchos de tales compuestos, como el
benceno o el cloroformo, son cancerígenos. En cuanto a las partículas
inhalables halladas en el aire de los hogares se supera con creces el límite
recomendado por la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU, duplicándose o
triplicándose en algunos casos, como en los espacios cerrados con fumadores, en
los humos de la cocina, en el humo del tabaco y en las chimeneas. Los datos nos
deparan una inaudita sorpresa: los contaminantes de la atmósfera se encuentran
dentro de los hogares en cantidades muy superiores a las toleradas en el
exterior. Si las mismas cantidades de contaminantes atmosféricos que existen en
los hogares se detectasen en el exterior, el aire se consideraría tóxico, y si
se depositaran residuos urbanos con la misma concentración de tóxicos que
tienen muchas alfombras caseras, los vertederos se considerarían de alto
riesgo. Querido lector, ¿te quedas pensativo?
sábado, 26 de enero de 2008
sábado, 19 de enero de 2008
Sobre el caos y el azar
Desde el
siglo XVII los físicos dispusieron de una teoría que les permitía, conociendo
el presente, predecir el futuro o retroceder al pasado; el comportamiento de la
naturaleza coincidía con sus predicciones. Como es lógico supusieron que la
teoría podía usarse para explicar el universo. Laplace lo expresó así: “Una
inteligencia que conociera todas las fuerzas que cooperan en la naturaleza, así
como la situación respectiva de los seres que la componen,… podría abarcar en
una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los
del átomo más ligero; nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el
pasado estarían presentes a sus ojos”. Demasiado bello para ser cierto, la física
del siglo XX demostró que la teoría clásica era falsa… mejor dicho, que era
sólo una parte de la verdad: la realidad resulta mucho más compleja. Lector
intrigado, te propongo el siguiente experimento mental. Un terrorista construye
una bomba atómica cuyo detonante depende de un átomo radiactivo. Si el átomo se
desintegra la bomba explota, si no lo hace la explosión no sucede: ningún
físico podría predecir si la catástrofe se va a producir, nada ni nadie podría
predecir el futuro. Más todavía, las leyes de la física nos aseguran que no nos
faltan conocimientos, como podría pensar el lector entendido, se trata de que
el comportamiento de los átomos se rige por leyes de probabilidad, la
desintegración es un fenómeno que depende exclusivamente del azar, ninguna
causa influye en ella.
Dejemos
a un lado los átomos para fijarnos en los objetos habituales, que parecen
sujetos a leyes deterministas (que obedecen a una causa). La teoría física
tradicional asegura que si conociésemos el presente conoceríamos el pasado y el
futuro con precisión. También aquí los físicos han pecado de optimistas. El
problema consiste en que para conocer el presente (posición, velocidad, tiempo,
energía) necesitamos hacer medidas, pero cualquier medición está sujeta a
error; podemos medir con toda la aproximación que queramos, nunca exactamente;
sucede entonces que, al cabo de cierto tiempo, el error será tan grande que la
predicción carecerá de sentido. Y no se trata de especulaciones vanas, los
científicos ya saben que tanto los astros como los ecosistemas, tanto la
atmósfera como los océanos o el interior terrestre presentan movimientos
regulares (deterministas) y movimientos caóticos (indeterministas); lo que
significa que durante un tiempo sus comportamientos son regulares (y predecibles),
después, se vuelven impredecibles.
sábado, 12 de enero de 2008
Antigua polémica
Una
de las ideas que más ha influido en la idea que la humanidad posee del mundo,
de los seres vivos y de sí misma nos la ha proporcionado la teoría de la
evolución. Antes, únicamente los mitos y las religiones explicaban la creación
del cosmos, de la vida y del hombre, y tanto unos como otras tenían en común
una concepción inmovilista del mundo. La confrontación ideológica entre la
concepción científica y la religiosa resultó inevitable. ¿Cuál es el estado del
debate a comienzos del siglo XXI? Ignorando los matices y simplificando mucho,
agrupamos las opiniones de los biólogos en tres opciones. Francis Collins,
director del proyecto Genoma Humano y devoto creyente, considera a Dios como el
supremo hacedor que se manifiesta en el orden que presenta la naturaleza;
Richard Dawkins, autor de “El gen egoísta” y ateo militante, considera perversa
cualquier religión; Stephen Jay Gould, autor de “La falsa medida del hombre” y
de “La vida maravillosa”, considera que ciencia y religión pueden coexistir
porque se ocupan de compartimentos distintos. Collins sigue la tradición de
Kepler, Galileo y Newton, quienes sostienen que Dios es el supremo arquitecto,
creador de las leyes naturales; y que el orden de la naturaleza constituye una
prueba de su existencia. Dawkins mantiene que todas las religiones son
perversas; y fundamenta sus argumentos en los abundantes fenómenos de
intolerancia, asesinatos, inquisiciones y guerras religiosas que se han
producido a lo largo de la historia. No oculto mi preferencia por la tesis de
Gould, quien, con independencia de las creencias –teístas o ateas- de cada uno,
defiende que ciencia y religión no se contradicen, ni superponen, pues
considera que la razón es el ámbito de la ciencia y las emociones el ámbito de
la religión. El choque entre ambas (como entre la razón y el sentimiento) se
produce cuando una invade el campo de la otra; no hay mejor teoría del
conocimiento que la ciencia, por lo que queda desautorizada cualquier religión
o mitología que invada ese campo. Sucede lo mismo a la inversa, la ciencia, que
es amoral, no proporciona ninguna orientación teológica ni ayuda para
seleccionar una teoría de valores (la moral): unos se quedarán con Jesús, otros
con Mahoma, aquéllos con Confucio o Buda y éstos con Kant o Nietzsche, hay
muchas opciones para elegir.
sábado, 5 de enero de 2008
La inercia y el principio de Mach
Todo lector trotamundos ha
experimentado una curiosa fuerza que aparece cuando, al arrancar el coche en el
que viaja, se hunde en el asiento, o cuando el vehículo frena, y se precipita
hacia el parabrisas. No cabe duda –pensará- mi automóvil se mueve con respecto
a la Tierra. Sucede algo parecido cuando el empuje hacia un lado le anuncia el
momento de tomar una curva. Si le preguntase al conductor si es capaz de
interpretar lo que le ha ocurrido, estoy seguro de que, si sabe física, hinchará
el pecho y nombrará la inercia, incluso alguno, más sagaz, recordando a Galileo
o a Newton recitará: inercia es la resistencia que presenta cualquier objeto
cuando se le intenta cambiar su movimiento o sacar del reposo. Se explicará más
o menos así: cuando el automóvil arranca, el asiento me empuja hacia adelante
porque yo tiendo a permanecer en reposo; cuando frena; tiendo yo a permanecer
en movimiento y por eso me precipito sobre el parabrisas (si no tengo puesto el
cinturón de seguridad). El astuto conductor se quedará muy ufano después de
esta impecable declaración. Para bajarle los humos –todos los científicos deben
ser humildes cuando dan respuestas sobre la naturaleza- le propondría un experimento
mental. Imaginemos un vehículo espacial con los motores parados en un universo
vacío, en el que no hubiese estrellas, ni galaxias, ni materia alguna. El
piloto de la nave enciende los motores y arranca, ¿sentirá la inercia el astronauta?
¿Crees que sí? ¿Seguro? Pues te garantizo que unos físicos opinan que sí y
otros que no, y, hasta ahora, no hay experimento que nos induzca a preferir una
opinión sobre la otra; todo depende de que unos postulen que la inercia se debe
a la masa de todos los objetos que contiene el universo (así lo enunció por vez
primera el físico Ernst Mach), y otros consideren que la inercia es una
propiedad del espacio-tiempo, con independencia de la materia. Y si crees que se
trata de un experimento muy alejado de la realidad cotidiana, te propongo otro
más cercano: imagínate que un cubo lleno de agua gira en un universo vacío, ¿la
superficie del agua adoptará una forma cóncava y se derramará, como ocurre en
nuestro universo o la superficie del agua permanecerá plana e inmutable? Una
pregunta sin respuesta.
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